22 NOVIEMBRE 1981

El Papa a Collevalenza

Deseo anunciaros que el domingo 22 de noviembre, fiesta de Cristo Rey visitaré, Dios mediante, el Santuario del Amor Misericordioso de Collevalenza, en la Diócesis de Todi, para recordar en ese lugar de oración y de piedad cristiana, cuanto escribí en la Carta Encíclica "Dives in Misericordia", publicada exactamente hace un año: "El mundo de los hombres puede volverse cada vez más humano, solo si introduciremos en el ámbito de las relaciones humanas y sociales, junto a la justicia, ese Amor Misericordioso que constituye el mensaje mesiánico del Evangelio".

Os ruego que me acompañéis con vuestras oraciones para que mi visita, dentro de dos semanas, pueda llevar abundantes frutos de bien para las almas.

(Domingo 8 de noviembre de 1981 - El Santo Padre al Angelus)


Saludo a la llegada a Collevalenza

Hoy me hallo entre vosotros como peregrino al Santuario del Amor Misericordioso que es centro escogido de espiritualidad y piedad

Señor Ministro y ciudadanos de Collevalenza, Todi y la región entera:

1. Debo deciros un gracias sincero por la cordial acogida que me habéis brindado, acudiendo tantos y con tanta devoción a este lugar, a presentarme vuestro saludo por mi retorno a la acogedora tierra de Umbría. Digo retorno, porque desde el principio de mi servicio pontificio es ya la cuarta vez que se me concede venir a esta región histórica situada como en el centro de Italia, que parece expresar y resumir las características de la población entera de la península: equilibrio, laboriosidad, adesión a los valores morales, auténtico espíritu religioso. A todos los pueblos de Ummbría, el testimonio de mi afecto y aprecio.

2. Hoy me hallo entre vosotros como peregrino, a un año de distancia de la publicación de la Encíclica "Dives in misericordia", en la que integrando cuanto había escrito en la "Redemptor hominis", invité a dirigir la mirada a Dios Padre nuestro, del que toma nombre toda paternidad en los cielos y en la tierra (cf. Ef 3, 15), al igual que cobra consistencia la dignidad real del hombre-hijo. En aquel documento yo afirmaba que de la verdad sobre el hombre hay que remontarse en Cristo a la verdad del misterio del Padre y de su amor (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 7 de diciembre de 1980, pag. 1).

Ahora quisiera decir que este itinerario espiritual del hombre a Dios, basado en la mediación de Cristo revelador, me ha sugerido el itinerario presente que es precisamente una peregrinación al santuario del Amor Misericordioso. Afortunada es Umbría, afortunada en particular vuestra antigua e ilustre ciudad, queridos habitantes de Todi, porque además de numerosas tradiciones religiosas bien conocidas, junto con tantos artísticos templos y monumentos cristianos, posee este santuario que es centro escogido de espiritualidad y piedad. Con su mismo nombre y su magnitud, y la actividad espiritual, pastoral y formadora que aqui se desenvuelve, recuerda a todos y proclama la grande y consoladora verdad de la misericordia paterna del Señor. ¿Qué sería el hombre si no tuviera su fundamento supremo en Dios? ¿Qué sería de él si no tuviera arriba en el cielo un Padre que le sigue y le ama con la generosidad de su Providencia? ¿Qué sería de él, pecador, si no contase con la certeza de tener en este mismo Padre a alguien que siempre le comprende y le perdona con la generosidad de su misericordia?

Pues bien, hermanos y hermanas, a tales interrogantes en los que quise interesar con mi Encíclica a todos los hijos de la Iglesia para que dieran una respuesta convencida de fe, nos atrae este insigne santuario que ha surgido entre vosotros tan oportunamente. Contituye un "signo" y, por tanto, una invitación a meditar y acoger el mensaje eterno de la salvación cristiana tal y coma brota del designio misericordioso de Dios Padre.

3. Encontrándome en esta tierra en el año centenario del nacimiento de San Francisco, deseo dirigirle una palabra devota en el recuerdo de las enseñanzas sublimes que nos dejó precisamente sobre la misericordia divina. En su Cántico de las Criaturas dice, entre otras cosas: "Alabado sea mi Senor por aquellos que perdonan por tu amor y padecen enfermedades y tribulación... pues serán coronados por Ti, Altísimo". Francisco maestro de amor y perdón, se confía a la misericordia generosa de Dios.

Tampoco puedo olvidar a vuestro conciudadano fray Jacopone de Todi discípulo del Santo de Asís, que tradujo e interpretó con la originalidad de su arte la llama interior del amor de Dios, en respuesta personal al amor primero y proveniente de Dios a nosotros. En nombre de los Santos de Umbría y con el recuerdo de Jacopone y tantos otros hombres de Todi franciscana y cristiana doy comienzo a la perigrinación de hoy y dirijo ya desde ahora a todos mi saludo cordial con la bendición apostólica.


Alocucion a los enfermos reunidos en el interior del templo

Dadme vuestros sufrimientos

 

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. Con emoción particular os dirijo la palabra en este momenta que precede a la celebración de la Santa Misa en este santuario del Amor Misericordioso. Deseo expresaros ante todo mi afecto, testimoniaros mi aprecio y exhortaros a perseverar con coraje en el difícil camino en que os ha puesto la Providencia de Dios que, si con frecuencia resulta misteriosa en sus designios, siempre está movida por un amor infinitamente sabio y solícito.

En el evangelio son frecuentes los encuentros de Jesús con personas enfermas. No permaneció indiferente ante ninguna situación de sufrimiento humano, sino que tuvo para todos un gesto de ayuda y una palabra de consuelo. Esta actitud suya se transmitió a la Iglesia que de El ha aprendido a amar a los enfermos y a preocuparse de proporcionarles la ayuda concreta que las circunstancias permitían, junto con la palabra iluminadora de la fe.

2. Comprenderéis, pues, por qué el Papa desea encontrarse con quien sufre, y siente que es deber particular suyo dar a cada uno el testimonio rinovado del amor de Dios y la invitación urgente de reavivar la esperanza. Desde que Cristo tomó sobre si el sufrimiento, este asumió un valor inestimable, se trasformó en fuente de energía salvadora para la persona que lo padece y para todo el género humano.

