Te llamarás Esperanza

Juan José Argandoña Ros, fam

Breve semblanza de Madre Esperanza de Jesús

Edizioni Amore Misericordioso, 8 febbraio 2008

 

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ERA MURCIANA

No suele llover a menudo en tierras murcianas; diríase más bien que llueve muy poco, a veces incluso después de largas sequías, pero cuando le da por llover no es raro que caigan de repente auténticos diluvios. De modo que los agricultores esperan el don de la lluvia, pero a veces con cierta precaución.

Sucede pues que en algunas ocasiones se abren las cataratas del cielo y el agua en vez de bajar a gotas cae a cántaros y en un abrir y cerrar de ojos se forman auténticas riadas que descienden por las secas torrenteras llevándose por delante lo que pillan y provocando terroríficas inundaciones. Estamos hablando de lo que puede suceder en cualquier momento en tierras murcianas y lo decimos porque es lo que sucedió cierto día en Santomera, más precisamente en el barrio del Siscar.

En este arrabal del feraz pueblo murciano hoy conocido como "el limonar de Europa" acababa de nacer una hermosa niña, morena y con grandes ojos negros a quien sus padres en la pila del bautismo de la parroquia de Santomera le pusieron por nombre Josefa; para los íntimos y mientras no se hiciera mayor, Josefina.

Nació tan menudita y tan pobre Josefina Alhama Valera que por no tener no tenía ni siquiera una casita propia, un lugar donde "reclinar la cabeza". Sus papás le dieron, eso sí, dos hermosos y sonoros apellidos, el primero incluso con marcado sabor árabe y más tarde le fueron regalando una hermosa colección de hermanitos. Hasta nueve.

En la pobreza se parecerá a Jesús de Nazareth desde el propio nacimiento, así como en otros muchos aspectos le irá imitando progresiva y sistemáticamente durante todo el arco de su dilatada vida.

También es verdad que un amigo de su padre les prestó, para que la utilizaran como vivienda, una humilde barraca que a su vez tenía arrendada.

El amigo generoso se llamaba Antonio y le apodaban El Morga y la pequeña construcción en madera, caña y barro, la típica "barraca" de la huerta murciana, era propiedad de los Campillo, una pudiente y humanitaria familia que ayudó de diferentes maneras y en distintas ocasiones a los Alhama Valera.

Será porque los ricos saben bien resguardarse de las inclemencias de la naturaleza y colocan sus doradas guaridas en lugares seguros al contrario de los pobres que se guarecen donde buenamente pueden, será por lo que sea, pero casi siempre las calamidades naturales azotan sin piedad a los más desprotegidos.

Sucede ahora con inundaciones y terremotos y sucedía en tiempos de Josefina. El caso es que una repentina y furibunda "ramblada" se llevó cierto día su casita de juguete y con ella a uno de sus hermanitos.

José Antonio Alhama Palma y María del Carmen Valera Buitrago, padres de la Madre Esperanza.

Siempre ha habido y seguirá habiendo personas buenas y generosas, no necesariamente ricas y algo tendrán las iglesias si normalmente los necesitados acuden más a sus puertas que a las de los bancos, por poner un ejemplo, donde a nadie se le escapa que hay más dinero, aunque de lo que se trata y de eso los mendigos saben un rato, es de encontrar generosìdad.

La parroquia de Santomera dista unos pocos kilómetros del barrio del Siscar donde propiamente Josefina había nacido, pero en su pila bautismal es donde la bautizaron y le pusieron ese hermoso nombre que más tarde perdería...

En un grueso libro el párroco de entonces Don Manuel Aliaga Hernández apuntó que el día 29 de Septiembre de 1893 había celebrado el bautismo de una niña a quien puso el nombre de María Josefa. Estaba presente en la ceremonia el padre, José Antonio, pero no la madre María del Carmen por lo temprano que entonces solía ser el bautismo, aunque esta vez probablemente hubo precipitación a la hora de apuntar la fecha puesto que hay motivos para creer que la niña nació el día 30 que es cuando se ha celebrado siempre su cumpleaños.

En la casa parroquial vivían dos hermanas del párroco, que, como solía suceder antes con cierta frecuencia, se habían consagrado al servicio de éste y de la propia iglesia.

Parroquia de Santomera, pila bautismal

Fueron ellas, Inés y María Aliaga, quienes se hicieron cargo de la niña con la doble intención de ayudarle a su familia en la difícil tarea de sacar adelante tantos hijos con tan pocos medios y de disponer de una pequeña criadita que, con los recados típicos de estos casos, se ganaba el pan y la instrucción. Es sabido en efecto cuánto entonces un niña podía aprender sin necesidad de ir a la escuela.

Josefina aprendió pronto y bien a bordar, a cocinar, a realizar las típicas labores de la casa, pero qué duda cabe que en donde disfrutaba de una situación privilegiada era en todo lo referente a su preparación religiosa. Manifestó por otra parte bien pronto una innata predisposición hacia todo lo que a la religión se refìriera. Todo hace presumir que desde su primera infancia fue una amiga íntima de Jesús y que su amistad y el grado de intimidad con Él no hizo en toda la vida más que crecer y crecer.


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TRAVIESA, MA NON TROPPO

Con todo no faltan en su infancia algunas anécdotas de esas que son más propias de una niña traviesa que de un angelito propiamente dicho.

¿Cómo explicar sino lo que sucedió cierta tarde de juegos infantiles con la colcha de la cama de los papás? Pues que como el pobre burro que se estaba prestando a la diversión de las niñas no disponía de mucho jaez o quizás también por la propia dureza del espinazo del cuadrúpedo, lo cierto es que Josefina, sin pensárselo dos veces, fue, cogió, trajo, recortó un enorme agujero con las tijeras en medio de la susodicha colcha, introdujo la cabeza asnal por la abertura, se la endosó cual gualdrapa al orejudo y a cabalgar con mucha más comodidad.

Amigas cómplices contarán muchos años más tarde que aquella tarde hubo "hule" en casa lo cual tampoco nos extraña mucho si pensamos en los tiempos que corrían y en la pedagogía al uso, pero todo hace pensar que fue la primera y última vez que Josefina necesitó argumentos tan persuasivos. Aunque vete a saber... porque resulta que en otra ocasión colocó un hermanito para que descansaran ambos en el agujero de un viejo olivo, sobre improvisado lecho de ricas y secas hojas y luego, al ir a rescatarlo, tras divertidos y prolongados juegos por los campos, se percató que el muy ladino se había hundido por el interior del tronco hasta las mismísimas raíces. La paciencia y pericia de un leñador y el propio sacrificio de la planta evitaron lo peor. Entre hojas, polvo y hormigas, el infante apareció ileso y supongamos que su hermana también.

Considero oportuno asomarme personalmente a este extraordinario escaparate que, como el lector comprobará en seguida, es la vida de Madre Esperanza, para que compruebe también, que por muy increíble que le resulte, Madre Esperanza no es uno de esos santos de la Edad Media, o más antiguos aún, envueltos en un halo de misterio y de magia que nos quedan lejanos y difícilmente asimilables. Madre Esperanza es, iba a decir, una santa de nuestros
días y sus testigos estamos vivos y lo que contamos, lo hemos visto con nuestros ojos.

Actual parroquia de Santomera

Verás, amigo lector, en seguida que esta aclaración era más que oportuna.

De pequeño vivía yo con la Madre. Ella era nada menos que la Fundadora y yo un jovencísimo seminarista religioso al que la pasta, estábamos en Italia, le hacía menos gracia que a Mafalda la sopa. La mismísima Fundadora me había otorgado la gracia de disponer de cinco minutos de propina, después de que mis compañeros habían salido del refectorio dejándome solo con el plato prácticamente intacto, para que buscara la manera de deshacerme de aquella masa rojiza y fría, para mí insufrible.

Un día vino ella misma a hacerme compañía, no a librarme de la obligación. Se sentó a mi lado y a modo de consuelo me contó que ella también había pasado en su niñez por un trance parecido.

No le gustaba ni pizca la sopa y también a ella su mamá la dejaba sola delante del plato con la inevitable obligación de acabarla costara el tiempo que costare. Pero su mamá tenía otras obligaciones y un día, al ausentarse ella, no se le ocurrió otra cosa que deshacerse de la dichosa sopa escondiéndola... en un zapato.

Asi se zafó por esa vez de su desagradable tarea y, descalza como un pajarillo y como de costumbre, pudo dedicarse a lo que realmente le gustaba: jugar. La sorpresa le sobrevino cuando a la tarde tuvo que salir y al ir a poner el calzado se olvidó de su contenido.

Tampoco sería justo ni acertado dar la imagen de una Josefina traviesa y juguetona. Todo hace pensar por el contrario que desde su más tierna infancia Dios puso sobre ella una mirada especial, la rodeó de un cariño casi excluyente y fue de la manera más completa correspondido. Así lo hace pensar otra inocente travesura envuelta esta vez en un entrañable halo de sabor eucarístico.

Daba por aquel entonces los últimos coletazos un siglo si es que no había empezado ya uno nuevo - Josefina había nacido el 30 de Septiembre de 1893 - y las normas establecían que los niños hicieran la Primera Comunión hacia los doce o trece años.

Precisamente en 1903 sería elegido Papa San Pío X que será quien decidirá adelantar la fecha hasta los siete años, medida que ha sido respetada y alabada hasta estos últimos años cuando se da la paradoja de que los críos nacen y se desarrollan más listos que el aire y sin embargo la edad para la Primera Comunión se está retrasando más y más.

Fuera como fuese Josefina sentía cada vez más fuerte la atracción de Jesús Eucarístico, así como suena, y ya no aguantaba más la espera, para ella particularmente dolorosa e insufrible.

El caso es que determinó adelantar la fecha en cuanto la ocasión se presentase.

Viviendo en casa del cura y adiestrada por las hermanas de éste, su preparación debía de ser más que suficiente y como acabamos de decir, su deseo vehemente. Y la ocasión se presentó. El párroco había salido de viaje y en la celebración de la Misa le sustityó un sacerdote anciano que no conocía a la chiquilla.

Esta que vio en el cambio la complicidad del cielo no se lo pensó dos veces. Sin llamar la atención se colocó en la fila, al momento de la Comunión, al lado de las ancianas más bajitas y, llegado su turno, se elevó como pudo en punta de pies para aparentar mayor estatura y así camuflar su falta de edad canónica y finalmente pudo comulgar. Al hecho de haber previamente desayunado una abundante taza de chocolate no le dio entonces importancia, no obstante la vigente obligación de observar el ayuno antes de comulgar.

Le recordó, eso sí, a Jesús lo difícil que lo tenía para repetir en fechas inmediatas y le rogó encarecidamente que por nada del mundo se fuera de ella antes de que pudiera recibir de nuevo la Santa Comunión. Por su parte se comprometía solemnemente a no hacer nada que pudiera provocar su alejamiento.

Bastantes décades más tarde recordará ella misma esta experiencia y manifestará su firme convicción de que en efecto Jesús jamás se ausentó de su interior. Siendo luego Fundadora y reconocida pedagoga aconsejará a sus Hijos e Hijas que inculquen en los niños de sus colegios la más tierna devoción a Jesús Eucaristía y que les animen a pedir a Jesús que permanezca en su interior después de comulgar seguros de que El permanecerá mientras no se le eche con el pecado

Cuando Josefina, acabada la infancia, se encontró en la encrucijada de la vida y en la necesidad de darle a ésta un rumbo definitivo, tenía las ideas bien claras: "¿Dónde iba a vivir y a qué se iba a dedicar? Lo más cerca de Jesùs, a su directo servicio. La suya iba a ser una vida consagrada; quería ser religiosa.


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Y... MONJITA SE QUISO METER

Sus padres pensaban de manera distinta y además le recordaban su condición de hermana mayor de una familia numerosa.

Bajo ningún pretexto consintieron prescindir de su valiosa colaboración en la familia y mientras gozaron de la patria potestad le negaron sistemáticamente su consentimiento. Pero llegaron los 21 años y con ellos la mayoría de edad de Josefina y la libertad legal de hacer de su vida lo que ella mejor considerase. Consideró que no precisamente la suya sino la voluntad de Dios era que entrase en el convento del Calvario de Villena.

Restos del convento de las Hijas del Calvario, en Villena

La verdad es que en un principio a Josefina le hubiera gustado atender a los enfermos y hasta se presentó en una ocasión en un hospital para probar con las religiosas que lo atendían, pero, según cuenta ella misma en su diario, la prueba no tuvo éxito. Pasando por el pasillo de un pabellón entre una doble fila de camas, la joven laica le indicó a la religiosa que le iba enseñando la instalación un enfermo que agonizaba pensando que ésta no se había percatado. La monja se limitó a tapar el enfermo con una sábana y siguió adelante.

Al notar la extrañeza de Josefina le espetó: "Tranquila, que ya te irás acostumbrando; pronto se te endurecerá el corazón a ti también" a lo que la buena de Josefina replicó; "Antes de que se me endurezca el corazón prefiero marcharme" y se fue.

Del Calvario de Villena ya no queda ni rastro. Alguien tuvo la ocurrencia de salvar de entre las ruinas la gran cruz de hierro del campanario y llevarla a Italia para que la guardasen en el Santuario del Amor Misericordioso. Allí, junto a la que fue habitación de la Madre, se guarda también una hermosa maqueta del Calvario hecha con frutos secos y pesetas. Es cuanto queda del primer convento a cuyas puertas llamaba Josefìna nada más cumplir los veintún años. Durante la guerra civil sufrió la casi total destrucción y así quedó hasta que hace unos años las autoridades locales decidieron proceder a su definitiva demolición con fines turisticos.

Cuando llegó Josefìna el convento constaba de una reducìda comunidad, apenas diez hermanas y casi todas ellas de edad avanzada, por lo que su futuro era más bien incierto.

Vivían de manera muy austera, prácticamente de la limosna que recogían bajando una vez a la semana a la población y aún así encontraban tiempo y energía para dedicarse a la instrucción de las niñas. Muchos años más tarde algunas de éstas, ya ancianitas, recordarán con edificación la labor de las religiosas y en particular la aplicación y la bondad de Josefìna, que en su primera profesión había asumido el nombre de Esperanza de Jesús Agonizante (1916).

Era en efecto característica del instituto la meditación de los rasgos de la Pasión del Señor y para ello les servía de acicate la custodia a ellas encomendada de los Pasos de la Semana Santa.

Recordarán también sus alumnas que era particularmente esperada la bajada al pueblo de Esperanza porque ya la acompañaba su fama de bondad, por su afabilidad con todos y porque en su extrema pobreza siempre tenía algún detalle no solo para las niñas sino también para sus familias.

En Noviembre de 1921 hará su Profesión Perpetua asumiendo el nombre de Esperanza de Santiago. Pese a lo profético que resultará con el tiempo, no debió de ser ni de su elección ni de su agrado tal nombre, porque, como ella comentará con humorismo más tarde, lo llevaba una vecina suya, vendedora de dátiles, que tenía por costumbre limpiarse las manos restregándoselas con energia... en su propia pechera.

Merece recordar también que cuando en 1921 Esperanza dejó Villena para recalar en Madrid, si bien ella hubiera querido irse sin ser notada y así lo esperaba, se encontró con que prácticamente toda la población la esperaba en la estación para tributarle una cálida despedida.


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FUE TAMBIÉN CLARETIANA

En vista de que el convento era único y con poco personal, la misma Madre Esperanza, junto con M. Mercedes Vilar Prat, aconsejadas por el P. Juan Oteo y con la colaboración del Obispo de Cartagena-Murcia, Mons. Vicente Alonso Salgado, cooperó para que la Sagrada Congregación de los Religiosos aprobara la fusión de Las Hijas del Calvario de Villena con las Misioneras Claretianas. El decreto de anexión se firmaba en Roma el 30 de Julio de 1921.

De nuevo Josefina volverá a profesar los votos solemnes esta vez en otra congregación.

Durante nueve años será religiosa claretiana, hasta la Nochebuena de 1930 cuando, previa dispensa de votos, fundará las Esclavas del Amor Misericordioso. En nueve años la obediencia le proporcionó estancia en cinco comunidades distintas. Menos de un mes permaneció en Villena, después de la fusión, para ser sucesivamente trasladada a los conventos de Vicálvaro, Vélez Rubio y Calle de Toledo y Calle del Pinar en Madrid. Menos de superiora le tocó hacer de todo: portera, sacristana, administradora, encargada de los niños...

La vida religiosa era evidentemente su hábitat natural, el lugar y la forma de vida donde podía rea­lizar el sueño más profundo de su alma: vivir con y para el Esposo Divino, dedicándose al mismo tiempo al servicio de las almas.

Si de su infancia se podría decir que fue casi la de una niña normal y corriente, de su juventud ya no se puede decir lo mismo. Pronto nos damos cuenta al asomarnos a su biografia de que nos encontramos ante un caso absolutamente excepcional, de esos que están llamados a dejar una huella imborrable en la historia de una nación, de la Iglesia. Vaya el lector preparándose a descubrir en nuestros días hechos y fenómenos que pensábamos más bien propios de tiempos antiguos si no de la exagerada piedad de algunos biógrafos medievales. Lo curioso de este caso es que de las extraordinarias gracias que el Señor se dignó prodigar en la vida de Madre Esperanza los testigos oculares están o estamos en buena parte aún vivos y de lo que contamos estamos dispuestos a dar fe personalmente, aunque hasta ahora nos ha resultado más cómodo guardarlo para nosotros mismos. Así que a atarse los machos y "p’alante".

Madre Esperanza Claretiana

Bueno será dejar bien sentado desde un principio que, según la sana y tradicional doctrina de la Iglesia, si bien la gracia es gratuita y no digamos una misión especial, cuando uno pone de su parte todo lo que le corresponde y vaya si Esperanza lo puso, la gracia de Dios encuentra terreno abonado y a ver quien es el que le pueda poner límites. Quede también claro por otra parte que en todo lo que a santidad se refiere la Iglesia tiene la última palabra.

Total, que si Josefina lo que buscaba en el convento era una vida retirada y apacible se equivocó totalmente. Desde el principio su vida religiosa no pudo ser anónima y tranquila.

Dios quería servirse de este instrumento dócil y disponible hasta el heroísmo para una finalidad de gran envergadura y puso manos a la obra sin pérdida de tiempo. Con asombro unos y recelo otros iban viendo las personas que con ella convivían que Dios le concedía numerosas gracias extraordinarias. Sufrimientos físicos atroces se mezclaban con consolantes experiencias místicas.

El Obispo de Pasto, en Colombia, mandó publicar en "El Boletín de la Diócesis" que la joven religiosa española se le había aparecido en bilocación para darle urgentes avisos de parte de Dios. Hasta de América comenzaban a llegar visitas a la puerta del convento preguntando por ella.