Consentidme, pues, que os diga también a vosotros lo mucho que espero de la contribución que podéis prestar vosotros a la cause del Reino de Cristo en el mundo. La liturgia nos invita hoy a meditar en la naturaleza y suerte de este Reino. Ya que, como sabéis, Jesús no lo ha conquistado con la fuerza ni ha confiado su porvenir a la violencia de las armas. Regnavit a ligno Deus! Dios reinó desde la cruz.

Precisamente con el sufrimiento y la muerte venció Jesús las fuerzas del mal, trastocando la situación desesperada en que se encontraba la humanidad y conquistando para cada hijo de Adán el derecho a ser ciudadano de ese Reino de amor y de libertad que, preanunciado aquí abajo en la Iglesia, tendrá actuación plena en el cielo.

La Cruz de Cristo ha marcado para siempre la historia humana

3. La muerte de Cristo en cruz ha marcado para siempre la historia humana; pues ya en el encuentro dramático entre el bien y el mal del que ésta es escenario y testigo, la aportación más valiosa a la consolidación de las fuerzas del bien, sólo podrá prestarse mediante el sufrimiento aceptado y ofrecido en comunión amorosa con el Hijo de Dios que renueva sobre el altar la suprema inmolación actuada "una vez por todas" en el Gólgota.

¿Cómo no reflexionar sobre esta dimensión misteriosa y fascinante de la partecipación humana en la redención, ahora que vamos a dar comienzo a la celebración de la Eucaristía, en la que Jesús esterá una vez vez más entre nosotros en la realidad de su Pascua de muerte y resurrección?

¡Dadme vuestros sufrimientos, hermanos y hermanas! Los Ilevaré al altar para ofrecerlos a Dios Padre en unión con los de su Hijo unigénito, y para implorar en nombre de aquéllos paz pare toda la lglesia, comprensión mutua entre las naciones, humildad de arrepentimiento para quien ha pecado, generosidad de perdón en quien ha sido ofendido y, para todos, el gozo de una nueva experiencia del amor misericordioso de Dios.


Homilía durante la Misa celebrada para la inmensa asamblea eclesial reunida en la explanada del templo

Así Dios lo será todo para todos (1 cor 15,18)

1. "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Mt 25, 43). Hemos escuchado estas palabras hace poco, en el Evangelio de la solemnidad de hoy. El Hijo del hombre pronunciará estas palabras cuando, como rey, se encuentre ante todos los pueblos de la tierra, al fin del mundo. Entonces, cuando "El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras" (Mt 25, 32), a todos los que se hallen a su derecha, les dirá las palabras: "here-dad el reino".

Este reino es el don definitivo del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo. Es el don madurado "desde la creación del mundo" (Mt 25, 34), en el curso de toda la historia de la salvación. Es don del amor misericordioso.

Por esto, hoy, fiesta de Cristo Rey del universo y último domingo del año litúrgico, he deseado venir al santuario del Amor Misericordioso, La liturgia de este domingo nos hace conscientes, de modo particular, que en el reino revelado por Cristo crucificado y resucitado se debe cumplir definitivamente la historia del hombre y del mundo: "Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto" (1 Cor 15, 20).

 

Cruz, Resurrección y gloria

2. El reino de Cristo, que es don del amor eterno, del amor misericordioso, ha sido preparado "desde la creaci6n del mundo".

Sin embargo, "por un hombre vino la muerte" (1 Cor 15,21) y "por Adán murieron todos" (1 Cor 15, 22).

A la esencia del reino, nacido del amor eterno, pertenece, la Vida y no la muerte.

La muerte entró en la historia del hombre juntamente con el pecado.

A la esencia del reino, nacido del amor eterno, pertenece la gracia, no el pecado.

El pecado y la muerte son enemigos del reino porque en ellos se sintetiza, en cierto sentido, la suma del male que hay en el mundo, el mal que ha penetrado en le corazón del hombre y en su historia.

El amor misericordioso tiende a la plenitud del bien. El reino "preparado desde la creación del mundo" es reino de la verdad y de la gracia, del bien y de la vida. Tendiendo a la plenitud del bien, el amor misericordioso entra en el mundo signado con la marca de la muerte y de la destrucción. El amor misericordioso penetra en el corazón del hombre, oprimido por el pecado y la concupiscencia, que es "del mundo". El amor misericordioso establece un encuentro con el mal; afronta el pecado y la muerte. Y en esto precisamente se manifesta y se vuelve a confirmar el hecho de que este amor es más grande que todo mal.

Sin embargo, San Pablo nos hace caer en la cuenta de lo largo que es el camino que este amor debe recorrer, el camino que lleva al cumplirniento del reino "preparedo desde la creación del mundo". Escribiendo sobre Cristo Rey, se expresa así: "Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte" (1 Cor 15, 25 s.).

La muerte ya fue aniquilada por primera vez en la resurrección de Cristo, que en esta victoria se ha manifestado Señor y Rey.

Sin embargo, en el mundo continua dominando la muerte: "por Adán murieron todos", porque sobre el corazón del hombre y sobre su historia pesa el pecado. Parece pesar de modo especial sobre nuestra época.

¡Qué grande es la potencia del amor misericordioso que esperamos hasta que Cristo haya puesto a todos los enemigos bajo sus pies, venciendo hasta el fondo el pecado y aniquilando, como último enemigo, a la muerte!

El reino de Cristo es una tensión hacia la victoria definitiva del amor misericordioso, hacia la plenitud escatológica del bien y de la gracia, de la salvación y de la vida.

Esta plenitud tiene su comienzo visible sobre la tierra en la cruz y en la resurrección. Cristo, crucificado y resucitado, es revelación auténtica del amor misericordioso en profundidad. El es rey de nuestros corazones.

3. "Cristo tiene que reinar" en su cruz y resurrección, tiene que reinar hasta que "devuelva a Dios Padre su reino..." (1 Cor 15, 24). Efectivamente, cuando haya "aniquilado todo principado, poder y fuerza" que tienen al corazón humano en la esclavitud del pecado, y al mundo sometido a la muerte; cuando "todo le esté sometido", entonces también el Hijo hará acto de sumisión a Aquel que le ha sometido todo, "y así Dios lo será todo para todos" (1 Cor 15, 28).