Ahora, con la perspectiva y las aclaraciones que otorga el tiempo, vemos con claridad que Dios había puesto su mirada en esta su humilde esclava y se la reservaba para llevar a cabo un plan especial en beneficio de la humanidad. Iba a ser la depositaria de un carisma extraordinario: sería la encargada de difundir por el mundo la "nueva" devoción del Amor Misericordioso.

Para ello tenía que ser santa, pero santa de verdad. Fueron sus directores espirituales quienes, desde la privilegiada perspectiva de su alma fana como un libro abierto, pudieron vislumbrar su misión y la prepararon a conciencia.


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OTRA CLASE DE ENTRENADORES

Han perdido quizás bastante protagonismo hoy día los Directores Espirituales y hasta puede que el mismo nombre suene un poco arcaico, pero nadie les puede negar la importancia que han tenido en la gestación y desarrollo de la santidad de muchos, o de todos los santos que en la historia de la Iglesia han sido.

En la vida de Madre Esperanza la importancia de la figura del Padre Espiritual ha sido capital. Hay dos constantes fijas en toda su trayectoria: será su principal y más firme interés hacer siempre todo lo que el Señor le pida cueste lo que costare y pondrá de su parte todo lo que de ella dependa para no defraudarle nunca ni en nada a su esposo divino y por otra parte jamás hará nada que el Director Espiritual no apruebe o permita.

Huelga también recordar que estamos en otros tiempos, con otros métodos por lo que cuanto sigue no debería herir modernas sensibilidades.

El Padre Antonio Naval, que, estaba al corriente de cuanto la gracia divina iba obrando en su interior, enseguida se dio cuenta que su dirigida era un caso especial, con una misión extraordinaria y procedió a prepararla a conciencia.

Cuando se enteró que venían desde Colombia a visitar en Madrid a la "santa" religiosa le propuso como antídoto contra la soberbia, que recibiera a la ilustre comitiva comiendo plácidamente un mendrugo de pan como si hubiera perdido el juicio. En efecto la escena que los huéspedes se encontraron en el locutorio del convento era una mezcla de comicidad y patetismo. La pobre religiosa mordisqueaba con avidez su trozo de pan con visajes de perfecta mentecata. Con todo aún pudo captar más allá de las rejas el comentario de una avispada señora:

"Hay que ver la virtud que tiene esta monjita; está claro que lo que está haciendo no es de su gusto sino el efecto de alguna penitencia u obediencia".

Otra vez se vio obligada a pasear en pleno agosto, bajo un sol canicular, por las calles de Madrid, resguardándose... ¡de la lluvia! bajo uno "de esos gigantescos paraguas que se utilizaban para los carros" según relataba ella misma en clave humorística muchos años más tarde.

El día anterior, que sí llovía, la superiora le había prestado un paraguas para salir a la calle. Esperanza notó enseguida que estaba todo roto "con las varillas que se iban cada una por un lado" y se atrevió a preguntar: ¿"Y con esto voy a salir yo a la calle?" a lo cual respondió la Superiora: "¿Y por qué no? Con esto acabo de regresar yo". Esperanza no rechistó, cogió el paraguas y salió pero sin abrirlo porque prefirió calarse entera antes de llamar la atención de la gente con semejante artilugio.

Al día siguiente tuvo la ingenuidad de confesarle al Padre Naval su pecado de vanidad y éste ni corto ni perezoso le ordenó salir de nuevo por las calles céntricas de la capital de España pero con el descomunal paraguas carrero de franjas rojas y verdes bien abierto bajo el sol.

Al relatar esta anécdota a sus hijas años más tarde la Madre añadía su propio colofón: "Le doy gracias al Señor por poner en mi camino a este santo sacerdote que me hizo pasar por trances extraños, pero que le hizo un gran bien a mi alma porque en mi juventud estaba yo más bien llena de mi misma y él, que me conocía, me hizo pasar por un camino duro pero seguro"

Sonado fue también el ejercicio de humildad del babero. Usaban entonces las Claretianas una especie de babero blanco y a ella le gustaba llevarlo bien almidonado e impecable. También le gustaba llevar relucientes los zapatos por pobres y sencillos que estos fueran. Es más, le pareció que la hermana encargada de almidonar el de la Madre General no lo hacía de la mejor de las maneras por lo que se ofreció a sustituirla ella misma, así aprovechaba para llevar el suyo propio como los chorros del oro.

Atenta observadora como era de los más íntimos pliegues de su alma, pronto se dio cuenta que por ahí le entraba y crecía la vanidad por lo que pronto acabó advirtiendo al Padre Espiritual.

Este le dijo que hablaría con la Superiora, lo cual ya dio muy mala espina a la Madre, porque Don Antonio Naval solía pedir permiso a la Superiora antes de aplicarle correctivos públicos. Cuando regresó la decisión ya estaba tomada.

"Vamos a extirpar la mala hierba de la vanidad desde la raíz. He obtenido de la Superiora el permiso para que seas tú la portera durante un mes. Pues bien, atenderás a tu nueva función llevando la pechera bien sucia de chocolate". Al día siguiente él mismo observó el chocolate en la inmaculada pechera de la hermana tornera, pero en proporciones que a él le parecieron ridículas. "Te dije manchada de chocolate, no de sombra de chocolate; más, hija mía, mucho más".

Tuvo que aumentar naturalmente la dosis, y de esa guisa recibir en la portería a tirios y troyanos durante muchos días, pero pudo también constatar que en proporción menguaba su tendencia a la excesiva pulcritud y en definitiva a la vanidad y soberbia.

Cuando las pruebas no se las proporcionaba el Director Espiritual era la misma vida la que se las propiciaba y la pobre Esperanza continuaba haciendo acopio de méritos y de virtudes.


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BENDITAS VINAJERAS

Esta vez la prueba arranca de las ganas de bromas de una joven novicia. Era entonces sacristana y solía dejar las vinajeras a secar en el borde del pozo. La Superiora la reprendió en una ocasión porque, dijo, había peligro de que cayeran al interior. La sacristana obedeció y desde entonces dejó las vinajeras en el suelo, sin ninguna clase de peligro. Pero en esto se le ocurre a la novicia escondérselas a título de inocente broma. Al no encontrarlas en su sitio Esperanza acude a la Superiora para comunicarle que no encuentra las dichosas vinajeras, si bien ella ya no las deja en el parapeto, sino al seguro. La Reverenda, menos obediente, le dice de todo y le ordena que saque el agua del pozo hasta dejarlo bien seco de modo que pueda recuperar lo que por su desobediencia y descuido ha extraviado.

Esperanza comienza a las ocho de la mañana. En un supremo intento de lograr lo imposible, ya que el pozo es de manantial, ata a los extremos de una cuerda dos cubos de modo que uno baja mientras el otro sube lleno de agua fresca y cristalina.

A eso de las diez de la mañana pasa la Superiora y refrenda su mandato: "Hasta secarlo totalmente". La novicia se ha olvidado de la travesura y está en lo suyo.

Esperanza experimenta lo difícil que puede llegar a ser la obediencia, pero no cede ni un instante. Le sangran las manos y el alma. El pozo se resiste. Parafraseando la jota navarra: "A la fuente voy y bebo y el agua no la aminoro porque yo la restituyo con las lágrimas que lloro", ella contará más tarde: "derramaba más gotas de sudor mi cuerpo que agua el pozal".

En el refectorio a la hora de la comida la susodicha novicia ve que falta Esperanza; entonces se da cuenta del desaguisado y corre donde la Superiora para confesar su infantil pecado. Esta, sin más explicaciones, le levanta a la sacristana el mandato, avisándole, eso sí, que otra vez sea más previsora y... obediente.

Hoy, en Collevalenza, junto a la que fue habitación de la Madre durante muchos años, sus Hijas han preparado un pequeño museo. El visitador profano queda horrorizado al ver la variedad y cantidad de instrumentos de mortificación que Esperanza se aplicó a si misma durante toda su vida y digo a si misma porque si bien en su tiempo eran bastante comunes en las diferentes congregaciones, cuando ella será Fundadora no consentirá que los utilicen los miembros de su familia religiosa.

Sin embargo las múltiples pruebas que tanto la ayudaron a alcanzar la heroicidad de las virtudes, las solía traer a colación más tarde para inculcar la virtud de la obediencia a sus hijos e hijas


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QUÉ TENDRÁ EL DOLOR

El paralelismo con Jesús, que será sorprendente durante toda la vida de Esperanza, comienza desde el anonimato de la infancia y se materializa sobre todo en el dolor.

No acabamos los hombres de hoy de familiarizarnos con el dolor. El dolor y la muerte siguen sobrecogiéndonos. Convivimos, pero sin aceptarlos del todo. La muerte es, lo sabemos, nuestra puerta del más allá, conditio sine qua non para acceder a esa felicidad perfecta a la que aspira todo nuestro ser y que en esta tierra sabemos que no se da. Sin embargo no figura entre nuestras aspiraciones primordiales, ni siquiera entre nuestros temas ordinarios. El dolor nos acompaña desde el primero hasta el último suspiro de nuestra existencia y sin embargo esta es un continuado esfuerzo por debelarlo o al menos alejarlo de nosotros.

Sabemos los cristianos que no se lo evitó Dios a su Hijo sino que en el sufrimiento atroz físico y moral radica su actuación en orden a la salvación de los hombres. También la Virgen María se unió a la Pasión de su Hijo y mereció el nombre de Dolorosa y la grandeza de los Santos no conoce mejor baremo que precisamente la participación al dolor salvífico y purificante del Redentor.

Es paradójica pero está ahí una consideración que los que vivimos con la Madre Esperanza podemos hacer. Siempre la hemos conocido enferma. Sufrió múltiples y gravisimas enfermedades algunas de las cuales mortales de necesidad. En varias ocasiones médicos españoles antes e italianos después, anunciaron su próximo desenlace porque a la luz de la ciencia era inevitable y fácilmente diagnosticable y luego tuvieron que certificar su repentina curación sin darse explicación alguna.

Pues bien, con ese cuadro clínico a sus espaldas, su actividad fue absolutamente excepcional, inexplicable incluso para una persona que hubiese gozado de una salud de hierro durante toda su vida. Además de que sus fundaciones, obras sociales, viajes están ahí, el cúmulo de trabajo que era capaz de desarrollar en el arco de un día causaba estupor en cuantos con ella vivían. Poquísimas horas de sueño le bastaban - a su habitación se retiraba más para rezar que para dormir - y a la mañana temprano antes que nadie ella se levantaba y acudía solícita a la cocina a facilitarle parte del trabajo del día a la cocinera porque solía decir que ese era uno de los oficios más ingratos de la comunidad y que la pobre hermana encargada se merecía aprecio y ayuda.

La presencia del dolor físico en cantidades industriales se detecta en la vida de la Madre desde su juventud.

Como en la vida de casi la totalidad de los Santos, se alternan en la de la Madre Esperanza gravísimas enfermedades e inexplicables curaciones. Por suerte es tan moderna ella, tan reciente su vivencia, que disponemos de abundante documentación, seria y faheciente, para poder tratarlas de manera exhaustiva. Conoció las interioridades de hospitales y quirófanos, sobre todo en el tiempo que estuvo bajo la obediencia religiosa, y la reconocieron muchos médicos españoles e italianos, aunque ella, en extremo recatada y despreocupada por la salud, los rehuía con tenaz perseverancia, convencida como estaba, que las pruebas físicas Dios se las proporcionaba y Dios se las quitaba.

Valga una pequeña anécdota. Cierta dama romana le había enviado una vez a Collevalenza un afamado especialista. Se dejó reconocer por pura cortesía y ni se inmutó ante el veredicto. Eran tan graves y numerosas las dolencias que el galeno le diagnosticó que tenía que guardar cama y recurrir a varios y costosos medicamentos. Humilde y rápidamente se retiró a su habitación, mas no tardó mucho en asomarse a la puerta para preguntar:

– ¿Se ha ido ya ese médico romano?

– Acaba de marcharse, Madre.

– Menos mal; pues yo me voy a la cocina que estará la pobre cocinera acusando mi ausencia, con el trajín que tiene entre manos.

No le gustaba perder el tiempo en chequeos y visitas, pero era disciplinada y afable en esos momentos, aunque su disponibilidad no siempre llegaba a satisfacer a los doctores. Estos la comprendían y sobre todo los que ya la conocían se lo tomaban con filosofía porque la salud de la Madre los traía de cabeza. Un doctor de Todi que la atendía con cierta asiduidad, solía contestar cuando desde Collevalenza le llamaban por teléfono angustiados porque la Madre estaba gravísima.

– ¿Es que ya no tiene nada que hacer? Porque si sigue teniendo trabajo la Madre, ya me diréis a que voy yo allí...

– "Imposible acostarme, Doctor, (le solía replicar ella con su gracejo sureño en aquella mezcla de italo-español que nunca logró depurar del todo) tengo mucho trabajo y no puedo tomarme el lujo de ir a la cama". Y el pobre hombre se iba preguntándose a la luz de la ciencia cómo aquella mujer podía tenerse en pie con semejante cuadro clínico.

El Doctor Rafael Nevado Requeña certifica en tierras malagueñas el 22 de diciembre de 1925: "He conocido a Madre Esperanza de Santiago Alhama Valera que reside en este convento de María Inmaculada de Vélez Rubio, de estatura regular, físico fuerte, tez blanca, clara inteligencia, resistente al dolor, atenta y premurosa con todo el mundo, respetuosa con sus superiores, cariñosa y discreta con las niñas en el colegio y en la formación.

Sus padres y sus hermanos viven y ninguno de ellos ha padecido enfermedades infectivas o contagiosas. No ha tenido enfermedades particulares en su infancia... en Madrid ha sido intervenida por quiste ovárico...".

Ella misma nos lo cuenta: "Se llevó a cabo la operación en el mes de Enero de 1922 en el hospital de San Carlos; me operó el Doctor Recaséns, sé que me abrieron el vientre y creo que la operación consistió en la asportación de un ovario y de parte del útero, según me informó el médico antes de operarme.

La herida permaneció abierta durante quince días después de la operación. Entonces volvieron a coserme los puntos y yo regresé a casa sintiéndome curada. Transcurrido un mes sufrí una caída y se rompió la sutura interna por lo que de nuevo me llevaron al San Carlos y el hijo del señor Recaséns - ya que su padre estaba ausente - me abrió y de nuevo me hizo la sutura; permanecí otro mes en el hospital de San Carlos... regresé a casa y esta vez me caí de una escalera, apareció entonces una hinchazón en el vientre de la forma y tamaño de un sombrero... el doctor me la redujo... pero aumentó de volumen a causa de un esfuerzo que hice".

Vómitos continuos, dolores tan fuertes que tienen que suministrarle gotas de cloroformo… Y la herencia de una respetable hernia.

Se intentará reducirla con otras dos intervenciones, pero inútilmente, como también será inútil el remedio que el Doctor Pérez del Yerro intentará practicándole un vendaje que en vez de procurar mejoría le causará supuraciones por todo el cuerpo.

Será entonces cuando, por consejo de la Madre Superiora, la paciente, por medio de una novena, acudirá al Venerable Padre Antonio Maria Claret para que arregle él lo que los médicos no pueden. La noche entre el 6 y el 7 de septiembre Esperanza se encontró total e inexplicablemente curada.

Difícil de ahora en adelante seguir con precisión los avatares de la salud de la Madre. Ya hemos dicho que sus males van y vienen con total desconcierto. En los dos años siguientes siente serias molestias intestinales. "No podía comer nada porque todo me hacía daño y me provocaba continuos vómitos de sangre. A primeros de febrero de 1925 la situación se agrava. Acude el Doctor Andrés que únicamente logra hacerle recuperar el conocimiento perdido.

El 15 del mismo mes Don Andrés Gómez párroco de Santa María de la Antigua le dará la Extrema Unción pero sin Viático porque todo lo devuelve. El 16 a las dos y media ha perdido el pulso y todo hace pensar que es el final. A las siete pide la Comunión, comulga y se siente curada. Si nadie se lo explica ella lo tiene muy claro: "Volví a encomendarme a mi santo Padre Claret con una confianza que es difícil de explicar. Poco después he recibido la Comunión y con ella el don de la salud, sintiéndome totalmente curada como si antes no hubiese tenido nada".

Lo dicho, en la vida de Madre Esperanza, se constata claramente que la enfermedad, con toda su gama de dolores es una forma de santificación personal; su total y constante aceptación le ayudará a asemejarse siempre más a su Amado y a vivir en íntima unión con él, sin obstaculizar nunca el cumplimiento de cuantas tareas el Señor le irá encomendando.


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EN PRIMERA PERSONA

Se da en este punto de la vida de la Madre un dato de capital importancia: por pura y simple obediencia a su Director Espiritual irá de ahora en adelante escribiendo un diario íntimo donde anota las vicisitudes de la vida y las particulares gracias que Dios tiene a bien concederle con inusitada abundancia.

Así comienza su "Relación escrita por sólo la obediencia prometida a mi Padre Espiritual P. Antonio Naval religioso de la Congregación del Corazón de María": "En el año 1927, siendo yo religiosa de la Congregación de María Inmaculada, el día 30 de octubre el Buen Jesús me pide que me dé de lleno a trabajar fuertemente con el P. Arintero, religioso dominico, para hacer conocer la devoción del Amor Misericordioso".

En el archivo de Collevalenza se conservan varios cuadernos manuscritos donde la Madre ha ido escribiendo una maravillosa love story en clave mística, superando con increíble fuerza de voluntad pudores y temores, con perseverancia de cartujo, con perspicacia de adulto e inocencia de niño al mismo tiempo. Llegan sus "confesiones" hasta el año 1957 - ya respetada Fundadora, ya instaurada en Italia - cuando anota sin más que el P. Gialletti, elegido Secretario General y residente en su misma comunidad puede perfectamente continuar el Diario por lo que ya no es preciso que lo haga ella. Lástima.

Así que de aquí en adelante tendremos a menudo para seguir los pasos de su vida y para interpretar acertadamente los increibles sucesos que la acompañan, su propio personal testimonio.


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EL PELEAS CONTRAATACA

Ella lo llamaba "el tiñoso", pero por ponernos al día podríamos modernizarle también el nombre, ya que es un ser tan escurridizo que muchos apodos le valen y de hecho se le han ido dedicando. Me refiero simple y llanamente al demonio. A la pobre Esperanza la llevaba por el retortero.