He aquí la definición del reino preparado "desde la creación del mundo".

He aquí el cumplimiento definitivo del amor misericordioso: ¡Dios todo en todos!

Cuantos en el mundo repiten cada día las palabras "venga a nosotros tu reino", rezan en definitiva "para que Dios sea todo en todos". Sin embargo, "por un hombre vino la muerte" (1 Cor 15, 21), la muerte, cuya dimensión interna en el espíritu humano es el pecado. El hombre, pues, permaneciendo en esta dimensión de muerte y de pecado, el hombre tentado desde el comienzo con las palabras: "seréis como Dios" (cf. Gen 3, 5), mientras reza "venga tu reino", por desgracia, se opone a su venida, incluso la rechaza. Parece decir: si en definitiva Dios será "todo en todos", ¿qué quedará para mí, hombre? ¿Acaso este reino escatológico no absorberá al hombre, no lo aniquilará?

Si Dios es todo, el hombre es nada; no existe. Así proclaman los autores de las ideologías y programas que exhortan al hombre a volver las espaldas a Dios, a oponerse a su reino con absoluta firmeza y determinación, porque sólo así puede construir el proprio reino; esto es, el reino del hombre en el mundo, el reino indivisible del hombre.

Cristo, Rey y Pastor bueno de los hombres

4. Así creen, así proclaman, y por esto luchan. Al comprometerse en esta batalla, parecen no advertir que el hombre no puede reinar mientras en él continúe dominando el pecado; que no es verdaderamente rey cuando la muerte domina sobre él... ¿Qué tipo de reino puede ser este, si no libera el hombre de ese "principado, potestad y fuerza", que arrastran al mal su conciencia y su corazón, y hacen brotar de las obras del genio humano horribles amenazas de destrucción?

Esta es la verdad sobre el mundo en que vivimos. La verdad sobre el mundo, en el cual el hombre, con toda su firmeza y determinación, rechaza el Reino de Dios, para hacer de este mundo el propio reino indivisible. Y, al mismo tiempo, sabemos que en el mundo está ya el reino de Dios. Está de modo irreversible. Está en el mundo: ¡está en nosotros!

Oh! ¡de cuánta potencia de amor tiene necesidad el hombre y el mundo de hoy! ¡De cuánta potencia del amor misericordioso! Para que ese reino, que ya está en el mundo, pueda reducir a la nada el reino del "principado, poder y fuerza", que inducen el corazón del hombre al pecado, y extienden sobre el mundo la horrible amenaza de la destrucción.

¡Oh! ¡cuánta potencia del amor misericordioso se debe manifestar en la cruz y en la resurrección de Cristo! "Cristo tiene que reinar...".

5. Cristo reina por el hecho de que lleva al Padre a todos y a todo, reina para entregar "el reino a Dios Padre" (1 Cor 15, 24), para someterse a si mismo a Aquel que le ha sometido todas las cosas (1 Cor 15, 28).

El reina como Pastor, como el Buen Pastor.

Pastor es aquel que ama a las ovejas y tiene cuidado de ellas, las protege de la dispersión, las reune "de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad" (Ez 34, 12).

La liturgia de hoy contiene un emocionante diálogo del Pastor con el rebaño.

Dice el Pastor: "Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear... Buscaré las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente" (Ez 34, 1516).

Dice el rebano: "El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas, y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre...

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor, por años sin término" (Sal. 22 [23], 1-3. 6).

Este es el diálogo cotidiano de la Iglesia: el diálogo que tiene lugar entre el Pastor y el rebaño y en este diálogo madura el reino "preparado desde la creación del mundo" (Mt 25, 24).

Cristo Rey, como Buen Pastor, prepara de diversos modos a su rebaño, esto es, a todos aquellos a quienes El debe entregar al Padre "para que Dios sea todo para todos" (1 Cor, 15, 28).

6. ¡Cuánto desea El decir un día a todos: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino" (Mt 25, 34)!

¡Cómo desea encontrar, al culminar la historia del mundo, a aquellos a los que podrá decir: "...tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme" (Mt 25, 35-36)!

¡Cómo desea reconocer a sus ovejas por las obras de caridad, incluso por una sola de ellas, incluso por el vaso de agua dado en su nombre (cf. Mc 9, 41)!

¡Cómo desea reunir a sus ovejas en un solo redil definitivo, para colocarlas "a su derecha" y decir: "heredad... el reino preparedo pare vosotros desde la creación del mundo"!

Y, sin embargo, en la misma parábola, Cristo habla de las cabras que se hallarán "a la izquierda". Son los que han rechazado el reino. Han rechazado no solo a Dios, considerando y proclamando que su reino aniquila el indiviso reino del hombre en el mundo, sino que han rechazado también al hombre: no le han hospedado, no le han visitado, no le han dado de comer ni de beber.

Efectivamente, el reino de Cristo se confirma, en las palabras del último juicio, como reino del amor hacia el hombre. La última base de la condenación será precisamente esa motivación: "cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo" (Mt 25, 45).

Este es, pues, el reino del amor al hombre, de amor en la verdad; y, por esto, es el reino del amor misericordioso. Este reino es el don "preparado desde la creación del mundo", don del amor. Y también fruto del amor, que en el curso de la historia del hombre y del mundo se abre constantemente camino a través de las barreras de la indiferencia, del egoismo, de la despreocupación y del odio; a través de las barreras de la concupiscencia de la carne, de los ojos y de la soberbia de la vida (cf. 1 Jn 2, 16); a través del fomes del pecado que cada uno lleva en sí, a través de la historia de los pecados humanos y de los crímenes, como por ejemplo los que gravitan sobre nuestro siglo y nuestra generación... ¡a través de todo esto!

¡Amor misericordioso, te pedimos que no nos faltes! ¡Amor misericordioso, sé infatigable!

¡Sé constantemente más grande que todo el mal que hay en el hombre y en el mundo! Sé más grande que ese mal, que ha crecido en nuestro siglo y en nuestra generación!

¡Sé más potente con la fuerza del Rey crucificado!

"Bendito su reino que viene".


 

La palabra del Papa al Angelus

Desde el comenzo de mi ministerio en la sede de San Pedro en Roma, consideraba este mensaje como mi tarea particular

1. "No temas, María, porque has hallado gracias delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin" (Lc 1, 30-33).

Recordamos hoy estas palabras que la Virgen de Nazaret escuchó en la Anunciación. Las recordamos, al rezar el Angelus en la fiesta de Cristo Rey.

El que había sido concebido en el seno de la Virgen es el Rey.

Y aunque, al ser acusado ante Pilato por afirmar que era rey, contestó: "Mi reino no es de este mundo" (Jn 18, 36), aunque no haya heredado el trono terreno de David, sin embargo, reina "en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin".

Precisamente porque su reino "no es de este mundo" y se mide con un metro diverso del de los otros reinos terrenos y de las dominaciones temporales.

2. Se mide con el metro del amor, con el metro del amor misericordioso. Hace un año publiqué la Encíclica "Dives in misericordia". Este circunstancia me ha hecho venir hoy al santuario del Amor Misericordioso. Con esta presencia deseo confirmar de nuevo, de alguna manera, el mensaje de la Encíclica. Deseo leerlo de nuevo y proclamarlo nuevamente.

Desde el comenzo de mi ministerio en la sede de San Pedro en Roma, consideraba este mensaje como mi tarea particular. La Providencia me lo ha asignado en la situación contemporanea del hombre, de la Iglesia y del mundo. Incluse se podría decir que precisamente esta situación me ha asignado como tarea ese mensaje ante Dios, que es Providencia, que es misterio inescrutable, misterio del amor y de la verdad, de la verdad y del amor. Y mis experiencias personales de este año, vinculadas con los acontecimientos del 13 de mayo, por su parte me mandan gritar: "Misericordiae Domini, quia non sumus consumpti" (Lam 3, 22).

Por esto rezo hoy aquí juntamente con vosotros, queridos hermanos y hermanas. Rezo para profesar que el amor misericordioso es más potente que cualquier mal que se acumula sobre el hombre y el mundo. Rezo juntamente con vosotros pare implorar ese amor misericordioso para el hombre y para el mundo de nuestra difícil época.

3. "Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto" (1 Cor 15, 20).

Hoy, mientras tratamos de abrazar con el corazón y con la plegaria el misterio del Reino de Cristo, volvemos a encontrar en él de modo particular a los que nos han dejado, "a los que han muerto". Todo el mes de noviembre está dedicado al recuerdo de éstos: cercanos y lejanos, todos.

Sólo en este Reino que Dios ha establecido en Jesucristo, estos difuntos nuestros permanecen en unión con nosotros. Y nosotros con ellos.

"...si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida (1 Cor 15, 22).

Profesamos la fe en la comunión de los Santos y en la vida eterna.

El Reino que "no es de este mundo" (Jn, 18,36), no tiene en cuenta los límites de la muerte y del sepulcro, a los cuales, en todo lugar de la tierra, está sometido "este mundo" y el hombre que vive en él.

Cuando profesamos este Reino, volvemos a confirmar la presencia en el mundo de Aquel, para quien todo existe: Deum, cui omnia vivunt, venite adoremus.

4. Precisamente en la solemnidad de Cristo Rey del año pasado, un violento terremoto se abatía sobre las regiones de Basilicata y de Campania, provocando muerte, dolor, destrucción. En este momento, aquí, ante el santuario del Amor Misericordioso, recordamos en ferviente oración y confiamos al infinito amor de Dios Padre las almas de los hermanos y de las hermanas que perdieron la vida en aquellas terribles circunstancias. Pero debemos recordar y orar también por los superviventes, por los que en aquel triste acontecimiento lo perdieron todo: casa, bienes, campos, puesto de trabajo, iglesias, pueblos. A un año de distancia muchos y graves problemas de carácter social no están todavía resueltos. Por esto, hoy, mientras dirijo a los hermanos y a las hermanas de las zonas afectadas por el sisma mi afectuoso saludo de estímulo, siento la necesidad de dirigir una cálida invitación y una apremiante llamada a todos, para que cada uno, según sus posibilidades y su área de competencia, dé una generosa, activa aportación para que las legítimas expectativas de esas queridas poblaciones no queden ulteriormente defraudadas.


El saludo del Superior General Padre Gino Capponi al Santo Padre en nombre de nuestras dos Congregaciones

Bienvenido y bendito en nombre del Amor Misericordioso

Beatísimo Padre:

En este dia radioso, que el Señor ha hecho don inestimable de gracia para nuestra Familia, surge desde el profundo de nuestros corazones, la más gozosa gratitud a Vuestra Santidad. La Madre Fundadora, todas las Esclavas y los Hijos, al saludar al Vicario de Cristo, bienvenido en el nombre del Amor Misericordioso, piden la luz y el consuelo de su palabra y de su magisterio.

El carisma de nuestra vocación se funda sobre la divina realidad y sobre el jovial testimonio del Amor Misericordioso, propuesto estupendamente de nuevo, a nuestra época, por la Encíclica "Dives in Misericordia", publicada exactamente hace un año; y hoy aquí, Santo Padre, con su presencia evangelizadora, subraya y anuncia, desde este santuario, a los fieles y sobre todo a los indiferentes y a los lejanos, el misterio mesíanico del Cristo Rey de Amor.

Por nuestra parte, conocedores de los límites, pero también de los religiosos deberes de la Familia del Amor Misericordioso delante de la Iglesia, hemos querido organizar un primer convenio sobre el tema de la Encíclica, del que la venida entre nosotros de Vuestra Santidad, constituye la más codiciada y valiosa introducción.

Su presencia en este día dejará en nuestros corazones y en el desarrollo de nuestras Congregaciones signos incancelables, que madurarán en vigorosos estímulos pare una respuesta cada vez más responsable y confiada a las exigencias de nuestra vida consagrada.

Serán muchos también los recuerdos exteriores que evocarán en futuro este día de gracia para nosostros, entre ellos esta sala de reunión donde nos encontramos, que de ahora en adelante se llamara "Sala Juan Pablo II".