Quizás hoy día atraviese su temporada más favorable, ya que con el poco interés que se le dedica, es de suponer que resulte favorecido a la hora de llevar a cabo sus actividades con la menor resistencia posible. Realmente se registra al presente una situación contradictoria: por una parte nunca como hoy se le han dedicado symposiums, películas, reuniones, misas negras y otros ritos satánicos, mientras que por otra parte hasta en los mismos ambientes eclesiásticos se nota cierta tendencia a "pasar" de él cuando no a negarle el pan y la sal como si de una pura herencia literaria se tratara. Para Madre Esperanza se trató siempre y claramente de una realidad concreta, de un ser bien individualizado. Su contacto personal fue constante, sufrido, penoso. Le hizo pasar las de Caín. Por su parte ella, hasta con el peor adversario de su amado Jesús, más que desprecio, hostilidad o asco, lo que demuestra es en todo caso una infinita pena. Aparece en la biografía de la Madre desde su juventud asumiendo formas distintas, por lo general semblanzas de animales repugnantes y sus principales características son la mentira, la mezquindad, el resentimiento, la violencia y una mezcla de envidia y resquemor. La Madre intuye más allá de las apariencias mutables y mezquinas el drama de un alma que ha perdido, por su propia culpa, una condición sublime para caer en la más profunda abyección.

Aparece indefectiblemente en los momentos más señalados; cuando la Madre acaba de recibir de Dios encargos de especial importancia; cuando se dispone a intervenir en favor de algún alma en peligro, a la hora de escribir las constituciones de su Congregación, siempre que pueda chafarle buenas iniciativas o aguarle agradables celebraciones. Utiliza una virulencia verbal obscena y mentirosa y a menudo recurre a vejaciones físicas arrogándose unos permisos divinos para hacer daño e incluso para acabar con la vida, que él y la Madre bien saben que son inventados por su calenturienta fantasía.

Madre Esperanza y algunos entre los primeros Hijos del Amor Misericordioso

Repetidas veces la Madre llevó bien marcadas en su propio cuerpo las huellas de unas manos o garras que le producían profundas y dolorosas quemaduras particularmente en el cuello, correspondientes a intentos de estrangulamiento. Otras veces eran golpes, empujones, derribos, acompañados de frases soeces, amenazas, alusiones a personas y anuncios de próximas desgracias que por lo general no se producían porque para algo es el príncipe de la mentira.

Las personas que con ella convivían podían comprobar los efectos de sus ataques pero poco o nada podían hacer en favor de la víctima, porque para ellas permanecía invisible y además, como diríamos hoy, normalmente la cosa no iba con ellos.

En alguna ocasión se dieron casos de testimonios personales. Memorable fue el suceso de la Iglesia del Carmen en la ciudad italiana de Fermo. Recientemente lo recordaba y lo relataba en una conferencia uno de los testigos presenciales.

Residía entonces Esperanza, comienzos de la década de los 50, en la ciudad de Fermo (Provincia de Ascoli Piceno, a unos cuarenta kilómetros del Santuario de la Virgen de Loreto) y acababa de hacerse cargo del colegio de los Artigianelli del Sacro Cuore.

Uno de estos "artesanitos" vio con sorpresa cómo un ladrillo se elevaba y se abatía constantemente con fuerza contra el cuerpo de la Madre causándole un auténtico estropicio. Asustadísimo, sin saber que hacer, corrió en busca de algún cuidador para ponerlo al corriente del fenómeno y para que asistieran a la Madre. Precisamente Padre Franco Scendoni, el relator, fue uno de los primeros que acudieron para comprobar que la Madre acababa de recibir una descomunal paliza, con abundantes heridas sangrantes, incluida una fractura de muñeca, que, mal curada, la obligará a llevar una venda para el resto de su vida.

En su diario encontramos incluso diálogos con auténtico sabor a florecillas franciscanas. En 1929 Esperanza era una joven religiosa claretiana. Cuenta: "Pasé bastante mal la noche a causa de la visita del tiñoso el cual me dijo: «Cuándo dejarás de ser tonta y no hacer caso a ese Jesús que tú crees te ama y ya sabes te he dicho muchas veces, me ha dado permiso para que haga de ti lo que me da la gana, pero movido a compasión pensando en la recompensa que después vas a tener de haber hecho caso a ese Jesús de quien tan chiflada estás y que esta va a ser igual a la mía, no te quito la vida dejándote que disfrutes algo de ella y veas cómo desperdicias el tiempo. No seas tonta, te repito, y deja ya lo de la fundación y de comunicarte con "ese hombre" que sólo viene a curiosear sin pensamientos de ayudarte y la prueba la tienes en que no ha dado ningún paso encaminado a tu fin. Te repito, no seas tonta, disfruta lo que puedas, deja "ese hombre" antes que él te haga lo que te ha hecho el otro (P. Naval tuvo que dejar momentáneamente la dirección de la Madre en obediencia a sus Superiores) y puesto que ya eres toda mía no te importa nada abandonar a ese Jesús quien sólo te ha dado sufrimientos y disponte a disfrutar cuanto puedas»".

A todo esto yo contesté: "No te fatigues y puesto que ya has conseguido tu empresa de que yo sea tuya, descansa tranquilo que yo si en el otro mundo no puedo dar gusto a ese Jesús al que tanto amo, por lo menos tendré el consuelo de sufrir con alegría por su amor y para mayor gloria, cuanto El quiera".

Le costará ese "eterno adversario" como le llama Dante, darse por vencido y dejar en paz a Esperanza, incluso cuando podría pensarse que él también haría bien tomándose un descanso.

En Roma por lo menos descansan de vez en cuando sus colegas. Es lo que pudo comprobar ella misma en una ocasión. No recuerdo si de visión se trataba o de uno de esos "sueños" tan frecuentes también en la vida de Don Bosco. Jesús le indicó una legión de diablos que en los parajes de la romana Porta Maggiore, cual bandada de negros cuervos en reposo, ocupaban los históricos arcos y los tejados adyacentes muy entretenidos ellos en no hacer nada. Ante la sorpresa de la Madre por la inoperancia de unos seres que ella conocía tan activos y perseverantes, más sorprendente aún fue la explicación del Maestro: "Precisamente en una ciudad como esta a ellos no les queda mucho que hacer porque se encargan los mismos hombres de tentarse unos a otros".

Si bien las molestias diabólicas, puntuales, personalizadas, fueron violentas e inumerables algunos casos quedaron particularmente memorables. Vivía entonces quien estas líneas escribe en Collevalenza en la misma casa religiosa. Eran los tiempos de los latines y de la preparación al sacerdocio. Me tocó por lo tanto vivir el acontecimiento como quien dice de testigo ocular. Se había levantado aquella mañana la Madre, allá por el año 1960 algo indispuesta, para poder comulgar en la Misa de la mañana y se había vuelto a tumbar un rato sobre la cama. Las religiosas estaban alerta y particularmente las que limpiaban en las inmediaciones, no dejaban de echar una mirada a la puerta entreabierta de la habitación de la Fundadora cada vez que transitaban por allí con cualquier pretexto. Fue así como pudieron darse cuenta a tiempo y salvarla del incendio. ¿Que es lo que pasó? Vayamos por partes.

Pocos días antes, como muchos peregrinos que le solicitaban audiencia mañana y tarde, se le había presentado un señor mayor, masón, con la clara intención de atacarla verbalmente con contundencia. Y a fe que lo hizo. La acusó de ser una persona falsa y sin escrúpulos, que se aprovechaba de la buena fe de la gente sencilla para sacarles, so pretexto de obras sociales y religiosas, todo el dinero posible para así medrar y procurarse fama con sus construcciones. La Madre, que siempre manifestó su deseo de que quedara claro que sus obras eran no suyas sino de Dios y en todo caso de la generosidad de los italianos pobres y sencillos, nunca pedía nada a nadie, mucho menos exigir, pero aceptaba limosnas espontáneas que rogaba a los donantes apuntasen ellos mismos en un sencillo cuaderno.

Le rogó entonces al buen señor que él mismo lo comprobara personalmente examinando el cuaderno por el cual podría incluso individuar a los donantes y preguntarles sobre la voluntariedad de sus ofertas. El anciano cogió incrédulo el cuaderno entre sus manos y comenzó a examinarlo con atención.

La Madre le vio enseguida palidecer, transformarse su semblante, comenzar a sollozar para acabar pidiéndole perdón y manifestando que por las circunstancias de su vida, nunca había conocido la religión ni entendía de generosidades y de virtudes.

Lo que había comenzado como una prueba de paciencia acabó en catequesis. El masón se despidió comprometiéndose a conocer la religión católica y a cambiar de vida. Lo que se dice una conversión fulminante. Días más tarde vio comparecer en su presencia a la Madre con el aviso divino de que se bautizase cuanto antes porque el Señor se lo llevaba consigo. Así lo hizo y la Madre no tardó en enterarse. Estaba ella recostada en su cama cuando apareció el tiñoso resentido y furibundo. Le recriminó haberle arrebatado un alma que le pertenecía y descargó su rabia contra el cuaderno de marras al que agarró al tiempo que le prendía fuego y se lo arrojó encima en llamas. Las hermanas vieron salir humo de la habitación de la Madre e irrumpieron con prontitud. Lograron salvarla a malas penas de perecer abrasada. Le ardía el velo, el pelo, el hábito. Sobre la cama un tremendo agujero interesaba manta, sábanas y colchón. Un auténtico estropicio. A media mañana su secretaria, la ex noble y rica dama santanderina Esperanza de Jesús Pérez del Molino, salió al patio a buscar algún voluntario para que la ayudase. Este servidor se cargó sobre los hombros el maltrecho colchón con su enorme agujero y el olor a reciente chamusquina y atravesando el patio lo llevamos para guardar todo en una salita del seminario nuevo. Hoy se guarda y se puede ver en el museo del Santuario.

A primeros de febrero del 2001 los Hijos del Amor Misericordioso han celebrado una reunión en el marco de las celebraciones de sus propias Bodas de Oro. Hijos e Hijas juntos unos días en un clima de evocaciones y nostalgias. La Madre desde el cielo, donde lleva ya 23 años, ha gozado al ver su doble gran familia reunida en un ambiente de exquisita caridad. Los organizadores han logrado reunir a los primeros testigos y por vez primera hacerles contar en público, ante micrófono, sus primeros encuentros con la Fundadora, sus recuerdos más íntimos.

Así pudimos escuchar de la viva voz del P. Padre Franco Scendoni la historia del famoso ladrillo; Pietro Iacopini nos relató su convivencia juvenil con la Madre en la casita alquilada en Collevalenza y de otros ya fallecidos se leyeron sus relaciones escritas. A todos se les había pedido con tiempo que dejaran todo por escrito, pero siempre habían manifestado, lo mismo que la Madre, durante toda su vida una gran discreción y "riserbo".

Padre Arsenio Ambrogi es ya un venerando sacerdote. Fue párroco de Marsciano durante ocho años y si el buen árbol se reconoce por sus frutos la decena casi de religiosas que su parroquia produjo precisamente durante su estancia en ella hablan de la bondad de ese árbol.

Llamado personalmente por la propia Fundadora a formar parte de la Congregación de la que fue segundo General, se avino esta vez a contar su propia experiencia. Cuando acudió a visitarla la encontró en un estado lamentable.

La reciente conquista para su causa de este buen sacerdote le había costado a la Madre una soberana paliza. Ante la atenta y silenciosa asamblea el anciano y venerable religioso repitió y mimó tres veces la impactante impresión que le produjo ver a la Madre con las marcas evidentes de unas uñas que se habían marcado a fuego en su cuello; en la sien llevaba también claramente marcada la huella de un puño de la misma naturaleza.

Con todo la Madre estaba al corriente de las modernas teorías teológicas sobre el tema. Cierto día un joven sacerdote, uno de esos que salen del seminario dispuestos a comerse el mundo con las lecciones fresquitas y bien ordenadas en la mente, le iba explicando con riqueza de citas y argumentos cómo el Demonio ya no existe puesto que es el producto de temores e ignorancias de los antiguos; ya se sabe, al no poseer explicaciones científicas de los fenómenos naturales recurrían a su propia fantasía para aducir soluciones infantiles y mitológicas. La personalización del demonio no es más que la herencia de la cultura griega, que a su vez la deduce de los pueblos mesopotámicos que bebieron en fuentes anteriores... La Madre escuchaba pacientemente, casi divertida, la perorata; al final envolviendo al joven instructor en aquella mirada suya materna y penetrante se limitó a comentar: "A mí me lo vienes a decir, hijo mío".

Nueve años en la familia claretiana fueron una buena preparación. Era la vida religiosa obviamente su habitat, su auténtica vocación, pero aún siendo joven, había recorrido de prisa el camino de la santidad. Sus directores espirituales, como hemos visto, contribuyeron a que superara la etapa ascética con prontitud y suficiencia plena y se encontraba en el área imperscrutable de la mística. Eso le tenía que acarrear inevitablemente incomprensiones, malentendidos, persecuciones, en definitiva mucho sufrimiento moral. Era un aguilucho entre polluelos, por no acudir al manido símil del patito feo. Valga como muestra una anécdota. Se la oí relatar personalmente y la cuento como la recuerdo después de muchos años.

Era portera, cómo no, muy joven aún y acudió cierto día un mendigo con el cuerpo totalmente llagado a causa de cierta enfermedad que de alguna manera se había buscado. Antes que de cualquier otra cosa, estaba necesitado de un urgente y completo baño. Eso es lo que en ese momento su propio instinto caritativo le inspiró a la joven religiosa. Ni corta ni perezosa se armó de un gran balde de agua caliente, agua y jabón y en la misma portería del convento se puso a lavar al enfermo como si de una madre y su bebé se tratara. "Sin dejar ninguna parte del cuerpo" - añadiría ella misma con su gracejo sureño - porque todas ellas tenían la misma necesidad.

Quiso el diablo y el horario comunitario que en el transcurso de la operación la comunidad religiosa se tuviera que trasladar a la capilla para la Santa Misa. Las buenas hermanas al pasar por el lugar de los hechos no perdieron oportunidad de echar una furtiva mirada al espectáculo con el consiguiente escándalo y turbación. "Total, que al momento de la Comunión aquel día sólo yo me acerqué al altar a recibir a Jesús".

No es que quisiera dar lecciones a nadie ni jugar a reformadora, pero el nivel tan alto en el que normalmente se movía la colocaba con frecuencia en contraste con otras que en el ambiente religioso se encontraban cómodamente instaladas. Más o menos lo que le sucedía a Santa Teresa y a muchos otros santos que aún sin quererlo ni notarlo no dejaban de ser incómodos para sus propios hermanos de religión y de ideales.

Todo ello le proporcionaba profondo dolor añadido.

Escribe ella misma: "... entre los muchos sufrimientos que me abaten también merece enumeración especial el de que Jesús me haya dicho repetidas veces que el Instituto ... se vería disuelto como la sal en el agua, por no estar solidificado sobre la hermosa virtud de la caridad, y por hallar en él más bien que almas consagradas a su servicio exclusivo, mediante el escrupuloso cumplimiento de sus deberes, que es lo que Él pide a las religiosas, mujeres sin espíritu ni formación".

Más tarde también a sus propias hijas e hijos les repetirá que prefiere ver a su amadísima congregación disuelta y aniquilada antes que ver en ella instalada la comodidad y la molicie.


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ALGUNA QUE OTRA FLORECILLA

¿Cuáles habrán sido las reales relaciones entre San Francisco de Asís y el famoso lobo de Gubbio? ¿Prefirió simplemente el astuto mamífero el seguro aunque frugal menú del convento a la aleatoria caza montaraz o se trató de una sincera "conversión" y su posterior estancia en compañía de los frailes obedecía realmente a los dictámenes de una conciencia renovada y purificada? Tratándose del gran Francisco cualquier cosa podría creerse y de todos modos ahí está el ejemplo de este primer y gran ecologista mundial. Aún hoy día no acaba de sorprender en las dependencias de la Porziuncola de Santa Maria degli Angeli (Asís) la pareja de tortolillos que nidifican y a riguroso turno encuban sus huevos en el nido depositado en las mismas manos del Santo para regocijo de los peregrinos y de los fotógrafos de medio mundo.

¿Es que tuvo la Madre Esperanza alguna incursión reseñable en el mundo animal? No precisamente, amén de que todos los que le facilitaban carne para sustentar a sus pobres le merecían particular atención. Pero en su exigente recorrido ascético no dejó ni un solo peldaño sin arrostrar, ni un esfuerzo sin intentar. Sin embargo en su ancianidad aún le quedaban dos repugnancias por vencer. Por una parte, mientras se mostraba dispuesta a soportar todas las guarradas que el tiñoso quisiera conminarle, una había que le producía auténtico pavor. A Dios le rogaba que no se le ocurriera al enemigo meterle la cabeza en la taza del water porque se le antojaba superior a sus fuerzas. Y luego estaba ese bichito diminuto, simpático y juguetón que responde al nombre de ratón. Si todas las obras maestras necesitan un defecto por insignificante que sea para ser humanas ahí radicaba la imperfección de la Madre, su baluarte sin conquistar, por lo que la tarea del dominio sobre sí misma ella la consideraba lejos de estar acabada. De ello era consciente y se aplicaba a su manera. Con la correspondiente sorpresa el lector puede leer en su diario: "Hoy tengo conmigo un ratón bastante rebelde...".

En Campobasso durante algunos años estudiaron con nosotros en calidad de apostolinos dos sobrinos suyos, hijos de una hermana. Si bien de ninguna manera se le pueda aplicar la etiqueta de nepotista, mas bien todo lo contrario, alguna migaja de privilegio les tenía que caer a los dos sobrinos de la Fundadora, traviesos por otra parte como el que más. Fue así que nadie se preocupó de controlar sus idas y venidas por campos, cuadras y graneros de la granja aneja al seminario. A nadie menos al Padre Gino, atento confesor de la Madre, quien un día pretendió inspeccionar lo que con tanto sigilo y asiduidad le llevaban.

– "¿Pero se puede saber qué demonios es lo que le lleváis a vuestra tía con tanto sigilo?".

– "Mire, padre Gino, qué ratoncito tan hermoso; a la tía le encantan y se pone muy contenta cada vez que le llevamos uno; por poco cazamos otro mucho más grande, pero se nos ha escapado".

No eran tan pequeños Pedro y Pepe Fernández Alhama como para no sonrojarse de estupor cuando el sacerdote les explicó los verdaderos motivos por los que la Madre les solicitaba aquel curioso servicio familiar. Ella se los introducía en el seno y ahí los mantenía horas enteras en un doble acto de adoración de la obra de la creación y de personal mortificación y superacion. Desde luego que aquella complicidad se troncó de raíz.

A la luz de esta información asume significado especial otra anécdota de la juventud de la Madre de similares características. Desde luego que hay cosas y son muchas, que cuesta ponerse a escribirlas porque uno se imagina la dificultad que un lector normal y corriente encontrará para creerlas, pero por otra parte la Madre Esperanza es un ser tan fuera de lo normal que o se toma o se deja, pero no creo que se le haga ningún favor escondiendo los dones que Dios quiso otorgarle; sería como si a un bosque le quitáramos los árboles más raros para examinarlo mejor, para simplificar su clasificación.