Padre Santo, tenues expresiones son estas de nuestra afectuosa veneración hacia la Cabeza visible de Iglesia, pero están animadas por una fe sincea y humilde y que esperamos sea cada vez más operante. Fe que nos ha sido transmitida por la obra formativa de la Madre Fundadora. Es por esta fe que nos atrevemos a ofrecer a Vuestra Santitad el firme propósito de querer corresponder cada vez más fielmente a los orientamentos de su gobierno pastoral.

Mientras repetimos nuestro profundo gracias, invocamos sobre la Madre y sobre cada uno de nosotros el consuelo y el gozo de una particular Bendición Apostólica.


Alocución del Santo Padre a los religiosos y religiosas del Amor Misericordioso

Vuestra vocación reveste un carácter de viva actualidad

Queridísimos hermanos y hermanas:

Al comienzo de este deseado encuentro con vosotros, Esclavas e Hijos del Amor Misericordioso, quiero dirigiros las palabras de San Pablo a los Corintios: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo" (2 Cor 1, 3).

El consuelo que esta peregrinación proporciona a mi corazón, es ciertamente también el vuestro, nacido de la certeza de ser fielmente escuchados por la bondad divina, incluso "en todas nuestras tribulaciones". Si Dios y su amor son para nosotros el consuelo que nadie puede quitarnos ― "nadie será capaz de quitaros vuestra alegría" (Jn, 16, 22) ―, al mismo tiempo estamos llamados a alimentar en nosotros la solicitud ineludible de hacer a todos partícipes de este amor.

 

El Crucifijo y la Eucaristía, la palabra y la reconciliación

1. Para liberar al hombre de los propios temores existenciales, de esos miedos y amenazas que siente inminentes por parte de individuos y naciones, para cicatrizar tantos desgarramientos personales y sociales, es necesario que a la presente generación ― a la qual se extiende también la misericordia del Señor cantada por la Virgen Santísima (cf. Lc 1, 50) ― se le revele "el misterio del Padre y de su amor". El hombre tiene profunda necesidad de abrirse a la misericordia divina, para sentirse radicalmente comprendido en la debilidad de su naturaleza herida; necesita estar firmemente convencido de esas palabras tan entrañables para vosotros y que son frequentemente el objeto de vuestra reflexión, esto es, que Dios es un Padre lleno de bondad que busca por todos los medios consolar, ayudar y hacer felices a los propios hijos; los busca y los sigue con amor incansable, como si El no pudiese ser feliz sin ellos. El hombre, el más miserable y, finalmente, el más perdido, es amado con immensa ternura por Jesús que es para él un padre y una tierna madre.

2. De estas breves alusiones se deduce que vuestra vocación parece revestir un carácter de viva actualidad. Es verdad que la Iglesia, durante los siglos, también mediante la obra de varias órdenes y congregaciones religiosas, ha proclamado siempre y ha profesado la misericordia divina, siendo su administradora solícita en el campo sacramental y en el de las relaciones fraternas, pero quisiera poner de relieve sólo que vuestra profesión especial toca directamente el núcleo de esta misión, y os habilita para ejercitarla institucionalmente.

Deseo muy de corazón que el espíritu de vuestro instituto, quel leva en sí el fervor de los comienzos, se exprese mediante una piedad sólida, una entrega desinteresada y un ardiente compromso apostólico, como dan fe de ello las grandiosas construcciones surgidas en pocos decenios en torno a este santuario, y las muchedumbres que acuden para renovar y acrecentar la propia vida cristiana.

Deseo expresar mi complacencia por todo lo que se ha realizado en el campo de la asistencia y de la santificación del clero diocesano. Esta tarea entra de lleno en el fin específico de la congregación de los Hijos del Amor Misericordioso, y para su realización las Esclavas prestan su delicada colaboración. Efectivamente, se lee en el libro de las normas que traduce a la práctica las constituciones: "Ayudarán a los acerdotes en todo, más con los hechos que con laspalabras", y todo esto con espíritu de alegre y generosa entrega. Un particular esfuerzo se lleva a cabo para estimular entre los sacerdotes diversas y progresivas formas de cierta vida común (cf. Presbyterorum ordinis, 8).

Las Esclavas, por otra parte, desarrollan en sus casas toda una serie de oportunas tareas asistenciales que dan testimonio de una generosa flexibilidad en la adaptación a las exigencias caritativas de los lugares y a las peticiones de la autoridad eclesiástica.

3. Y ahora, queridos hermanos y hermanas, quisiera dirigiros una viva exhortación a ser sabiamente fieles a vuestra vocación.

Conscientes de la necesidad que tiene el hombre moderno de encontrarse con el amor del "Padre de las misericordias", y contentos de estar consagrados a la difusión de este amor, ofreced, ante todo en el ámbito de vuestra familia, un testimonio sereno y convincente de caridad fraterna. "Congregavit vos in unum Christi amor": Cristo Señor se ha interesado por cada uno de vosotros y os ha reunido en congregaciones distintas, y en una única familia, para realizar, con modalidades diferentes, el mismo camino de perfección, en el desarrollo de la misma misión evangelizadora. La tarea de proclamar la misericordia del Salvador exige un testimonio que dé pruebas de unión, de mutuo amor misericordoso, como Jesús mismo ha exhortado con la fuerza trágica de su última hora: "Amaos unos a otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor fraterno es en sí mismo una prueba y una evangelización de la misericordia: "Que también ellos sean uno en nostros para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21).

Para construir el espíritu, antes aún que las estructuras de una congregación, es necesario relizar un amor que exige frecuentemente sacrificio y renuncia personal, en sintonía con todo lo que Cristo ha testimoniado, sobre todo con el sello de su extrema donación.

Esta llamada sugiere la invitación a profundizar cada vez más en las raíces de vuestro espíritu de familia, mediante una identificación intensa con los sentimientos de Cristo Crucificado y de Cristo Eucaristía, cuyas imágenes lleváis en vuestro emblema: tened en vosotros los mismos sentimientos que había en Jesucristo…, que se humilló… hasta la muerte de cruz (cf. Fil 2, 5-8).

No es posible ser heraldos de la misercordia sin la asimilación intensa del sentido y del valor de las donaciones extremas de un amor divino infinitamente más potente que la muerte: el Crucificado y la Eucaristía; de un amor inagotable, "en virtud del cual el Señor desea siempre unirse e identificarse con nosotros, saliendo al encuentro de todos los corazones humanos", como escribía hace un año en la Carta Encíclica "Dives in Misericordia" (núm. 13), a la que vosotros os proponéis recordar dentro de pocos días con un solemne congreso internacional.

Contemplando este amor, resulta menos difícil resistir al aura secularizante que, bajo el pretexto de cierto tipo de presencia en el mundo, podría haber empobrecido la fe y hecho menos viva la confianza y menos sobrenatural la caridad; resulta más fácil alimentar el buen espíritu que se os ha transmitido, para realizar en vosotros la bienaventuranza de los "misericordiosos", con el fin no sólo de obtener, sino también de irradiar misericordia.

Considerad a este santuario erigido para exaltar y celebrar continuamente los rasgos más exquisitos del amor misericordioso, como constante punto de referencia, cuna de vuestra vocación, centro y signo de vuestras espiritualidad particular.

Que se proclame siempre en él el alegre anuncio del amor misericordioso, mediante la Palabra, la Reconciliación y la Eucaristía. Es palabra evangélica la que pronunciais para confortar y convencer a los hermanos acerca de la inagotable benevolencia del Padre celestial. Es hacer posible la experiencia de un amor divino más potente que el pecado, el acoger a los fieles en el sacramento dela penitencia o reconciliación, que sé que administráis aquí con constante empeño. Es vigorizar de nuevo a muchas almas fatigadas y sancadas, en busca de un alivio que dé dulzura y robustezca en el camino, ofecerles el Pan eucarístico.

Este sublime ministerio de la misericordia, lo mismo que todas vuestras aspiraciones y actividades, las confío a María santísima, venerada por vosotros bajo el título de Mediadora, invocándola con fervor para que quiera concederos maternalmente y acelere para vosotros el don de su Hijo Jesús y, por otra parte, vuestra plena apertura a El. Mi exhortación y mi saludo lleguen igualmente a todos, Esclavas e Hijos de las diversas comunidades de Italia, España y Alemania, que no están presentes, con particular pensamiento de consuelo y de estímulo para las dos jóvenes comunidades misioneras de Brasil. Deseo a vuestra querida madre fundadora, que está aquí entre vosotros, que os vea a todos decididamente encaminados hacia la santidad, según sus aspiraciones maternas.

Dirijo, además, un saludo especial, lleno de buenos deseos de alegría y prosperidad cristianas, a vuestros amigos y a todos los que apoyan vuestras iniciativas apostólicas, mientras imparto a todos y a cada uno mi afectuosa bendición apostólica.


El Santo Padre al clero de Todi y de Orvieto

Haced de la Misericordia divina vuestro programa sacerdotal

Muy queridos sacerdotes:

He deseado encontrarme con vosotros, que pertenecéis al clero secular y regular de la Diócesis de Todi y Orvieto, unidas en la persona del Obispo, para manifestaros mi profundo afecto y daros ánimo en vuestra vida y en vuestro ministerio sacerdotal.

Me llena de gozo el veros reunidos en esta insigne Catedral tudertina, que junto a la de Orvieto aún más conocida, resume admirablemente la fe, el arte y la historia de las gentes de esta tierra. Me agrada también saber que deseais pasar conmigo un momento de fraternal comunión eclesial. Os saludo con sentida cordialidad; deseo abrazaros a todos, consolaros y daros las gracias por vuestra calurosa acogida.

Saludo en particular a vuestro Obispo Mons. Decio Lucio Grandoni y los dos Vicarios Generales.

1. Tendría muchas cosas que deciros y muchas que escuchar de vosotros, más un tiempo tan breve no me lo permite; me limitaré, por lo tanto, a exponeros algunos pensamientos que me sugieren las circunstancias de la visita de hoy al Santuario de Amor Misericordioso a Collevalenza.

Hablando a sacerdotes, pastores de almas, que son signos vivientes y eficaces de la misericordia de Dios, no encuentro consideraciones más estimulantes que las que emanan de esta virtud, que está al centro de la Iglesia, como fuente que chorrea y a la que todos se acercan para apagar su sed. Nunca el hombre ha tenido tanta necesidad de esta virtud, como en este tiempo.

Virtud que es necesaria sea para el progreso espiritual de cada alma que para el humano, civil y social. En efecto, si es vivida en plenitud, podrá renovar el tejido de relaciones dentro de vuestros presbiterios y dará a vuestras comunidades diocesanas mayor consistencia de amistad, de bondad, de concordia, de mutua estima y confianza y de solícita colaboración.

Viviendo esta espiritualidad, podrá haber entre vosotros discrepancia en el modo de ver, diversidad de libres opiniones, multiplicidad de iniciativas pastorales, pero no os faltará nunca la unidad de la fe, de caridad y de disciplina; no habrá entre vosotros carencia del sentido de comprensión y de indulgencia hacia las faltas de los demás. En particular vosotros sacerdotes ancianos, encontraréis el modo de comprender a vuestros hermanos más jóvenes; y vosotros jóvenes sabreis establecer con vuestros superiores relaciones de sincericlad y confianza, sin quitar al que dirige el deber de la responsabilidad y a vosotros mismos el mérito de la obediencia. Es en esta escuela de recíproca misericordia que se cumple y se celebra el misterio de la redención en la Iglesia. Haced de ella, sea en su carisma interior de perdón y de amor, sea en su exterior ejercicio del servicio a todas las necesidades de los hermanos, vuestro programa sacerdotal, para vivir en plenitud de fe y de leticia el misterio de Cristo muerto y resucitado.

2. Mas la caridad pastoral exige que vosotros sepais usar esta misericordia como alivio de las almas confíadas a vuestras solicitudes. Se puede decir que los sacerdotes son los primeros y los directos promotores de las obras de misericordia corporal y espiritual. Verdaderamente es así. Pero ¿qué comporta todo esto?