Recuerdo habérselo oído contar a ella misma en mi infancia, -pero como vivía en mi propia comunidad la Hermana Inés Riesco, testigo ocular por ser entonces miembro jovencísimo de la comunidad de la Madre-, en compañía de dos alumnos del Instituto Irubide de Pamplona, Arantza Sola y Juan Carlos Ramos, que realizaban entonces un trabajo escolar sobre la Fundadora acudimos a Sor Inés para que lo recordase. ¡Vaya si lo recordaba la ahora, (allá por el 1982) anciana religiosa!

Ahí va pues otra florecilla de sabor franciscano pero de radiante actualidad. Había en la comunidad una auténtica plaga de ratas. Quien no tenga mucha familiaridad con estos roedores puede leer la obra galdosiana titulada "Gerona" y se podrá formar una idea de lo que podía llegar a ser una plaga de ratas en una casa o comunidad. Superfluo decir que las pobres hermanas no encontraban el remedio del mal por muchas intentonas que discurriesen, pero cual no fue la sorpresa de la comunidad cuando se enteraron que la joven Esperanza estaba compinchada con los invasores. Sea por su incansable intento por superar sus naturales repugnancias, sea porque las creaturitas realmente le dieran pena, el caso es que la religiosa, a escondidas, les llevaba alimento y había instaurado con los animalitos una relación de perfecto entendimiento. Cuando la cosa llegó a oídos de la Superiora conminó de la más apodíctica de las maneras a la cómplice que pusiese ella misma remedio como mejor supiera pero que el día siguiente no quería ver una sola rata en casa. Esperanza obedeció una vez más. Subió al desván, reunió a la totalidad de la manada y con voz compungida pero firme les informó que por voluntad de la Superiora todas ellas tenían que abandonar inmediatamente el convento. Los animales lo comprendieron y las atónitas religiosas (Sor Inés no olvidaría la experiencia en el resto de su vida) vieron a Esperanza bajar las escaleras seguida de una interminable hilera de ratas, atravesar los pasillos y dirigirse a la portería. Allí les abrió y por la puerta principal en compacta falange salieron todas a la calle sin que quedara ni siquiera una de recuerdo.


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REFORMADORA NO, FUNDADORA

Se las prometía felices Esperanza en la vida religiosa, consagrada a la iglesia, al servicio de los pobres, con su amado Jesús, sin tener en cuenta que el hombre propone y Dios dispone y Dios tenía la seria intención de proponerle un montón de cosas, por medio de su misma tendencia a hacer el mayor bien posible y a través de sus Directores Espirituales.

Ante todo Dios le sugiere una vida religiosa más comprometida, más contemplativa pero también más activa, una contemplación que genere directamente necesidad de acercarse más y de manera más efectiva a los pobres. Hay demasiados pobres y están demasiado cerca para que una comunidad Religiosa, pueda vivir tranquilamente a su lado sin intervenir para aliviar en lo posible sus necesidades, conforme y satisfecha con la perfecta observancia de sus rezos y horarios. No sólo ella lo veía así sino que el Director Espiritual la animaba a actuar y siempre para ella la obediencia a su Director era la más segura garantía de estar en sintonía con la voluntad de Dios.

Como para todos los demás reformadores, también para ella este intento le costará malentendidos y sinsabores, junto con la desinteresada adhesión y apoyo de las almas sencillas. El caso es que en principio fueron los Superiores y el mismo Obispo quienes la animaron e impulsaron a intentarlo. Es así como nacieron los experimentos de la Calle de Toledo y de la Calle del Pinar.


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EN LA CALLE TOLEDO

La Madre expuso a sus Superiores y al Obispo lo que el Señor le iba indicando interiormente y éstos le dieron sus permisos y bendiciones para que intentara un experimento en la Calle Toledo, trasladándose con otras hermanas para hacerse cargo de un internado de niñas que una Junta de Señoras católicas había fundado. La misma Madre Pilar Antín, Secretaria General y Consejera se declaró encantada de seguir a la Madre. Esta fue enviada no como superiora sino como administradora y encargada de las niñas. En conjunto la fundación no fue un fracaso para la Congregación sino un éxito; para Esperanza sin embargo será no el comienzo sino la continuación ya de un rosario de pruebas y sufrimientos. Para entonces se podría decir que ya se habían formado como dos partidos al rededor de ella: el de los que veían en ella un alma privilegiada por Dios y le ofrecían entusiástica adhesión y el de los que la tenían por una embustera, sobre todo cuando su conducta les resultaba incómoda.

Se le oirá decir años más tarde que su estancia en la Calle de Toledo podía haber constituido para ella una estupenda ocasión de santificarse si hubiese tenido la suficiente humildad y paciencia.

Así llegó la Navidad del 1927. Esperanza se sintió inspirada a ofrecer una comida a los pobres en esa ocasión tan señalada. Acudió a solicitar el permiso de la Superiora con bastante antelación pero ésta no debió de atreverse y le dio la callada por respuesta. Pasó el tiempo y tres o cuatro días antes de Navidad Esperanza volvió a la carga. La Superiora le preguntó esta vez de cuanto dinero disponía porque no pensaba cargar a la comunidad las consecuencias económicas de las veleidades caritativas de la joven religiosa. Esperanza le contestó que disponía apenas de trescientas pesetas, no muchas en verdad ni siquiera para aquellos tiempos. La Superiora zanjó la cuestión advirtiéndole que con aquello se las arreglara sin pretender echar mano de la despensa comunitaria.

Todo lo que pudo comprar con sus trescientas pesetas fue "un poco de carne, un poco de aceite y un poco de fruta, lo suficiente como para invitar a dos o tres personas. Pero llegó el día de Navidad y como llamados "de manera misteriosa" había acudido a la puerta del colegio tal cantidad de pobres que "formaban una hilera de la cual no se veía el final".

La Superiora se asustó ante semejante espectáculo y presa de ansiedad, llamó a la culpable:

– ¿Cómo se le ha ocurrido invitar a tanta gente?

– No he sido yo, Reverenda Madre.

– ¿Entonces quién?

– Habrá sido el Señor.

– ¿...?

Esperanza acudió a la capilla y descargó en la responsabilidad divina todo el asunto. El resultado fue que "el Señor fue tan grande y generoso que todos aquellos pobres comieron durante dos o tres meses y aún nos sobró carne, aceite y fruta". Ya va imitando a Jesús hasta en los detalles.

Los comensales eran casi cuatrocientos por lo que al problema del abastecimiento se unía el del alojamiento. Pensó Esperanza acomodar a toda aquella muchedumbre en una tejavana anexa al colegio, pero ya se sabe lo que dura el gozo en casa del pobre.

Un día irrumpió una de las peripuestas damas de la "Junta de Señoras Católicas" de las que el centro dependía y con muy malas pulgas apostrofó a la Madre:

– ¿Quién le ha dado a usted autorización para meter aquí a toda esta gente a ensuciar la casa?

– Pero si no han venido aquí a ensuciar, vinieron porque también para ellos era Navidad...

– Aquí meterá usted a quien quiera cuando esto sea de su propiedad.

– Esperanza, descorazonada, volvió a la capilla a desahogarse. Allí se sintió decir:

– Esperanza, donde no pueden entrar los pobres, tampoco tú tienes que entrar. Sal de esta casa.

– ¿Y adonde voy, Señor?


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A LA CALLE DEL PINAR

Madrid, Calle del Pinar 7

El mencionado y otros serios contrastes con las buenas señoras de la Junta pusieron de manifiesto que si las religiosas querían continuar con su experimento formativo–caritativo, bueno sería que se buscasen otro alojamiento. En efecto el 23 de febrero de 1929 inauguraban otra casa en la Calle del Pinar, siempre en Madrid. Podemos leer en una carta de Madre Pilar Antín al P. Felipe Maroto del 13 de diciembre de 1928: "... El Buen Jesús le ha dicho a la Madre Esperanza que si Angelita no le abría una puerta, Él le abriría una casa. Así la Providencia ha hecho que encontrase milagrosamente la casa en la Calle Pinar, 7 y dice la Madre que ésta es la que el Señor quiere. En el mismo día se han presentado algunas personas desconocidas que han dado los primeros auxilios económicos para poder comprar la casa y también esto demuestra que es el Señor quien guía los pasos".

Se abre la casa con los auspicios, permiso y bendiciones de las altas jerarquías: el Nuncio Apostólico de Su Santidad Monseñor Tedeschini y el Obispo de Madrid. Este prelado es quien bendice e inaugura oficialmente la obra el 23 de febrero.

Un nutrido grupo de chicas pobres convivirán felices y contentas en régimen de internado con una reducida comunidad religiosa. Madre Pilar Antín será la Superiora. Llueven elogios y parabienes en un principio. Esperanza, aún siendo el alma mater de la obra, se conformará con el encargo de procuradora y... a arrear. De nuevo se ve rodeada de niñas pobres a quienes se dedica con su incombustible caridad y endereza por el camino más corto hacia Dios. De nuevo se siente feliz y hace felices a las demás. Las niñas una vez más la idolatran. Se las sabía conquistar con su encanto, su absoluta dedicación y delicada caridad. Contaba una vez una religiosa la impresión que le causó en su infancia ver con qué delicadeza trató a un grupo de niñas que, regresando de Rusia al final de la guerra civil, fueron huéspedes de su colegio durante unos días. Les habló la Madre de Jesús, a quien apenas y mal conocían, con tanto entusiasmo y amor que las internas se sorprendieron al ver con cuanta devoción las huéspedes, aún sin estar obligadas, participaban en la Santa Misa y comulgaban.

No podía durar aquel clima idílico y no duró.

Tuvieron a bien las autoridades del Instituto introducir algunos cambios en el organigrama. La nueva Superiora no congenia demasiado con Esperanza y además considera que a las niñas hay que tratarlas con menos consideraciones y exigirles mucho más; total, una más de las religiosas a las que la Madre temía porque no se ponían al servicio de las niñas sino a éstas a su propio servicio. Entre otras lindezas decidió recortarles a las internas las provisiones instaurando un régimen de auténtica hambre. Se granjeó obviamente la antipatía general, en tal grado que las autoridades se vieron en la necesidad de trasladarla a otro convento para evitar una sublevación infantil general, que por otra parte ella misma se encargó de provocar algunos días más tarde. Fue cuando, más por fisgonear que por ninguna otra necesidad impelente, se presentó de visita con la mismísima Madre General. Oficialmente era una "visita de inspección", pero ¿qué es lo que realmente pretendía o se esperaba la inocente?

Sabemos lo que se encontró. Verla las internas y armar un escándalo monumental fue todo uno. Acudieron de todos los lugares de la casa hacia la portería con una común, coral consigna: "No queremos a la gorda. ¡Fuera la gorda! ¡Fuera la gorda!" Para cuando quisieron darse cuenta las cuidadoras y reaccionar, el desaguisado estaba ya consumado, además de que no había fuerza natural capaz de acallar aquella infantil estampida. Esperanza quedó consternada; las dos religiosas humilladas y enfurecidas acudieron a refugiarse ... al Obispado! Y Esperanza lo pagó. ¡Vaya si lo pagó!

Horas más tarde sonó el teléfono. Era el Señor Obispo.

Dos reverendas madres habían sido vejadas por alguna mocosa y eso tenía fácil solución... telefónica. (¡Menudos tiempos aquellos!).

La culpable... ¡A la calle! (Y muerto el perro acabada la rabia).

Esperanza tuvo que informar al ilustre interlocutor que aquello había sido una especie de Fuenteovejuna, todas a una, imposible por lo tanto individuar una responsable o cabecilla a la que se le pudiera aplicar un escarmiento ejemplar.

Su Excelencia no estaba para distingos.

– Pues si todas han faltado, que lo paguen todas. A la calle... todas.

A Esperanza se le creó uno de los peores conflictos de conciencia de toda su vida. Y los tuvo numerosos y gordos dada su absoluta aceptación de la obediencia y las múltiples iniciativas novedosas que el Señor le fue pidiendo.

Era ya de noche y la niñas, internas, provenían de lugares lejanos de España, obviamente con graves problemas familiares. Ni humana ni religiosamente se podía echarlas "inmediatamente" a la calle. Lo comprendió la misma pareja de la Guardia civil que al poco rato fue enviada para hacer efectiva la orden.

Tenían criaturas ellos mismos y no estaban por la labor. Así que se retiraron cabizbajos a sus casas con ganas de darles a sus hijas el beso de las buenas noches con más ternura que nunca.

Esperanza en ningún momento puso en duda su deber de obedecer; en efecto al día siguiente, a la mañana temprano, las niñas empezaron a desfilar hacia sus casas, la obra de la Calle del Pinar se vino abajo. Ella misma estuvo al borde de la excomunión. El drama moral de la pobre Esperanza fue una vez más desgarrador.

Menos mal que el padre espiritual la apoyó y reconfortó en todo momento, así como también el Nuncio Cicognani, el Obispo de Barcelona y el mismo Cardenal Segura, quienes le demostraron que son, por suerte, varios los canales por los que se puede llegar a conocer la voluntad de Dios. La verdad es que ella, excepcionalmente, disponía de hilo directo con Dios, pero aún así, era sumamente respetuosa y sumisa a la autoridad de la Iglesia y ante el dilema entre la obediencia a una visión o a una orden de sus superiores, optaba decididamente por la segunda.

Su Prelado no lo vio así. Tomó la tardanza de aquella noche por desobediencia y como desobediente la tildó para el resto de sus días. De ahí una oposición frontal y contumaz lo mismo a la persona como a la obra de la Madre, incluso cuando salió de la prueba de fuego del Santo Oficio blanca e impoluta, incluso cuando de Italia llegaban noticias de sus obras, del aprecio y aprobación de los Papas, del cariño de Obispos y Cardenales, de la veneración que le tributaba el pueblo italiano... El entonces obispo de Madrid nunca más se apeó del burro y revolvió Roma con Santiago para obstaculizar su obra... El colegio del Amor Misericordioso de Madrid se quedó sin Santísimo hasta que su sucesor Mons. Casimiro Morcillo, que conocía y apreciaba a la Fundadora y a su familia religiosa, se apresuró a levantar el anatema nada más tomar posesión de la diócesis madrileña. Era ya el 1963 y hasta entonces cada mañana religiosas y niñas habían tenido que trasladarse a la parroquia vecina para la Santa Misa.

Un religioso que desde su privilegiado puesto de trabajo en el Vaticano dispone de más amplio prisma de visión, sugería otra motivación para la irreductible postura del Prelado. Debió darse por aquellos tiempos en España el caso de una religiosa que gozó de gran prestigio entre los eclesiásticos, hasta el punto de dirigir espiritualmente a varios de ellos, hasta que se descubrió que no era oro todo lo que relucía. El Obispo de Madrid, que también se sintió defraudado, decidió que jamás de los jamases a él le iba a tomar el pelo otra monja, que los milagros bien estaban en otros siglos.

Los tiempos maduran. Los días de la Madre en la Congregación de María Inmaculada están contados. Dios le va a pedir otro servicio; que se olvide de reformas porque lo que a ella le corresponde es fundar otra congregación totalmente nueva.


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TODA DESPEDIDA SE LLEVA UN TROZO DE VIDA

Madrid, Calle Velázquez 97

28 marzo 1929. Diario de la Madre... "Me dice el Buen Jesús que ya ha llegado el momento de que escriba las Constituciones sobre las que más tarde se regirán las Congregaciones de los Hijos de Su Amor Misericordioso y más próximamente la Congregación de las Esclavas del Amor Misericordioso... yo me he echado a llorar como una niña pequeña; me ahoga la pena, no porque no quiera hacer lo que el Buen Jesús me pide, sino porque me doy cuenta que no soy capaz y estoy convencida de que nada de bueno podré hacer...".

"En el mes de mayo 1929 entendí que el Buen Jesús quería se llevase a cabo la fundación de una Congregación titulada "Esclavas del Amor Misericordioso" para abrir colegios y educar en ellos huérfanos, pobres; hijos de familias numerosas y clases modestas de la sociedad, estas últimas ayudando para el sostenimiento de sus hijos a medida de sus fuerzas. Además colegios para niños y niñas anormales, así como también Asilos y Hospitales para toda clase de necesitados, retirando de estos colegios todo lo que pueda tener aspecto de asilos y que las Religiosas tomemos de los mismos alimentos que los niños, evitando así el mal efecto que produce en los niños, ver que las Religiosas comemos distinto y mucho mejor.

Asimismo entendí que en estos colegios los niños recibieran sólida educación y además aquellos que por su inteligencia, fueran capaces, pudieran hacer estudios superiores como los de magisterio, comercio, correos etc. porque esto, en general, no está al alcance de los pobres y menos en España, donde la educación del pobre está bastante abandonada; y debido a ello se aproxima una terrible revolución, pues los pobres, debido a su poca cultura, tanto en religión como en la parte intelectual, es un abandono. De ahí el trabajo de los perseguidores de la Iglesia. Así se me ordena me dé prisa, pues una vez implantada esta lucha no podrá hacerse la fundación". (Diario pág. 38)

Los tiempos han madurado y los acontecimientos se precipitan. Ha llegado la hora de que Esperanza tome una dolorosa determinación: abandonar su congregación para fundar una nueva. Hay además un grupito de religiosas que están dispuestas a seguirla en su nueva singladura lo que constituirá un arma de doble filo porque si de una parte no es nada buena la soledad y menos a la hora de tomar decisiones de esa envergadura, por otra parte algunas de las hermanas, Esperanza las conocía muy bien y era consciente de lo que se le venía encima, no eran las más indicadas para seguirla en un camino de sacrificio y de superación.

Comenzaron las gestiones y el correspondiente rosario de trabas, incomprensiones y oposiciones. No era nada agradable para una joven institución ver cómo de una vez se separaba un grupo de seis o siete miembros jóvenes y válidos.

Madre Esperanza con las primeras Esclavas del Amor Misericordioso

Las autoridades de la Congregación y el mismo Obispo se oponen frontalmente. Se niegan permisos, se prohiben los pasos pertinentes, vuelve con mayor crudeza el estigma de la desobediencia, se recurre a la excomunión. Madre Pilar es enviada a Vélez Rubio, en Andalucía y Madre Esperanza a Tremp en el Pirineo como si de un capricho de niñas se tratara que se pudiese disolver en la distancia. Esperanza una vez más obedece en el sufrimiento y aguanta con paciencia; espera que se vayan cumpliendo los plazos y pasando las etapas; lo que no puede hacer es echarse atrás cuando la voluntad de Dios está ya clara y el inmediato futuro adquiriendo contornos cada vez más claros y urgentes.

Una vez más el Director Espiritual la dirige con firmeza y le indica el camino a seguir aunque a él también le tocará parte de la hiel de este cáliz porque le ordenarán abandonar la dirección de la Madre cuando le había prometido no dejarla por nada de este mundo. La anima a seguir adelante el Cardenal de Toledo, quien además la consuela sobre el tema de la excomunión, asegurando que no puede existir tal castigo no habiéndose dado previo delito. El mismo Padre Francisco Naval que se desenvuelve penosamente entre la obediencia al Obispo y a su propia conciencia se presenta en el convento para disuadir a las hermanas de seguir a la Madre, luego, tras escucharla en confesión, vuelve a reunirlas de nuevo para decirles que su conciencia no le permite oponerse a la obra que Esperanza está a punto de fundar, antes bien, en la medida que la obediencia se lo permitirá, está dispuesto a colaborar con todas sus fuerzas.

El Obispo insiste en su negativa; se presentará personalmente para sugerirle que se conforme con aportar alguna variación a las constituciones sin necesidad de fundar nada nuevo. La Madre con humildad y con firmeza insiste en que no pretende hacer nada más que lo que el Señor con claridad e insistencia le está pidiendo. Desde entonces el Prelado se negará ya definitivamente a tratar con ella en persona; lo hará a través del claretiano Padre Juan Postíus el cual por otra parte no podrá tratar estos temas en confesión para que pueda luego referírselo todo con plena libertad.

Esperanza, con docilidad y extraordinario sentido de la obediencia, acepta someter todo a la voluntad de este nuevo Director Espiritual. No solicitará la dispensa de los votos hasta que el Padre Postíus no le dé su consentimiento. Se impone un compás de espera. El mismo Cardenal de Toledo admitirá que ya no la puede ayudar porque el Obispo de Madrid así se lo ha pedido expresamente recordándole que la Madre no pertenece a su diócesis.

Tampoco pertenece a la de Barcelona, cuyo Obispo sí está dispuesto a ayudarla y para eso le sugiere que se traslade a tierras catalanas ya que ha podido comprobar el obcecamiento del prelado madrileño y prevé que ya no cambiará de opinión. La Madre se lo piensa pero el P. Postíus le prohibe salir de Madrid.

El buen claretiano, al que algunos tachan de ingenuo, es un religioso recto e intachable y se toma las cosas con seriedad. Conoce a fondo el alma de la Madre porque siempre para el Director Espiritual será un libro abierto; observa el ambiente hostil que la rodea, la campaña de desprestigio y de hostigamiento que le han levantado, las humillaciones y calumnias a que la someten y no está por la labor. En una carta al Padre Maroto, Superior de los Claretianos, se manifiesta convencido de la inoportunidad de obstaculizar ulteriormente la obra de la Madre; no le parece justo lo que se está haciendo con ella. Por su parte prefiere pasar por ingenuo y ser engañado antes que ser malpensado y obrar con injusticia, así que decide dejar libre a su asistida para que pueda presentar la solicitud de dispensa de votos. Acabará así finalmente el calvario al que en los últimos tiempos se ha sometido a la Madre Esperanza. La Madre General ha llegado a enviar desde la Casa Madre de Vicálvaro a todas las demás casas una carta circular en la que tacha a Esperanza de rebelde y prohibe cualquier relación personal con ella. Ni ella, ni ninguna de las Madres del Consejo, se dignarán visitar a Esperanza gravísimamente enferma al punto de recibir la Extrema Unción y el Viático, aún estando oportunamente informadas y trasladándose a Madrid casi a diario.

El 22 de octubre la Sagrada Congregación de Religiosos concede en Roma la dispensa de votos que es notificada en Madrid por el Obispo el 22 de noviembre. Aquí el Vicario, después de advertirles sobre la gravedad de la locura que están a punto de cometer, recibe finalmente sus firmas. El seis de diciembre de 1930 Madre Esperanza se encuentra libre de votos, sin congregación, en la calle. Como la Virgen María camino de Belén, dentro de pocos
días dará vida a una criatura, una nueva Congregación y aún no sabe ni cómo, ni cuándo, ni dónde.

Personas influyentes y ricas como la Marquesa de Zahara y la Condesa de Fuensalida, que la conocen y la idolatran, le ofrecen sus aposentos, pero la Madre, que ama repetir que un religioso en la casa de los ricos no tiene nada que ganar, se niega sistemáticamente. Aceptará pasar los días de diciembre que quedan antes de Navidad, junto con M. Pilar Antín, en el piso de una anciana a la que le paga los gastos la condesa de Fuensalida. Las dos religiosas encuentran un techo donde cobijarse y la anciana señora buena compañía y dos impagables servidoras.

Por otros caminos y sufriendo distintos avatares se irán acercando las demás hermanas que presenciarán en la Nochebuena el nacimiento de la nueva congregación. La jovencísima Inés Riesco llegará de su leonesa Pinilla de la Valdería natal, a donde la acompañó su propio padre, seguida de la acusación de haberse "fugado con un hombre". Se reía divertida Sor Inés cuando lo recordaba a sus 80 años ya cumplidos, pero maldita la gracia que le hizo en su momento la bien intencionada información.

Cuando Dios quiso, y lo quiso finalmente, llegó el 24 de diciembre 1930. Esta noche es Nochebuena. La Madre, reducida al estado laical, ha encontrado un minúsculo pisito en la madrileña Calle Velázquez. La pobreza es extrema; no disponen ni de lo mínimo indispensable. Tampoco las conforta la bendición de la Iglesia. El Obispo le ha prohibido fundar nada que se parezca a una Congregación religiosa. Ni Padre Naval, ni Padre Postius podrán estar presentes por tenerlo expresamente vetado. Las acompañará valientemente el sacerdote navarro Don Esteban Ecay. En sus manos la Madre profesará los votos esta vez como Esclava del Amor Misericordioso. Con ella están su hermana Ascensión, Madre Pilar Antín, Aurora Samaniego, Madre Teresa Izquierdo, Madre Soledad y las hermanas Inés y Encarnación Riesco, esta última sin acabar el noviciado en las claretianas.

La Casa de Madrid La Casa de Alfaro
La Casa de Larrondo La Casa de Santurce

La Casa de Colloto

Oportunamente asesorada desde lo alto, la Madre no fundará en un principio una congregación religiosa sino una asociación benéfica, una Pía Unión. Eso ni se lo ha prohibido ni de ninguna manera se lo puede prohibir la autoridad eclesiástica. Es más, con los tiempos que se avecinan, resultará un acierto clarividente porque tampoco le podrán perjudicar las muchas trabas que en tiempos de la República afectarán a las Ordenes Religiosas. Tampoco el Obispo, que inmediatamente intentará parar la obra, podrá hacer nada en cuanto situada fuera de su jurisdicción. Llegará a mandarle un "Jefe de Seguridad", un cabo de la policía, para despacharlas y dispersarlas, pero el agente de la autoridad, tras examinar concienzudamente la documentación en poder de la Fundadora, donde consta que se trata de una Sociedad legalmente constituida y con la aprobación de la Dirección General de Seguridad, se verá en la obligación de regresar con su camión de vacío y con el nutrido grupo de guardias civiles por donde han venido.

Madre Esperanza rodeada de muchissimos niños y niñas.

Si se ha armado semejante escándalo en la puerta, con gran concurso de curiosos e intervención de la prensa, la Madre lo lamenta pero no lo ha provocado ni querido. El "Heraldo de Madrid", "El Liberal" y "El Sol" entre otros, son algunos de los periódicos que se hacen eco de la intervención policial.

La Madre escribe al Obispo lamentando el eco que el incidente ha tenido y explicándole que al no haber ella fundado ninguna Congregación religiosa no incurre en desobediencia; se declara por el contrario dispuesta a servir en todo lo que en ella esté a la diócesis madrileña y solicita el consejo y la bendición del Prelado para la Asociación.

En respuesta se le prohibe también a Don Esteban Ecay ayudarles y como éste se atreve a comentar que la medida no le parece justa se ve suspendido a divinis en la diócesis de Madrid, o sea, que no podrá ejercer como sacerdote.

Un gesto maternal de la Madre

La aprobación gubernamental como asociación laica será de capital importancia y además irrenunciable; la Madre no puede renunciar a la comunidad madrileña porque de ella dependerán más tarde los demás colegios en otros lugares de España y el permiso de impartir la enseñanza especialmente en los difíciles años de la República y durante la guerra civil.

Dos años más tarde, en 1932, el Marqués de Zahara, con la colaboración del Nuncio Apostólico, obtendrá del Presidente de la República el permiso de Enseñanza en los colegios de Alfaro y de Madrid. Cuando le llegará, como no, la petición de que a la Madre y a sus hijas no se les concedan facilidades, el mismo Presidente responderá que ni él mismo se explica cómo lo han conseguido tan fácil, pero la concesión ya está otorgada y de veras lo siente porque en las actuales circunstancias hubiera preferido tener aliado al Obispo de Madrid antes que a unas pobres religiosas.

A trancas y barrancas la nueva congregación comienza a dar los primeros pasos en la urbe madrileña. En pocos años cambiarán las hermanas varias veces de residencia. Así de la Calle Velázquez, donde han nacido, pasarán pronto a la calle Leganitos donde permanecerán poco más de año y medio; luego pasarán a la Calle Ferraz, 17 hasta la guerra. Esta casa de la calle Ferraz será la única que sufrirá los rigores de la guerra y merece la pena recordar la promesa divina que la Madre había transmitido con tiempo a las hermanas. "El buen Jesús nos asegura que nada le sucederá a ninguna Esclava del Amor Misericordioso, ni aún a nuestra obra, siempre que no nos despojemos del santo hábito ni abandonemos a las niñas". Madre Aurora Samaniego, Superiora de la casa de Ferraz, asustada por el cariz que tomaban los acontecimientos, despidió a las niñas y permitió que las Hermanas de esa casa se vistieran de seglares y si bien ninguna hermana falleció, la casa pagó con su desaparición. Peligros peores pasaron otras comunidades de la Congregacion, pero sin sufrir finalmente ningun daño.

De todos es sabido que en pocos años ardieron en España centenares de conventos y fueron varios miles los sacerdotes y religiosos que encontraron la muerte.

En Larrondo (Vizcaya) contaba recientemente una persona mayor que al encontrarse "los Asturianos" con un convento de monjas determinaron volarlo sin dilación pero un habitante del lugar los disuadió informándoles que iban a dejar sin techo a sus propios hijos porque aquellas Hermanas cuidaban a los niños huérfanos de la guerra y a los hijos de los que habían tenido que huir al extranjero.

Cuando, acabada la guerra, la Madre podrá bajar a Madrid en compañía de Pilar de Arratia y de M. Carmen, se encontrará un cuadro desolador: la casa totalmente destruida y las niñas dispersas o recogidas algunas en casas particulares; de muebles y enseres ni rastro. Intentará comenzar de nuevo alquilando un hotelito en la calle Fernández de la Hoz, 30, hasta que puedan disponer finalmente del actual hermoso colegio de la calle San Francisco de Sales, 42.

Estando residiendo en la calle Leganitos le toca vivir a la Madre una anécdota que pone bien a las claras las posturas contradictorias que ante su caso toman las diferentes personas. Leemos en su diario: "Hoy víspera del Corpus (es el 13 de junio de 1931) fui a reconciliarme a la Iglesia de S. Marcos... y el Buen Jesús ha permitido que el sacerdote me preguntase si era religiosa y al contestarle que pertenecía a una Asociación, como fuera de sí me dijo: ¿No será de esas que ha fundado esa Madre Esperanza? Al contestarle afirmativamente, me dijo cosas muy fuertes y entre otras: que esa mala monja era la peor que se había conocido, que con capa de santidad hacía mucho daño, que precisaba la dejase si quería salvarme, pues el fin de ella y el de las que la siguieran no sería otro que la condenación de sus almas. Yo traté de calmarle y hacerle ver que él estaba mal informado, pero todo fue inútil, yo no quise darle a conocer que la persona de quien tanto y tan mal hablaba era yo, para que él no sufriera y así sólo le dije, cada vez que insistía que dejara a Madre Esperanza, es que yo no podía separarme de ella, a lo que me contestó muy enfadado que él no me podía dar la absolución mientras viviese en compañía de esa mala fiera.

Apenadísima me retiré del confesionario y me fui a otra parroquia, donde encontré un sacerdote que me dio la absolución y me suplicó intercediese para que M. Esperanza lo recibiese".


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LA NUEVA CREATURA ECHA A ANDAR

Va creciendo poco a poco el número de las religiosas y también el de los colegios. Desde un principio optan particularmente por el empeño didáctico. Así el 18 de junio de 1931 se abre el colegio y casa de formación para las jóvenes de Alfaro en La Rioja. "El Excmo. Sr Obispo de Tarazona, D. Isidoro Gomá nos recibió paternalmente, concediendo que Don Esteban Ecay, privado de decir Misa en la Diócesis de Madrid, pudiera celebrar en su Diócesis, nombrándole nuevo Capellán. Ocho días más tarde fui al Obispado para pedir el reservado, como el Sr. Obispo me había ordenado, y entonces me dijo que el Sr. Obispo de Madrid le había suplicado, como amigo, que no me ayudase en nada y que yo misma no debía querer que dos Obispos se pusiesen de frente, que lo concedido, concedido quedaba, pero que no podía hacer más y quedamos sin Santísimo en casa, privadas por tanto del consuelo que tanto deseábamos. Durante este tiempo la tormenta ha sido fuerte, pero en casa la paz es inalterable y la alegría grande".

En Septiembre del mismo año recibe de lo alto un mensaje para el Nuncio y se traslada a Madrid a transmitírselo personalmente.

Llegada a la capital le asalta el temor que no será recibida "pero él me contestó que no solamente estaba dispuesto a recibirme, sino que él mismo vendría a casa, como en efecto vino.

Después de comunicarle lo que para él tenía - cosas particulares suyas y de la situación de España - se interesó por mi amada Congregación y me dijo siguiese adelante, que él veía era obra de Dios y, aunque el infierno rugiese, la Asociación de las Esclavas del Amor Misericordioso, llegaría a ser una Congregación muy fuerte y de grande gloria para la Iglesia". Era entonces Nuncio Apostólico de Su Santidad en España Mons. Federico Tedeschini. Como más tarde Cicognani y posteriormente Antoniutti apreciaban e intentaron consolar y ayudar como podían a la Madre.

Villa Certosa de Roma

Si no fuera adelantar mucho los acontecimientos nos podríamos deleitar leyendo las ingenuas notas de diario en las que la Madre nos relata el encuentro con Pío XI. Como una hija con su Padre, se desahoga manifestándole las dificultades que tiene con el Obispo de Madrid y el anciano Papa, en una sabia mezcla de hombre de estado y de padre espiritual la anima a ser fuerte en las adversidades de la vida acudiendo a la eficacia del refranero popular. "Yo quiero repetir a Vd. una frase que dicen en español: "de ningún ‘pauroso’ (= miedoso) se ha escrito nada bueno" y riéndose nos ha preguntado: ¿Lo he dicho bien?- Sí, Santidad.- Pues bien, ahora le digo yo, Madre, que no vaya a ser escrita en el libro de los cobardes".

No deja de ser sorprendente que la nueva obra comienza a tener una extraordinaria pujanza en tiempos totalmente desfavorables para cualquier iniciativa de tipo religioso. De 1931 a 1936 Madre Esperanza levantará una decena de comunidades en España mientras por la geografía española arden los conventos como antorchas:

Madrid: 1931

Alfaro: 1931

Hecho: 1932

Bilbao: 1932

Larrondo (Vizcaya): 1933

Santurce: 1933

San Sebastián 1934

Colloto (Asturias): 1935

Ochandiano (Vizcaya): 1935

Sestao: 1935

Bilbao - Ave María: 1937

Siempre se distinguirá la Madre por su sensibilidad social ante las necesidades más urgentes de su tiempo y de su entorno. Ahora una calamidad bélica está a punto de abatirse sobre la patria.

Ella ve con claridad la guerra que se avecina y la vaticina repetidas veces en sus escritos. Víctimas particulares e inocentes serán los niños que en gran número se verán huérfanos y abandonados. La Madre les preparará en sus numerosas casas un nido caliente y acogedor.

Encontrarán un plato, un libro, un lecho y unas hermanas que pondrán todo su empeño para sustituir, en lo posible, el cariño de los familiares ausentes o fallecidos.

Puede además imponer ahora su peculiar pedagogía de amor y misericordia.

El niño será el rey de la casa y las religiosas lo servirán como lo hace una madre con sus hijos. Nada le molestará más que ver a una religiosa que, en vez de servir a los niños, pretenda servirse de ellos viviendo cómodamente. Disponían los estatutos expresamente que las hermanas comieran lo mismo que los niños y sólo después que éstos hubieran acabado y que por lo menos un 25 por ciento de los internos tuvieran estancia absolutamente gratuita. Como en la vida de otros grandes santos la presencia y la intervención de la Providencia será constante y espectacular y al mismo tiempo constantemente comprometida.


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RUMBO A ITALIA

Podía pensar Esperanza que atrás quedaban los tiempos de la tenaz y dura maduración, de las pruebas y ansiedades; que ya estaba establecida en su definitiva Congregación, rodeada de sus amados niños y de sus fieles Hermanas cada vez más numerosas, con tantos colegios que cuidar como madre solícita y amorosa... pues bien de buenas a primeras, y, siempre le pasará lo mismo desde el día que se prometió a sí misma estar atenta y disponible ante la voluntad de Dios, se oye dirigir la bíblica orden: "Sal de tu tierra y ve.... a Roma": Si sabrá su buen consejero divino dónde se cuecen todos los asuntos de envergadura de cualquier congregación religiosa que se precie... "Esta noche - 1 de mayo de 1936 - me he distraído y el Buen Jesús me ha dicho que ya ha llegado el momento de que me vaya a Roma con Pilar, para abrir el colegio".

Antes de continuar, Pilar se merece una presentación.

Se la había prometido el Señor a Esperanza y llegado el momento se la otorgó. Qué menos. Por verídico que sea el refrán según el cual Dios aprieta, pero no ahoga, también es verdad que a la pobre Esperanza la estaba ya apretando bastante. Había salido de su pueblo en la juventud con lo puesto y con la sana intención de hacerse monja, santa en todo caso, pero en la apacible serenidad de una comunidad religiosa, entre unos muros protectores, al calor de una familia de hermanas que la arroparan y la apoyaran con su ejemplo y colaboración... y ahí se encuentra ella al frente de una nueva congregación, con cientos de niños dependientes de ella en tiempos en que era una auténtica hazaña para una madre sacar adelante una sola familia.

"También dije al Padre que había entendido que, pasados dos años de hecha la fundación, aparecería una bienhechora, la que no sólo me ayudaría a poner lo necesario en la congregación, sino que también me ayudaría en lo espiritual, pues dicha señorita me pondrá en contacto con la Iglesia, valiéndose de su influencia con las altas dignidades de ella, en una palabra, Padre, que dicha señorita nos ayudará en todo y por todo".