Todo lo dicho tree consigo un nuevo concepto de la función del pastor, el cual tiene que saber "compadecer" (Fil 2, 1), tiene que tener en el corazón una buena compasión (Ef 4, 32), no tiene que cerrarse delante de un hermano que se encuentra en la necesidad; en una palabra se tiene que convertir en un buen samaritano (cf. Lc 10, 30-37). Sin duda ninguna la función pastoral exige el ejercicio de la autoridad: el pastor es la cabeza, es la guía, es el maestro, pero en seguida entra en acción una segunda exigencia y es la del servicio. La autoridad en el pensamiento de Cristo no es para beneficio del que la ejerce, sino para provecho de aquellos a los que es dirigida. La autoridad es un deber y sobre todo un ministerio hacia los demás, para guiarlos a la vida eterna.

Esta función pastoral, si es realizada con semejante espíritu, lleva a su más plena expresión, es decir al don total de sí, al sacrificio; así como Jesús ha dicho y ha hecho de sí: "el buen pastor da la vida por su rebaño" (Jn 10, 11). En esta visión está encerrada una gran variedad de cualidades pastorales: la humildad, el desinterés, la ternura —recordar el discurso de Pablo a los cristianos de Mileto— (cf. Hechos 20, 17-38); pero también una gran variedad de exigencias del arte pastoral, como el estudio de la teología pastoral, de la psicología, de la sociología para evitar una fácil superficialidad en las relaciones con cada una de las almas y con las comunidades.

En particular, este amor misericordioso vosotros lo actuais en la administración de los Sacramentos, lugar privilegiado de misericordia y perdón. Como ya sabemos, el Padre que nos ha hecho hijos en el Bautismo permanece fiel a su amor aún cuando, el hombre, por su misma culpa, se separa de El. Su misericordia es más fuerte que el pecado, y el sacramento de la confesión es la señal más expresiva de ello, casi un segundo Bautismo, como lo llaman los Padres de la Iglesia. En la confesión la misma gracia del Bautismo, se renueva de hecho por una nueva y más viva inserción en el misterio de Cristo y de la Iglesia. También la fragilidad y la enfermedad física del hombre son, por misericordia de Cristo, ocasión de gracia: así como sucede en la Unción de los enfermos que esprime y renueva la inserción total del cristiano enfermo en el misterio pascual, como signo eficaz de alivio y de perdón. En efecto, en este sacramento el Cristo hace suya la fragilidad del hombre y la rescata, para que en la debilidad de la criatura se manifieste plenamente la potencia de Dios (cf. 2 Cor 12, 9-10).

Para el enfermo la Eucaristía es también sacramento de la misericordia divina, ya que es viático para el último viaje y está destinado de esta forma, a sostenerlo en el pasaje de esta vida al Padre y a proveerlo de la garantía de la resurrección, según las palabras del Señor: "Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré al fin de los tiempos" (Jn 6, 54). Es un gesto de verdadero amor confortar a los enfermos con este sacramento, el último, antes de que ellos vean a Dios más allá de los signos sacramentales y participen gozosos al banquete del Reino.

3. Muy queridos sacerdotes, en la administración de estos sacramentos de la misericordia sed siempre diligentes y fervorosos, sin ahorrar energías ni tiempo, profundamente conscientes que la "Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia — el más estupendo atributo del Creador y Redentor — y cuando acerca los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de la que ella es depositaria y dispensadora" (D.M. n. 13). Tened en vuestro ímpetu pastoral aquella paciencia y aquella bondad, de la que el Señor mismo nos ha dejado el ejemplo, habiendo venido no para juzgar, sino para salvar (cf. Jn 3, 17). Como el Cristo también vosotros sed intransigentes con el mal, pero misericordiosos hacia las personas. En las dificultades que pueden encontrar, los fieles tienen que hallar en las palabras y en el corazón de vosotros pastores el eco de la voz del Redentor: "manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29).

Siguendo las huellas que, con sus ejemplos, os han dejado luminosas figuras de sacerdotes y Obispos — entre los que recuerdo el digno y solícito Prelado Mons. Alfonso Maria De Sanctis, al cual se debe la construcción del Santuario del Amor Misericordioso —continuad vuestra obra de animación cristiana entre estas queridas gentes de Todi y de Orvieto. Cuidad la vida de oración y de bondad para ser ministros ejemplares y portadores de alegria y serenidad a todos. Cultivad la intimidad con Cristo, mediante una sincera y profunda vida interior, recordándoos siempre que vuestra misión es la de ser testigos de lo sobrenatural y anunciadores de Cristo a los hombres de nuestro tiempo, los cuales advierten cada vez más, aunque las apariencias tal vez puedan hacer pensar el contrario, el llamamiento y la necesidad de Dios.

Canfío estos deseos a la Virgen Santísima, Madre de la Misericordia. Ella no dejará de protegeros y de asegurar para vuestro sacerdocio su maternal y potente intercesión. Haga Ella florecer el número de aquellos que aspiran al sacerdocio y siguen el divino Cordero donde quiera vaya El.

Con mi Apostólica Bendición.


Presentamos una traducción nuestra de la Bula Papal con la que el Santo Padre Juan Pablo II, en el recuerdo de su peregrinaje a Collevalenza el día 22 de noviembre del 1981 ha querido otorgar a nuestro Santuario el título de BASILICA MENOR.

 

PAPA JUAN PABLO II

De Perpetua Memoria

Entre los primeros viajes Apostólicos, que hemos emprendido una vez repuesto en salud, con el corazón sumamente agradecido a Dios clemente, sin dada el realizado a Todi y precisamente al Santuario dedicado a Cristo Rey Señor, bajo el título luminoso y suave del Amor Misericordioso en el pueblo de Collevalenza de la misma diócesis, nos es todavía de extraordinaria consolación y de gozoso recuerdo.

En aquel lugar con renovada admiración hemos quedado sorprendidos de la espléndida belleza de aquel templo sublime y grandioso en todas sus partes; tal que Nosotros mismos lo hemos considerado digno de ser honorado con el título de BASILICA MENOR; en realidad tal dignidad es requerida ya sea por el arte sacra de ese templo, ya sea sobretodo por la actividad pastoral que en aquel lugar se desarrolla para consolidar la fe de los cristianos y la piedad hacia el Señor Misericordioso.