Casa de Bilbao, escuelas del Ave María

Se llamaba Pilar de Arratia y Durañona; había nacido en Bilbao casi al mismo tiempo que Esperanza y había heredado una de las más conspicuas fortunas de la capital vizcaína. Sin embargo daba mucha más importancia a los bienes del espíritu y era conocida por su entrega personal a la causa de los pobres y por su ilimitada generosidad. En el Vaticano mismo se le abrían automáticamente las puertas y las ingentes sumas de dinero que entregaba para las misiones y demás necesidades de la Iglesia le habían granjeado el título de "Bienhechora universal". Más que sus ayudas materiales la Madre va a necesitar bien pronto su fuerza de intercesión ante la persecución que se avecina.

"El 4 de marzo 1932, vinieron a esta casa de Alfaro las Sras. de Gandarias, a quienes conocí en Madrid, con una prima suya, Pilar de Arratia, a quien yo no conocía y que era la persona preparada por el Buen Jesús para ayudarme en todo y por todo.

Como yo en aquel momento no sabía que era ella, la recibí muy fríamente creyendo era una señora que venía a curiosear; quedaron en casa aquella noche y yo puse una hermana para que las atendiese y, como yo me encontraba delicada, no salí más y se marcharon al día siguiente, sin verme, pero no sin dejar antes una buena limosna para las niñas. Ya habían salido para Bilbao cuando después de la Comunión me distraigo y el Buen Jesús me dijo que la Señorita para mí desconocida, era la que Él me había dicho el año 1930, que sería mi ayuda".

Pilar de Arratia vive en la céntrica calle bilbaína de Hurtado de Amézaga. Todavía se puede leer, encima del actual número 22, en el frontispicio marmóreo: N° 28 1893. Hoy tres de los cinco pisos que conforman esta casa, por voluntad testamentaria de la sobrina y heredera Carmen Gandarias, han sido rescatados y cedidos en Fundación a la Congregación del Amor Misericordioso con intenciones benéficas y lo que se ha instalado es la Residencia Sacerdotal Ntra. Sra. del Carmen al servicio del clero bilbaíno. Tres Esclavas y otros tres Hijos del Amor Misericordioso se encargan de asistir a una docena de sacerdotes, a la clínica deustutarra del Doctor San Sebastián, a la Escuela Profesional "Esperanza Alhama" de Larrondo y las parroquias de Altamira y de Larrondo.

A pocos metros de aquí se encuentra el colegio del Amor Misericordioso. Aún se puede leer en su fachada: "Ave María". Era la famosa escuela bilbaína del Ave María, propiedad de Pilar de Arratia, levantada a propias expensas por su madre.

Cuando Pilar decidió que las Esclavas del Amor Misericordioso eran la personas más apropiadas para hacerse cargo de la formación de aquellos niños, no podía sospechar, ¿o si? el calvario que a la pobre Madre se le venía encima.

Antes que en agosto de 1944, tras haber podido finalmente emitir los votos como Esclava del Amor Misericordioso en manos del párroco romano de San Barnaba, pueda descansar para siempre en la capilla de las hermanas de Via Casilina, la veremos muchas veces al lado de la Madre defendiéndola como una leona. Así pues Esperanza y Pilar de Arratia se presentan en Roma, para fundar un colegio de niñas, en 1936.

Nadie mejor que ellas mismas para relatarlo.

"Hoy día 16 (de mayo) hemos llegado a Roma, después de haber descansado en Ventimiglia (en tren por lo tanto), después de haber recibido la Sagrada Comunión y nos hemos hospedado en casa de unas religiosas españolas que tienen huéspedes". Se me permita intercalar que la preocupación por no perder la Comunión diaria ni siquiera en ocasión de viajes largos e incómodos, no sólo será constante de la Madre sino que la inculcará en sus Hijos e Hijas. Años más tarde, en Navidad de 1959 un buen contingente de ellos se trasladará a España desde Collevalenza y los funcionarios de los ferrocarriles franceses y demás usuarios no saldrán de su asombro al verlos celebrar la Santa Misa en el pasillo del vagón que han ocupado casi por completo.

Así que ya están en la Ciudad Eterna las dos españolas con ánimo de fundar un colegio. Aquí les sale al encuentro el P. Postíus que enseguida pone a su disposición la experiencia que él atesora de las cosas y de las personas romanas. ¿Fundar aquí sin la recomendación de un Obispo, sin disponer de la aprobación aunque sea diocesana, sin dinero? Ni lo intenten. La Madre le explica que trae cierta recomendación del Obispo de Vitoria, que ha solicitado la audiencia con un Cardenal y lo que piensa decirle y que en definitiva todas esas dificultades bien las conoce Jesús y sigue insistiendo en que se proceda sin dilación. A lo que el P. Postíus: "Y así, tan simplemente piensas decírselo? Tú no conoces, hija mía, el carácter de su Eminencia y el rigor de éste; el Señor te ayude, hija, ya me dirás cómo te ha ido".

Tan sólo un día tarda en llegar la respuesta.

"Hoy 17 nos ha recibido S. Em.cia y la entrevista ha estado tan sumamente favorable, que ni yo misma la esperaba, a pesar de estar persuadida de que el Buen Jesús irá delante de mí facilitando todo, para que podamos cumplir rápidamente sus deseos".

Los deseos de Jesús son que alquilen el colegio de las Hermanas de Namur en la Via Casilina, entonces en las afueras de Roma. Hay, un poco más al sur, otro lugar que les parece más humilde y apropiado, pero Jesús insiste en que no se rompan la cabeza con tanta disquisición y búsqueda, que las Esclavas del Amor Misericordioso también pueden aprender de las comparaciones lo que está bien y lo que es menos conveniente en la vida de consagradas. Tampoco debió ser llegar y besar el santo porque en su madurez llegamos a escuchar sus divertidos recuerdos de estos primeros días romanos con sus consabidos malentendidos. A Mons. Mingoli, que el Cardenal les había asignado como su guía al principio, le contaban sus inútiles rodeos por la ciudad en busca de un local para alquilar y ante la sorpresa de éste que les aseguraba que las calles de Roma estaban atestadas de carteles con el letrero bien en vista "Affittasi" la Madre le replicó con ingenuidad: "Ya me extrañaba a mí que hubiera tantas barberías en esta ciudad". Ella interpretaba que en aquellos lugares "se afeitaba" en vez de "si affitta = se alquila".

Acaban entendiéndose con las Hermanas de Namur, que estaban deseando alquilar su Villa Certosa cuanto antes y ahí se instalan con las hermanas que les vienen de España y con las primeras niñas pobres que inmediatamente comienzan a hospedar. Para hacer las consabidas compras de mesas, sillas, colchones, vajilla y demás enseres de primera necesidad les acompaña una señorita española que conoce bien el ambiente y sabe desempeñarse entre los hábiles comerciantes romanos. Precisamente el P. Postíus se ha ofrecido a indicarles algún lego de los numerosos conventos españoles de Roma, para que las auxilie en el inevitable trabajo de regateo pero con la señorita en cuestión, el don de mundo de Pilar y el sentido de la economía de Esperanza se atreven ellas solas.

Un curioso, pero serio para ella, e inesperado escollo encontrará la aristócrata bilbaína a la hora de apuntar la dirección.

Al preguntarle al párroco de San Barnaba por el nombre del lugar para establecer la correspondencia con España se siente responder que se han ubicado en La Marranella. Una "marrana" es en dialecto romanesco algo así como un depósito de agua o un estanque, pero en castellano no sugiere el vocablo de marras precisamente imagen de limpieza y pulcritud por lo que Pilar se manifestó inmediatamente sorprendida, molesta y en ningún caso dispuesta a dar pábilo a ulteriores comentarios jocosos en Bilbao cuando se difundiera la voz por la ciudad que no sólo se había ido con una monja sino que donde ahora se había afincado era precisamente, pues eso, en "la marranella".

La Madre se lo tomó con humorismo y trató de quitarle hierro a la cosa pero Pilar seguía erre que erre y que a ella no le iba a escribir nadie de Bilbao enviándole las cartas a una marranella. Quiso verlo con sus propios ojos y por escrito y le entregó papel y lápiz al sacerdote para que se lo escribiera bien claro. Respiró reconfortada cuando pudo leer: Villa Certosa, 22, Via Casilina. Roma. Podían añadir si querían Suore Spagnole, pero no era necesario que aparecieran por escrito las "Monjas Españolas" en la dirección.


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ARRECIA EL TEMPORAL

Fueron días de trabajo, de ocupación, de gestiones, de gran ilusión, pero que de ninguna manera podían hacer olvidar la realidad que habían dejado en España. En el diario de la Madre queda reflejada con patetismo su honda preocupación que le embargaba el ánimo a la hora de salir hacia Roma. Sea la lejanía, sea el conocimiento del ánimo con que algunas hermanas habían dejado la anterior congregación para seguirla o que el Señor ya la hubiese puesto en antecedentes de lo que se le venía encima, el caso es que, dejando a Pilar al cuidado de la nueva criatura romana, ella determinó regresar pronto a España.

La verdad es que lo que le tocará sufrir durante unos años en España, la conducta que con ella tendrán algunas personas, llegan a herir realmente nuestras sensibilidades y dan ganas de omitirlos y condenarlos al olvido, máxime en una semblanza resumida como es la presente, pero también es verdad que en la vida de la Madre han tenido un peso demasiado importante como para aplicar un tupido velo sólo por mal entendido e injusto amor de paz o por seguir haciéndoles el favor del silencio, a estas horas bastante largo ya por otra parte.

Nos limitaremos a prestarle la voz a ella misma, que además, aún siendo la víctima inocente, les ha deparado siempre una exquisita caridad.

Me permitiré por otra parte transmitirle al lector profano en estos temas una clarificación que a mí me proporcionó no hace mucho un anciano religioso, más ducho que yo en eso de la santidad. Tras haber escuchado muchas y sorprendentes maravillas de la Madre me preguntó escuetamente:

– ¿Pero, con las autoridades religiosas no ha tenido ningún problema en su vida?

Tuve que admitir que en algún periodo de su vida, allá en España, por tierras de Bilbao, de Asturias, en la misma capital... algún que otro clérigo, pues... en fin sí, le habían hecho pasar las de San Quintín.

– Entonces, concluyó el religioso, ya puedo creer que ha sido una gran santa.

Si las persecuciones y calumnias ayudan al incremento de la santidad hubo quien se encargó de proporcionarle a la Madre ventajas exorbitantes.

Regresemos entonces a España con ella. Año 1936.

Si el ojo del amo hace engordar al caballo, la ausencia del pastor desparrama las ovejas. El cuadro con que se encuentra es preocupante. Aurora Samaniego en Madrid se ha preocupado de lucir el tipo en hábito seglar y de pasarlo lo mejor que ha podido "según el mundo"; mientras tanto el colegio ha sido saqueado y destrozado y las niñas dispersas.

En San Sebastián los avatares de la guerra obligan a la comunidad a desplazarse a Francia "a un campo de concentración". Cuando Esperanza acude a Lyon para hacerse cargo de niñas y religiosas y trasladarlas a Roma donde las tendrá más cerca, se le avisa que ya pueden regresar a España, que la ciudad está en manos del ejército de Franco. El Cardenal de Lyon a quien ella agradece la protección y quiere pagar los gastos ocasionados por la estancia de sus hijas, le contesta que está suficientemente pagado con el buen ejemplo que han dejado con su laboriosidad y afán apostólico y le ruega que regrese cuanto antes a establecer una comunidad en un barrio de la ciudad.

Las demás comunidades están capeando el temporal como pueden y afinando el espíritu en las contrariedades de tiempos tan difíciles para la nación.

Pero el demonio se ha empeñado en sembrar cizaña a plenas manos y proporcionarle a la Fundadora una racha de sufrimientos morales que encogen el ánimo al leerlos en el diario tan recatado y paciente de la Madre.

Pilar de Arratia es, como ya sabemos, multimillonaria, extremadamente generosa y muy piadosa. Su parroquia es una de las cinco primeras de Bilbao y le llega hasta la puerta de casa la sombra del campanario. El afortunado coadjutor es su Director Espiritual, consejero, acompañante en sus frecuentes y costosos viajes y además Director de la Escuela del Ave María donde habita y ha colocado a su hermana y a su prima. Están además pagadas vacaciones y excursiones veraniegas por varias partes de Europa al séquito de la espléndida millonaria.

Todo será curiosidad y satisfacción cuando Pilar presenta en casa a la joven Esperanza a la que ya precede fama de santidad. Pero cuando se dan cuenta del cambio que en la joven bilbaína se va produciendo y particularmente cuando advierten su determinación de confiar a la naciente congregación el cuidado y la dirección de las escuelas del Ave María, la admiración se trueca de buenas a primeras en animadversión y abierta, cruel y tenaz persecución. Ningún medio será ilícito con tal de acabar con ella y con su congregación.

Que lo cuente ella. "A pesar de haberse inaugurado la casa de Bilbao, yo estaba en casa de Pilar de Arratia, donde permanecí algunos días por estar enferma. La persecución ya empezaba también en Bilbao y tuvo su origen en la envidia, comenzando por la servidumbre de Pilar y así uno de los días que no pude levantarme a comulgar, por haber tenido un vómito de sangre, al pedir la Comunión el capellán que había celebrado la Misa en la capilla de Pilar (hoy salita de estar en la Residencia Sacerdotal Ntra. Sra. del Carmen en la que estamos escribiendo estas líneas con en frente la hornacina en la pared donde se guardaba el sagrario), dijo a ésta que él no podía dármela; pero el Buen Jesús no quiso privarme de ella y un ángel me dio la Sagrada Comunión en presencia de Pilar y su servidumbre, que entraron y me encontraron distraída y vieron la Hostia en el aire y posarse en mi lengua.

Este ángel me tranquilizó diciéndome que no me preocupase por la negativa del Sacerdote, que todo era debido a una emboscada de la servidumbre de Pilar, que pensaba, les iba a quitar la herencia de ésta que ellas ambicionaban y como el capellán, a mi juicio, pensaba igual no podía ver ningún religioso junto a Pilar...

Tenía ganas de que Pilar se desentendiese de mí, para quitar el peligro de que ella gastase con nosotras más que con las Escuelas del Ave María, que eran de Pilar y al frente de ellas estaba él. De esto se valió para acusarme de ambición y nada moral, por lo cual él no podía darme la Comunión, pensando con ello asustar a Pilar, puesto que ésta es muy recta y delicada de conciencia.

Este pobre sacerdote me levantó tormentas muy fuertes, a pesar de las cuales no logró su intento con Pilar, ni de turbar la paz de mi alma, que gracias al Buen Jesús, es inalterable. Esta calumnia ha llegado a oídos de mis hijas y se han molestado mucho... Para que no se cometan faltas de caridad o se promulguen entre las hijas quejas contra las personas que me ayudan a merecer delante del Buen Jesús, les he dicho a las hijas que toda falta de esta índole, será expíada dándome yo una buena disciplina y teniendo a la puerta de mi celda a la culpable, mientras dure este acto, pero como las hijas, gracias al Buen Jesús, son buenas, he tenido que repetir pocas veces".

"En enero de 1933, pasada un poco la tormenta levantada por el capellán, pedí a éste me ayudase en la formación de las hermanas de Bilbao, puesto que él se creía con derecho de ir a nuestra casa a todas horas, por la sencilla razón de que Pilar pasaba el día en nuestra casa, trabajando con los niños pobres y él quería ver todo lo que ésta daba y hacía; a mí, fuera de lo que ya he dicho había hecho conmigo, me parecía un buen sacerdote y sobre todo celoso por la gloria de Dios".

– "Hacia fin de abril noté por primera vez una cosa rara dentro de casa: una de las Hijas, M. Pilar Antín, le persuade de que ella ha de llevar mejor la Congregación, y él convencido de lo mismo dispone cese yo de ir al frente y sea M. Pilar la que se ponga al frente de la Congregación y de la casa de Bilbao... así acordaron mandarme a trabajar a la huerta, pudiendo hacer bien poco, pues mi estado de salud no lo permitía".

– "En este tiempo hube de ofrecer mucho al Buen Jesús, por el desorden que veía en casa. El capellán, de acuerdo con el Sr. Obispo, después de muchas pruebas con las hermanas quiso poner al frente a M. Esperanza de Jesús Pérez del Molino y no atreviéndose a nombrarle de la Congregación - (descendiente de riquísima y noble familia de Santander, será fidelísima secretaria de la Madre hasta su propia muerte) - persuadido de que no lo aceptaría y les armaría un escándalo, la nombró sólo Superiora de la casa de Bilbao".

"En Pascua de Resurrección de 1934 entiendo que las Esclavas del Amor Misericordioso han de trasladarse con los niños a las Escuelas del Ave María, propiedad de Pilar y al frente de las cuales está el capellán y éste vive en ellas con una hermana y una prima: que la tormenta para esto será muy grande, pero que el Buen Jesús se llevará en breve a la más útil de las dos: pues es muy contraria a vosotras, y así quiero que se lo comuniques para que se prepare y ande alerta y llegado el momento no se obceque.

Se lo he comunicado y él sonriendo me ha contestado: no te apures que mi prima todavía tiene que ayudarme mucho. Pocos días después enfermó su prima, pero según él y los médicos, sin importancia.

Yo le dije al capellán que el Buen Jesús me ha­bía dicho que se llevaba a su prima para poder trasladar, con algo más de paz y menos faltas de caridad los niños al Ave María; él lo recibió distinto de lo que yo esperaba y aquí empezó el verdadero calvario, pues movió hasta al Sr. Obispo y dentro de nuestra casa, sólo Jesús sabe el daño que hizo a varias hijas".

"La muerte arrebató muy pronto a su prima como se le había dicho: esto puso colmo a su disgusto y a la tormenta de casa, por su intervención con algunas hermanas... M. Aurora va perdiendo su espíritu y encuentro a esta hija rebelde y que el tiempo se perdía pasando horas y horas en el despacho con el capellán; a éste le empezó a rondar de nuevo la idea de quitarme del frente y poner a M. Aurora, pero antes veía él lo necesario que era ganársela y para esto se sirvió del arte diabólico de infundir, según el Buen Jesús, en esta hija, cosa muy rara de mí...".

En ocasión del viaje a Italia Pilar de Arratia adquiere dos billetes de primera clase en coche cama, pero la Madre se niega en rotundo. Pilar puede hacer con su dinero lo que le plazca, pero ella es una religiosa y si irá en tercera es porque no hay cuarta clase. A nada valen las explicaciones de la bilbaína. Lo hace en atención a la delicada salud de la Madre; ella también se adaptará a la tercera... en la próxima ocasión, pero ahora los billetes están ya pagados, ¿qué va a hacer con ellos?

– Lo que quiera.

Finalmente, derrotada, Pilar manda el chofer a la estación a comprar los más baratos que haya y de paso vea si encuentra a algún viajero más pobre que la Madre para regalarle los de primera clase. "El mecánico me ha dicho: ¿Cómo, Señorita, y Vd. en qué va a ir? En tercera, con la Madre. Y él me respondió: Lo siento mucho por Vd, pero estoy contento de este rasgo de la Madre, pues así verá el capellán, es inútil nos diga que esta monja se ha unido a Vd. para darse a la buena vida. Con esta contestación del mecánico me ha pasado todo el mal humor y me he ido a Elejabarri sin pérdida de tiempo a decir a la Madre, no se preocupe más por mí, pues su lección me ha servido de una gran alegría, al ver que en mi servidumbre con este acto aumentará la fe y se terminarán las críticas y no darán pábulo a las cosas que dice el capellán".

"En el mes de junio tengo la grandísima pena de que el Sr. Obispo de Vitoria (aún no existía la Diócesis de Bilbao y Vizcaya dependía de la de Vitoria) da orden de suspender el Noviciado de Larrondo. Para este tiempo el capellán ya había metido la cizaña en el Sr. Obispo".

– "El 21 de julio salí de San Sebastián para Roma, acompañada de Pilar de Arratia, iba para pasar la visita a aquella casa. Allí nos enteramos que había estado el capellán y la tormenta fuerte que contra mi había levantado".

– "A primeros del año 1939 … quedó M. Pilar (Antín) muy soliviantada y desde entonces empezó a trabajar con muchos más bríos con M. Aurora y el capellán, ocasionando muchos trastornos en varias hijas".

– "El 31 de marzo 1939 salimos para Madrid... Estando en Madrid, el Buen Jesús me dijo que M. Pilar, que me esperaba ayer, ha envenenado las dos vacas".

M. Pilar Antín, que conoce a Esperanza en sus más recónditas intimidades, que es testigo personal de mil particulares gracias divinas, que aun siendo Secretaria y Consejera General ha dejado su congregación para seguirla, se deja debelar por el flanco que más desprotegido tenemos los religiosos: la vanidad. Se deja engañar y convencer que ella puede sustituir a la Fundadora y asumir sus funciones. ¿No le reconoce todo el mundo su trato afable, comprensión, simpatía? Se prestará a hacer un doble juego increíble. Por una parte se mostrará fiel, cumplidora, cercana a la Madre y por detrás se convertirá en auténtico juguete devastador en manos del enemigo. Esta vez el arsénico lo utilizará para matar las dos vacas de Larrondo, único medio de sustento de niñas y hermanas.

La carta con que comunica ella misma la noticia a la Fundadora es digna de transcribirse textualmente porque constituye un modelo literario de cinismo. Que algún psicólogo se divierta con esa perla encastonada, quién sabe a santo de qué, en el relato:

"En fin, Madre, que yo no sé lo que me pasa".

La Señorita María Pilar De Arratia y Durañona

"Todo por Amor.

Rev.ma M. Esperanza de Jesús EAM

Fundadora y Superiora General.

Muy querida y respetada Madre: Le escribo para darle la triste noticia de la muerte de las dos vacas, y esto a pesar de haber puesto yo todos los medios que han estado a mi alcance. El veterinario, después de varios recados, vino cuando ya estaban muertas, quedándose sin saber lo que les pasaba.

A las nueve de la noche, después de practicada la autopsia de los animales, ha vuelto el veterinario para decirme que de todas maneras estas vacas no tenían remedio, pues sus tripas estaban deshechas, por un fuerte envenenamiento.

En fin, Madre, que yo no sé lo que me pasa. Traspasaba el corazón al ver tendidos los dos animales, muertos a la misma hora, con lo que no tenemos ni cena, ni desayuno para todos estos niños, todos pequeños; esto a parte de la pérdida material que supone, puesto, que eran dos vacas que en la actualidad valen mucho.

La Hna. Marta no hace más que llorar pensando en la pena y agobio de V.R. cuando lo sepa. Pero, esté tranquila, Madre, que hemos hecho cuanto hemos podido.

He llevado a cabo algunas diligencias para ver si se encuentra leche, siquiera para los enfermos, pero sin resultado.

Bilbao 22 de abril l939.

Volvamos a las palabras de la Madre: "Esta me dejó apenadísima, pues me consta lo contrario, como se ve de la declaración del pobre criado".

"Por las cartas de Pilar, que recibo semanalmente, veo lo que esta hija está trabajando para deshacer las calumnias, que los enemigos de mi amada congregación, y mis pobres hijas, han llevado a Roma, al Santo Oficio".

– "Hoy 23 de octubre (1939) recibo una citación del Juzgado Militar. Por la interrogación que me hicieron, me di cuenta que había sido acusada de estar entendida durante el tiempo de la guerra con los rojos separatistas en Bilbao... el Militar me contestó... se me debía hacer justicia para lección de muchos separatistas... Yo le he suplicado se me concediese la gracia de llamar por teléfono al Generalísimo Franco, que me conoce y sabe lo que yo he estado haciendo todo este tiempo. Entonces el militar cogió el teléfono y llamó y Franco después de sentir a este Militar, le dijo que me pusiera yo al teléfono y entonces él me dijo que no sufriese más, pues todo había sido una acusación de ese loco.

Al terminar yo de hablar por teléfono, el militar me dijo: Dispense, Madre y perdone le haya tratado tan fuerte, pero la calumnia levantada contra Vd. era tremenda".

Logró el dicho presbítero infundir sus propios sentimientos en otro colega esta vez asturiano en tierras de Colloto y aquí se vuelven a repetir las mismas injerencias, atropellos, pertinaz intento de desbancar a la Fundadora sustituyéndola con sus favoritas; nuevos disgustos para la Madre, vergonzantes anónimos telefónicos, amenazas, insultos, engaños, tretas, en fin todas esas mezquindades que empobrecen al alma que las engendra y enriquecen a la que las sufre con resignación cristiana. Aclarar en todo caso que se trata de otro capellán: el de la parroquia de Colloto e indicar la visita nocturna de la Madre a velar por las hijas de aquella comunidad por la extraordinaria analogía con la visita de Santa Teresa en otra noche semejante a su convento de Ávila.

No cejarán en su empeño hasta provocar la salida de varias hermanas de la congregación, hasta dar con los propios huesos de la Fundadora en el Santo Oficio que, si bien ya no era la Santa Inquisición, tampoco era plato de gusto para nadie y menos para una persona consagrada.

Aparecerá de nuevo en su diario el capellán bilbaíno en octubre de 1941 cuando envía una carta a Roma para informar que "ya ha muerto en el Ave María la cuarta tuberculosa del grupo de la clausurada Alhama: añada a éstas las quince tuberculosas que en el llamado noviciado han sido reconocidas, además de las que han sido echadas a sus casas o enviadas a hospitales... La Vice General (de las HH de la Caridad) ha contestado, con sano criterio, que no recibe ninguna niña que haya permanecido con esas mujeres...". ¿Para qué seguir?

Al relatar esta enésima tropelía he aquí el comentario que se le ocurre a la "clausurada Alhama": "Al pobre capellán le ha cegado la pasión, al grado de no darse cuenta de lo que escribe y dice, haciendo, incluso, que a mis hijas les nieguen los alimentos necesarios en el racionamiento... y si el Señor no lo remedia enfermarán todas y tendremos que cerrar los colegios, pues él no perdona sacrificio ni trabajo para ello.

Pido al Buen Jesús no le tome en cuenta nada de cuanto dice y hace y que libre a mis hijas y a mí de una pasión pues, invadidas de ella, seriamos capaces de esto y mucho más, pues me consta que el capellán es bueno y fervoroso y, sin esta locura, no sería capaz de todo esto; yo sé decir que ha sido uno de los confesores que más confianza me han inspirado, durante el tiempo que ha sido confesor de la comunidad y mío".

Desde Roma y sirviéndose de su ascendente en el propio Vaticano, Pilar de Arratia se iba encargando de contrarrestar una por una las difamaciones que con tanto ahínco y tenacidad iban llegando contra la Fundadora.

– Que los niños de sus colegios eran víctimas de malos tratos?

Pilar acudía por carta a su amiga, la Presidenta de Protección de Menores y ésta con mil amores le proporcionaba los pertinentes informes oficiales en los que quedaba fehacientemente detallada la labor humanitaria de las monjitas y la consiguiente satisfacción y aprobación de las autoridades civiles.

Tampoco había extorsionado jamás dinero a los Marqueses de Zahara, mucho menos con amenazas de represalias divinas. Así se lo hacía saber por correspondencia la misma Señora Marquesa a Pilar adjuntando cariñosísimos saludos para la Madre.

– Que la estaba plagiando a ella misma, a Pilar de Arratia, engañándola como a una tonta? Gracias por lo de tonta, pero en cuanto a ser utilizada por lo del dinero... en todo caso antes de haber conocido a la Madre. Si precisamente una de sus pruebas más duras en Roma era la de no poder echar mano de sus cuantiosas riquezas porque la Madre quería a todo trance vivir y transmitir el amor a la pobreza y al trabajo...

– Que se trataba de un peligro para la ortodoxia de la Iglesia? Podían quedar tranquilos los acusadores. Ya se encargaría el Santo Oficio de comprobarlo; para eso la Madre estaba allí. Por muy severo que el Santo Oficio frunciera el ceño por aquel entonces, pronto se dieron cuenta en el Vaticano que una vez más el lobo estaba acusando al cordero.

Se disponían a juzgar a una hereje y se encontraron con una amantísima hija de la Iglesia.


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¡QUÉ DÍAS AQUELLOS EN ROMA!

Cuando Esperanza regresa a Roma (6 de junio 1940) se encuentra con la desagradable sorpresa de que en la comunidad se ha instalado cierta sensación de apatía. Poco durará desde luego. Se pueden ir olvidando del dinero de Pilar porque nunca servirá para dar ficticias seguridades y menos para dejar a un lado el amor al trabajo y la confianza en la Providencia. Además son estos los primeros tiempos de la historia de la Congregación y la Fundadora tiene gran empeño por dejar a la posteridad ejemplo de gran apego al trabajo y a la vida virtuosa, como conviene a personas consagradas. Trabajarán por lo tanto y trabajarán duro, en una ocupación apropiada a sus capacidades. Es más, se propone establecer una "Ditta" una empresa en regla. Una de las necesidades sociales más impelentes del momento es la de proveer de indumentaria al sufrido soldado italiano. Ahí se ofrece una oportunidad de trabajar y de ganar unas liras.

La Intendencia Militar trata directamente sólo con "dittas" legalmente constituidas y allá va la Madre a fundar la empresa romana "Amore Misericordioso" sin saber que le exigirán el depósito previo de una suma de dinero para avalar su fiabilidad.

Al correspondiente "intendente" militar tendrá que confesarle que ganas de trabajar le sobran, pero liras ni una sola. Si no hay liras, no hay licencia.

Como de costumbre lo que no encuentra en la base lo busca en la altura. En la cúspide del gobierno está en ese momento en Italia Benito Mussolini y a él acude la Madre para solicitar algo que no deshonra a nadie: la posibilidad de buscarse ella y sus hijas el propio sustento y el de las niñas de su colegio romano con el sudor de la frente.

"Hoy, 22 de noviembre me ha recibido y he expuesto a su Excia. mi preocupación para sostener el colegio y cómo había ido a Intendencia Militar para suplicarle si me podían conceder la gracia de constituir esta casa como "Ditta" Militar y no me ha sido posible... su Excia. ha llamado a Intendencia venga a casa suya inmediatamente el Coronel y enseguida se ha presentado éste y su Excia. le ha dicho: es preciso constituir otra "Ditta" militar... la suma se la doy yo y levantándose ha salido de la habitación y ha vuelto con un sobre en la mano, que le ha entregado al coronel y ha dicho: "y ahora la responsabilidad de la labor se la toma completamente la Madre, y volviéndose a mí dice: ¿qué le parece? ¿Tiene algo que decirme?

"Sí, Excelencia, que el Señor se lo recompense y que yo estaré siempre atenta para que la "Ditta" del Amor Misericordioso, no de jamás el más pequeño disgusto a S. E. ni a Intendencia".

"Pilar me estaba esperando y al referirle lo ocurrido me ha respondido: ¡Dios sea bendito en todo! pero la humillación de no tener lo necesario para ese depósito podía habérsela economizado; espero poderla ayudar como buena operaria" No, hija, como operaria jamás, como hija sí y ella me ha respondido: El Señor me ilumine y me ayude para que pueda serle de ayuda".

Siguen meses de trabajo febril. Se compran máquinas a plazos que se van pagando y pronto con el propio trabajo. La Madre organiza la empresa, los turnos y los procedimientos; discurre formas de economizar la tela sin estropear ni malgastar un centímetro; es más, al contrario de las demás empresas dependientes del Ministerio, ahorra varios metros de tela que tiñe para confeccionar vestidos a las niñas del colegio. El coronel, intrigado quiere saber cómo es que nunca piden tela de repuesto. La Madre lo pone al corriente de sus métodos, le confiesa sus pequeños trucos para favorecer a sus niñas con la pericia de sus trabajadoras. El Coronel la desaconseja que utilice ropa militar teñida para vestir a tiernas niñas. El mismo se ofrece a proporcionarles tela más apropiada correspondiente a la cantidad que con su propia industria son capaces de ahorrar.

Todo el mundo se contagia de la extraordinaria capacidad de trabajo de la Madre y la producción arroja enseguida resultados impensables. "Las hijas han trabajado en el año 42 de una manera increíble, las máquinas y todo lo demás está pagado y en esta casa no falta nada, ni tampoco a los pobres que aquí acuden que son bastantes; Pilar está admirada del triunfo de la labor, pues se están haciendo 10.000 camisas al mes sin grandes esfuerzos, sobrándonos tiempo para estar todas juntas más de una hora todas las tardes, recreándonos sin trabajar; y yo todos los días como premio, les hablo a estas hijas durante esta hora".

Es evidentemente un caso fuera de lo común. Esperanza tiene la pasta del gran líder y es capaz de obtener que sus colaboradores le sigan en esa misión tan grande que Dios le ha confiado rindiendo también ellos el máximo, no solo ahora en Roma, sino también luego en Collevalenza, como antes en España. Se ha logrado mucho, con gran esfuerzo y sacrificio porque mucho ha pedido Dios de manera clara, incuestionable. Las personas que, particularmente en España, se han interpuesto creyéndose salvadoras de las Hermanas, exhortándolas a sacudirse el yugo de encima, a liberarse de la tiranía de la Fundadora, no saben el daño que le han causado a la Congregación, a las Hermanas a las que han inducido a abandonar y los sufrimientos que le han proporcionado a la Madre. Ella a menudo ha justificado sus buenas intenciones al tiempo que lloraba los destrozos que le causaban.

En Roma mientras tanto alternaba los días de ilusión y trabajo con sus hijas y con Pilar con los sinsabores que le proporcionaba la citación que tenía pendiente en el Santo Oficio.

Antes que su inocencia brillara en todo su esplendor ante los ojos escrutadores pero justos y maternos de la Iglesia, debió sufrir un auténtico calvario. Más de una vez le oímos decir después que si una prueba jamás quisiera que tuviese que sufrir ninguno de sus hijos era la de verse acusado ante el Santo Oficio.

Los acusadores no cesaban; se logró interesar incluso a autoridades eclesiásticas de relieve y eso en Roma tenía su peso. Como el oro en el crisol, la Madre iba a ser purificada en el Santo Oficio hasta salir reluciente como la patena. El 11 de abril de 1941 el Asesor, Card. Alfredo Ottaviani, que ya la va conociendo y la tratará siempre con respeto y deferencia, la llama para darle una noticia con doble contenido, bueno y malo: por una parte la Santa Sede ha acogido a su congregación en vía de experimento, pero al mismo tiempo se les da a los acusadores la satisfacción de ver a la Fundadora apartada por un tiempo de la dirección de su obra. El Santo Oficio faculta a los Obispos, en cuyas diócesis tiene casas, para que nombren una persona que la represente y sustituya. En España será M. Esperanza Pérez del Molino la designada; en Roma M. Antonia Andreazza. Maldita la gracia que les hace a ninguna de las dos esta honorífica e impuesta designación.

Estamos en 1942. Ya queda menos.

26.2.42 - El Obispo de Tarazona le ordena a Pilar que deje a la Madre y regrese a España. En el Santo Oficio le advierten a Pilar que no tiene obligación de obedecer a un Obispo que no es el suyo y Pilar no se mueve. Ya para ella lo último será abandonar a la Madre y más si las autoridades mayores la asesoran oportunamente.

Está desde un principio en la estrategia del Señor que Pilar es el instrumento de defensa de la Madre y Roma su palestra.

3 mayo 42: "Hoy, 3 de mayo de 1942, fiesta de la invención de la Santa Cruz, recibimos un telegrama comunicándonos que nuestra amada congregación ha sido aprobada por la Santa Sede. Esta noticia ha llenado de júbilo mi corazón y el de Pilar, y como fuera de mí he corrido con el telegrama en la mano exclamando: ¡Hijas, la aprobación! y las fui abrazando a todas fuertemente. Comunicamos la noticia al Párroco y éste vino en seguida y cantamos el TE DEUM en acción de gracias. La fiesta ha durado ocho días.

Mesas preparadas tempestivamente para oberos y para todo necesitado ... hasta cientos ... hasta mil personas al día ... hasta mil doscientos ... por amor!

Ello no evita que el Obispo de Tarazona disponga que en España las hermanas puedan hacer su profesión perpetua, pero no la Fundadora mientras su caso esté sub iudice en el Santo Oficio. Las Hermanas de Italia renuncian entonces a emitir sus votos mientras no lo pueda hacer la Fundadora y así se lo hace saber la Superiora de Roma a la Vicaria de España. La Madre sufre pensando que ahora las de España se van a enterar de las trabas que desde allí se ponen a su persona y a su obra y teme particularmente la fogosidad de la Vicaria M. Esperanza Pérez del Molino en la que siempre seguirá bullendo la sangre azul de aristócrata española. Es por eso por lo que solicita al Santo Oficio el permiso de hacer ella también los votos. "El día 29 de mayo, recibo una tarjeta de Mons. Ottaviani diciendo que por parte del Santo Oficio, no hay dificultad para que yo emita los votos perpetuos".

El 12 de junio de 1942 Madre Esperanza puede por fin hacer su Profesión Perpetua en Roma. Acude a Via Casilina el mismo Secretario de la Congregación de los Religiosos en persona, el Card. Ermenegildo Pasetto lo cual ya es todo un reconocimiento oficial de la Iglesia. El Osservatore Romano del domingo le dedica un artículo al acontecimiento con incluida fotografía de la Fundadora. En Roma y en Italia el camino está prácticamente libre y el panorama aclarado; en España y en Madrid erre que erre.