Por esto con mucho gusto, queremos condescender a las peticiones y a las oraciones del Venerable Hermano Decio Lucio Grandoni Obispo de Todi, el cual nos pidió en su nombre, en el del clero y en el de los fieles de la ciudad de proveer de esta forma al honor del templo y de la Capilla del Crucifijo con esta nueva y admirable denominación otorgada en efecto, él — y Nosotros con él — confíamos que esto favorecerá en gran manera, la salvación de los hombres.

Por lo cual en base a la decisión de la Sagrada Congregación para los Sacramentos y para el Culto Divino y por la plenitud de Nuestra autoridad Apostólica, en virtud de esta carta y para siempre, el sagrado templo que hemos recordado, en la ciudad de Collevalenza, dedicado a Cristo Rey Señor — Amor Misericordioso — es elevado al título y a la dignidad de "BASILICA MENOR" con todos los derechos y las concesiones litúrgicas que le corresponden. Observadas las normas relativas según el decreto "del título de Basílica Menor" del 6 de Junio del 1968.

No obstante cualquier cosa en contrario.

Además ordenamos que esta carta Nuestra se cumpla puntualmente y produzca sus efectos lo mismo ahora que en el futuro.

Concedido a Roma, en San Pedro, bajo el Anillo, del Pescador, el día 17 de Abril del año 1982, cuarto de nuestro Pontificado.

† Agostino Card. Casaroli

Secretario de Estado


ALGUNOS PENSAMIENTOS ENTRESACADOS DE LOS ESCRITOS
DE LA MADRE ESPERANZA

Hoy dÍa 5 de noviembre de 1927

… yo debo llegar a hacer que los hombres le conozcan no como Padre ofendido por las ingratitudes de sus hijos sino como bondadoso Padre que busca por todos los medios la manera de confortar, ayudar y hacer felices a sus hijos y que los sigue y busca con amor incansable como si El no pudiese ser feliz sin ellos. ¡Cuánto me he impresionado esto, Padre mío!»(Ficha A.M., n. 1, p 1).

 

En Dios todo está al servicio del amor

«Me parece, que todos los atributos de nuestro buen Jesús están al servicio del amor, y así veremos que su ciencia la emplea en reparar nuestros errores, su justicia en corregir nuestras iniquidades, su bondad y misericordia en consolarnos y colmarnos de beneficios y su omnipotencia, en sustentarnos y protegernos». (Perf, n 12, p 20).

 

Su amor desimula nuestras faltas, sostiene nuestra causa, espera nuestra conversion

«Jesús mío, sé que Tú llamas a todos sin excepción, habitas en los humildes, amas a los que te aman, juzgas la causa del pobre, te compadeces de todos y nada odias de cuanto tu poder creó; disimulas las faltas de todos los hombres y los aguardas a penitencia, y recibes al pecador con amor y misericordia. Abreme también a mí, Señor, el manantial de la vida, concédeme el perdón y aniquila en mí todo cuanto se opone a tu divina ley». (Novena A.M., día 7°).

«Tengamos muy grabado dentro de nuestros corazones, que no contentas con crucificar una vez a nuestro Dios, con el pecado original, lo hemos hecho muchas veces con nuestros pecados personales, y que apesar de tanta malicia y obstinación, El todavía alega en favor nuestro la disculpa de nuestra ignorancia. ¡Cuán bueno es! Y qué cierto es, que la pasión nos ciega, el interés nos ofusca y la ambición nos deslumbra, para no ver cuando pecamos y que el amor a nosotras mismas, nos hace olvidarnos del amor que le debemos a nuestros Dios, y la soberbia nos hace levantarnos contra nuestro Creador.
Alegad, alegad Jesús mío, que somos ciegas y que no sabemos lo que es ofender a un Dios tan grande, a un Padre tan bueno». (Circ, n 31, p 61).

 

Como el corazón late por todos los miembres del cuerpo

«Pongamos especial interés en hacer comprender a nuestros hermanos que Jesús es para todos un bondadoso Padre y que nos ama con un amor infinito, el cual no hace distinciones. El hombre más perverso, el más miserable y aun el más abandonado es amado por Jesús con ternura inmensa, es para él un padre y una tierna madre. Jesús, no hace distinciones entre las almas, si no es para conceder a alguna de ellas gracias extraordinarias o más especiales, o sea, prepararla a mayores sufrimientos y a que ellas sean como el pararrayos de sus hermanos. Yo comparo, el amor de Jesús con el corazón humano. Este envía la sangre hasta las extremidades del cuerpo, distribuyendo la vida aun a los miembros más humildes. De igual manera, las pulsaciones del Amor Misericordioso. El corazón de Jesús, late con inmenso amor por todos los hombres. Late por las almas tibias, late por los pecadores, late por las almas santas, por las fervorosas y por los infieles y herejes; late por los moribundos y por las almas del Purgatorio; late por las almas bienaventuradas a quienes glorifica en el cielo.

 

Ama más a quien tiene más necesidad

El buen Jesús me ha encargado comunique a cuantos conmigo traten: que El ama a todas las almas lo mismo y que si alguna diferencia existe es la de amar más a aquellas que, cargadas de defectos, se esfuerzan y luchan para ser lo que El desea y que el hombre más perverso, el más abandonado y miserable es amado por El con inmensa ternura» (Hist, 19.11.1928).

«Dios se anticipa a recibir al alma pecadora, arrepentida, abrazándola con amor, apenas ella viene hacia El y sin echarle en rostro sus faltas, la cubre de gracias y dones, (Esclavas... p 266)

 

Es un padre, no un juez severo

Que estas almas lleguen a comprender que tienen un Padre que no cuenta, perdona y se olvida. Que es un Padre no un juez severo, que es un Padre santo, sabio y bello, que está esperando al hijo pródigo para abrazarse con él». (Exh, 2.1.1965).

[ Home page | Eventi ]


realizzazione webmaster@collevalenza.it
ultimo aggiornamento 31 marzo, 2011