El Santo Oficio después de haber analizado con lupa escritos, obras y la misma persona de la Fundadora en diferentes interrogatorios; después de haberla mantenido incluso aislada en el convento de las Religiosas de Trinità dei Monti, en Roma, durante varias semanas, el 10 de abril de 1941 ya había dado por zanjado el tema mandándola libre y absuelta de todo cargo. Ahora le permiten y hasta le aconsejan que regrese a España para arreglar personalmente la situación. Quien se manifiesta contrario al proyecto es... San Roque.


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LE ECHA UN CAPOTE... SAN ROQUE

Desconozco si el que dijo eso de "Dios los crea y ellos se juntan" se refería a los Santos, pero podría ser.

No obstante su gran deseo de regresar a la patria, a ver cómo se encuentran sus colegios, abrazar a sus hijas... el viaje no se realizará.

"El día 30 de junio de 1942 por la noche, veo en sueños al glorioso San Roque que me anima al sufrimiento y me refiere lo que él sufrió en Italia, cómo consiguió entrar en un hospital para cuidar a los enfermos contagiosos y cómo después enfermó él y sufrió muchísimo, desamparado completamente y cómo más tarde en una visión el Señor le mostró su deseo de que regresara a su patria donde le esperaba mucho que sufrir y cómo él se ofreció a ello con muchísima alegría por amor a su Dios y cómo curó milagrosamente y que al llegar a su patria, nadie le reconoció y le tomaron por una espía y su mismo tío, que era Gobernador, lo encerró en una cárcel donde mucho sufrió, pues le trataron muy duramente, sólo horas antes de morir le atendieron y consolaron.

El Señor, me dice, desea que tú también sufras, pero tú debes estar muy atenta para evitar, no los sufrimientos que Él te permita, sino los atropellos que el hombre en su ceguera pretende hacer.

El Sr. Obispo de Tarazona pretende llevarte a la Casa de Alfaro, en donde piensa incomunicarte; a esto le mueve, primero el quitarte de Roma para evitar que estés acudiendo con todas las cosas al Santo Oficio y segundo, dar al Sr. Nuncio y al Sr Obispo de Madrid la seguridad de que, estando tú en Alfaro, incomunicada por él, cuando él cese en su cargo tú quedes en las manos del Sr. Nuncio, el cual se encargará de que tú no seas rehabilitada para gobernar a tus hijas y a tu Congregación, ya que el Santo Oficio no tomará ninguna medida sin que venga antes consultada al Sr. Nuncio y que siempre obrarán según sus informes y que estando tú en Roma, al Sr. Nuncio le es muy difícil trabajar en este asunto, ya que a él no le piden ningún informe.

Me dice que si el aviso de irme a España fuera voluntad de Dios debía aceptarlo con alegría, no sólo para ir a una incomunicación sino a una lóbrega cárcel, pero como se trata de una nueva tormenta con la cual sale perjudicada la Congregación de las Esclavas del Amor Misericordioso y obstaculizada la fundación de los Hijos del Amor Misericordioso, y aumentarán las ofensas a nuestro Dios, tú no debes ponerte en manos de ellos, sino luchar para evitarlo. Pide al Buen Jesús su ayuda que Él te la prestará: Confianza y amor, y con ello saldrás victoriosa".

Ya sabíamos que la Iglesia no está dirigida por ángeles, pero sí por el Espíritu de Dios.

Treinta años más tarde estos ojos ingenuos y quinceañeros miraban al Cardenal Amleto Cicognani pasear por los patios de Collevalenza en visita a la Madre Esperanza y estos oídos de la misma edad captaron un comentario de la Madre que hoy comprendo algo mejor: "Conocí a su hermano (Gaetano Cicognani) cuando era Nuncio en Madrid; era un gran hombre, de gobierno, más que de almas". Con los años el amor a la Iglesia no decrece, aumenta y se ... aclara.

Una vez que el simpático San Roque disuade a la Madre de la idea de regresar a España puede decirse que comienza la segunda parte de su vida mucho más apacible, es un decir, y tranquila. Por lo menos desde ahora se verá rodeada de una cada vez más profunda y universal admiración y cariño. La aseveración de Jesús según la cual el profeta no triunfa fácilmente en su patria, Madre Esperanza la experimentará más que nadie. Ahora mismo, mientras en Italia es universalmente conocida y admirada, en España sigue siendo una perfecta desconocida.

Bien es verdad que en su tierra murciana, desde que recientemente la han descubierto, se están volcando con ella y ya le han dedicado calles en Santomera y Murcia y la han declarado "Hija predilecta" de la capital pimentonera, pero en otras tierras, donde más se le debe, se puede afirmar que las nieblas en que se envolvió su figura, aún se resisten a desvanecerse del todo.

Pero vamos a seguirla en su estancia romana. Podríamos decir que aún le quedan por vivir los tres grandes momentos de su existencia: la Guerra mundial y la nueva casa de Via Casilina, la Fundación de los Hijos del Amor Misericordioso y la construcción de esa maravilla que es el Santuario del Amor Misericordioso de Collevalenza.

Quizás no sea justo privar al lector de otra perla que brilla en su diario y que explica en parte la libertad de que goza en este momento para no verse obligada a regresar a España. Ella la reseña con rasgos telegráficos que respetaremos textualmente porque no es difícil vislumbrar la grandeza que encierran esas pocas líneas. Estas: "La noche del 3 de julio de 1942 el Buen Jesús ha permitido que yo me encuentre con el Santo Padre, él se ha impresionado y yo no sé cómo estaba, pues al Buen Jesús se le ocurren cosas maravillosas. Dije al Santo Padre todo lo que me había ocurrido con San Roque y él postrándose en tierra... dijo: Alabemos al Señor y desaparecí".

Por si no fuera suficiente, algo parecido permitió el Señor que le ocurriera trece días más tarde en presencia del Cardenal Vicario, en el despacho de éste. Se trató esta vez de un éxtasis al final del cual al bueno del purpurado ya no le quedaba más que comentar: "Todo esto me lo podías haber comunicado antes, sin necesidad de llegar a esto; de todos modos soy contento de haber presenciado un acto tanto útil para mí".

Efectivamente el Señor se hace cargo él personalmente de su defensa como siempre le ha prometido. En la última "entrevista" en efecto le había oído decir: "No sufras, hija mía, y ten presente que en la tribulación tienes a todo un Dios auxiliar y Juez y así tú y la Congregación saldrán victoriosas de este combate como de todos los demás; no te acobardes".


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¿QUÉ PINTA ELLA EN ESA GUERRA?

En la zona de Tor Pignattara o La Marranella, reduciendo el territorio, donde se han instalado, no pasan desapercibidas esas jóvenes religiosas tan trabajadoras y alegres que cantan sin desfallecer durante los recreos y que no se sabe ya cuántas niñas pobres van reuniendo en el otrora plácido convento. Sobre todo se difunde el nombre de la Fundadora cuyas características fuera de lo normal el vulgo va captando en seguida. Ella misma contará luego con su salero murciano que se presentó una vez una persona preguntándole: "¿Es Vd. la monja anormal? Y ella en respuesta: "No lo sabe Vd. cuánto".

La Casa de Roma, Casilína 323 - Casa Generalicia de la Congregación

La verdad es que delante de la casa que habitaban en alquiler tenían intención de construir una nueva con mayor capacidad y en efecto el día 18 de diciembre de 1942, Festividad de la Virgen de la Esperanza, se llegó a bendecir la primera piedra, pero la segunda se hizo esperar algunos años. No estaba el horno para bollos. Europa ardía en la mayor deflagración bélica que la Historia había registrado hasta entonces. Conocida es la curiosa situación en la que llegó a encontrarse Italia que la había promovido junto con Alemania y Japón y que la acabará, tras la caída del Gobierno fascista y el armisticio de Cassibile, al lado de los Aliados, pero en contra de los primeros.

La presencia de las fuerzas alemanas en territorio italiano a la llegada de los aliados dará lugar a cruentos y frecuentes conflictos. Roma, la capital, será un objetivo militar demasiado obvio, aunque una vez más se notará el influjo de sus númenes tutelares no precisamente paganos en estos tiempos.

Tampoco estas vicisitudes bélicas la pillarán desprevenida. "Hoy, 5 de julio (1943) el Buen Jesús me dice: que durante esta guerra sucederán tristes acontecimientos, pero que nosotras no debemos movernos absolutamente de esta casa, sino estar aquí para ayudar y confortar, curar y alimentar a la grande masa de pobres que vendrán a refugiarse a este antiguo cementerio. «Aquí es donde debéis propagar la devoción a mi Amor Misericordioso, con el buen ejemplo, la caridad, la abnegación y el sacrificio, olvidándoos de vosotras mismas»".

Y el 18 de julio: "Esta mañana hacia las diez ha tocado la sirena de alarma y nuestras niñas con algunas religiosas y las novicias han bajado al refugio situado en nuestra misma Villa, y apenas habían pasado unos cinco minutos cuando se ha sentido el horrible ruido de las primeras bombas que caían hacia la parte de San Lorenzo".

El horrible espectro de la Segunda Guerra Mundial penetraba por las calles de Roma.

"La gente huye desesperadamente gritando y llorando, las Hermanas que han quedado en casa con Pilar y conmigo corren con nosotras hacia la capilla a los pies del Amor Misericordioso; los aviones vuelan sobre Roma, y pasan sobre nuestra misma casa y al rededor de ella han tirado varias bombas; nosotras hemos seguido de rodillas a los pies del Amor Misericordioso rezando y clamando al Buen Jesús y cuanto más fuerte era el bombardeo, tanto más fuerte era nuestra oración y la de la pobre gente que se había refugiado con nosotras en la Capilla, y cuando los aviones se alejaban, Pilar, las Hijas y yo, salíamos fuera para socorrer a los heridos, entrándolos dentro de casa, dándoles lo que podían tomar y yo curando y fajando a los que estaban más heridos.

Mientras estábamos en esta labor, hemos tenido que correr y entrar de nuevo en la Capilla, que era nuestro refugio y el de varios pobres; los aviones volvían y de repente un fuerte ruido hace temblar toda la casa y a todas nosotras en la Capilla; caen los cristales de toda la casa, tenemos un momento de verdadera agitación, pero sin miedo pues todas confiábamos en la protección del Amor Misericordioso.

Cuando todo esto ha cesado, hemos salido nuevamente fuera y vemos que una bomba había caído a dos metros de distancia de nuestra casa, y todas decíamos: "Milagro, milagro, el Amor Misericordioso nos ha salvado" Esta misma noche me he distraído y el Buen Jesús me dice: comunique a Esperanza, Pilar y las demás hijas, que a este día seguirán otros más tristes, que estén a punto para entrar en el refugio en el primer aviso de la sirena, pues de lo contrario quedarán sin poder llegar, pero que nosotras no nos cansemos nunca de orar y de hacer orar a los demás, y a este fin las hijas deben ir al refugio, por lo menos una buena parte de ellas, ya que alguna de las otras no quieren dejarme sola, pues yo no quiero dejar solo el Santísimo en medio de este alboroto; que las hijas en el refugio recen con toda la gente el Santo Rosario y den estampas de su Amor Misericordioso con la jaculatoria por Él dictada:

"Señor mío y Dios mío, tu Misericordia nos libre, tu Misericordia nos salve, y tu Amor Misericordioso triunfe en esta guerra infernal". Que procurásemos dar en todos los refugios esta jaculatoria, asegurándome que ninguno de los que la dijesen perecería en esta cruel guerra.

Día 13 de agosto 1943. Hoy, 13 de agosto, hacia las once de la mañana vuelven a Roma los aviones, comienzan bombardeando sobre la ciudad con más fuerza que la otra vez; nuestras niñas con la Superiora y otra Hermana bajan corriendo al refugio y todas las demás hijas, Pilar y yo nos refugiamos en la Capilla, pues yo no quería dejar solo el Santísimo y Pilar no quería dejarme sola a mí. Esta vez parece que las primeras bombas van todas directas a nuestra puerta, y a la primera oleada caen varios muertos y heridos, fuera del refugio y en nuestra puerta, pues no les dio tiempo a entrar, otras entraron pidiendo auxilio y yo las voy metiendo en la Capilla.

Después de un rato se presenta una mujer toda angustiada, fuera de sí, descalza y despeinada, y llevaba en sus brazos una niña de tres o cuatro años medio muerta o muerta, fría, morada, y detrás de esta mujer venía un hombre que trae otro hijo también herido, y todos llorando se arrodillaron junto con nosotras a los pies del Amor Misericordioso rezando con mucho fervor, y precisamente en los momentos más críticos en que los aviones zumbaban estrepitosamente sobre nosotras, yo cogí la niña de aquella pobre mujer y con aire se la presente al Amor Misericordioso diciéndole:

Madre Esperanza con Alfredo Di Penta que será el primer Hijo del Amor Misericordioso

"¿Es posible que tu Corazón de Padre pueda resistir por más tiempo el dolor de esta pobre madre? Muévete a compasión y da vida a esta criatura y así yo la pueda poner sana y salva en los brazos de esta apenada madre".

Grande fue mi emoción cuando noté que esta criatura abría los ojos y comenzó a moverse y a recobrar la vida: la madre al ver moverse la hija, gritaba más fuerte, en estos momentos que cree viva la hija, que cuando la creía muerta y en este entusiasmo y fervor se ha presentado en la puerta de la capilla un hombre, que lleno de ira y de furia, pretende hacernos callar a todo trance, diciendo: "Silencio, que hacéis más ruido vosotras que las pesadas bombas".

¿Quién era aquel tipo que no fue capaz de entrar en la Capilla?

Nosotras, cuanto más mandaba callar rezábamos con más fuerza y entusiasmo, y como crecía la furia de este personaje, invocando la ayuda del Amor Misericordioso, llena de energía me fui cerca de donde estaba él y con un tono fuerte de voz y grande energía le dije: "vaya vía, desgraciado, aléjese de aquí perro atado, y dándome una mirada desapareció".

"Este segundo bombardeo es más fuerte, las bombas parecen caer encima de nosotras mismas, la casa parece se ha levantado al aire y las puertas y ventanas están en medio del campo, la casa vuelve a hacer una cosa rara, como si saltara hacia arriba y hacia abajo; el bombardeo ha durado casi dos horas, nos hemos quedado sin luz, sin agua, sin puertas, ni ventanas.

Pasado el bombardeo salimos fuera para poder ayudar a la pobre gente: ¡Qué espanto y qué impresión hemos recibido! el jardín estaba lleno de heridos y entre ellos unos 20 muertos; más de 25 bombas habían caído al rededor de nuestra casa, que protegida milagrosamente por el Amor Misericordioso quedaba aún en pie, siendo objeto de admiración para todos los que la visitan. La casa se ha llenado en seguida de gente que pide auxilio y socorro.

Yo me doy de lleno a curar heridos de todas clases, sin fijarme en otra cosa que en aliviar los terribles dolores de esta pobre gente. Pilar me va dando lo necesario para curar y mi oración y confianza en la ayuda del Buen Jesús es extraordinaria: jamás la he sentido igual; los medios que tengo a mi alcance para curar a esta pobre gente son muy escasos y nada a propósito y recomendables pues sólo tengo tiras de tela de camisas militares, hilo y agujas para coser y yodo para desinfectar las heridas, pero mi fe en el Médico Divino era tan grande que nada se me pone por delante en esta terrible labor, segura de que todos quedarán bien.

Cogimos un hombre con todo el vientre abierto y los intestinos fuera, se los limpié un poco con un pedazo de tela militar, se los metí dentro y a coser. Pilar me pasaba las agujas y yo después de ajustarlos lo mejor que podía iba cosiendo sin fijarme en nada más, después les daba yodo con mucho cuidado, pues tenía muy poco, y unos hombres los iban colocando por el suelo, y el Padre Misani, Religioso de María Inmaculada, confesor mío y otro sacerdote los iban confesando.

Madre Esperanza con los tres primeros Hijos del Amor Misericordioso

Los heridos fueron 83. Cuando ya había terminado de curar a toda esta pobre gente, se presentan dos médicos de Sanidad y la Cruz Roja; estos médicos, asustados de las curas que veían había hecho, tratan de asustarme también a mí, diciéndome que cargaban sobre mí toda la responsabilidad de cuanto sucediese a esta pobre gente, yo les he respondido que estoy dispuesta a ello, pero si ellos no les tocaban de como yo les he dejado y esto aún les ha molestado más. Con la Cruz Roja se han llevado cuatro heridos diciendo volvían en seguida con más ambulancias para los restantes, pero yo viéndoles así, dije a los heridos que se resistieran y no fueran al hospital. Antes de venir los médicos había venido Mons. Traglia acompañado de Mon. Ercole y otro Sacerdote; estos dos sacerdotes fueron dando la absolución a todos los heridos y mientras tanto Mons. Traglia quedó con Pilar y conmigo, y todo espantado, pues el delantal que yo llevaba blanco no se sabía si era blanco o rojo de la sangre que llevaba encima, al verme así me ha dicho: "¿Le faltaba esto, Madre?" Y yo le he respondido: "Se ve que sí" El me ha dicho: Por qué yo no me he ido al refugio con las demás, a lo que le he contestado: que las niñas e hijas se han ido en seguida al refugio a rezar en Comunidad con la pobre gente, pero Pilar y yo con alguna hija, nos habíamos quedado: yo por no dejar el Santísimo solo y ellas por no dejarme a mí.

"Está bien, dijo él, si Vd. no quiere dejar el Santísimo solo, al primer aviso de la sirena, coja Vd. el copón y con mucho cuidado y amor se va Vd. al refugio con el Santísimo, preparan allí un altar y allí recen y oren con la pobre gente hasta que pase el peligro; que el altar que preparen sea un poco grande, para que si tocan la sirena en domingo o días festivos, puedan sentir allí la Misa".

"Hoy 14 de agosto ha venido el Ministro de la Embajada de España para saber nuestras noticias... por la tarde ha venido el Embajador para informarse personalmente qué nos ha pasado pues los periódicos y la radio decían que había sido bombardeado violentamente el convento de las monjas españolas de la Via Casilina y él, como todos los que nos han visto, han quedado muy conmovidos y admirados... y así él también ha tenido que exclamar: "¡esto es un verdadero milagro!".

De las vicisitudes romanas durante el periodo bélico se podría seguir hablando largo y tendido como del providencial, enorme agujero que se abrió misteriosamente en el jardín del convento en el cual tuvo escondidos y alimentados a varios jóvenes para librarlos de los horrores de la prisión o algo peor; les proporcionó ropa de calle, "de burgueses" dirá ella en un español que se le va italianizando de manera irremediable. Por pura coincidencia (¿?) da el susodicho agujero, de tres metros de circunferencia por cuatro y medio de profundidad, con una serie de galerías de catacumbas que ni se sabe a donde llevan por lo que caben muchos refugiados. La boca de la sima está oportunamente mimetizada con ramaje por lo que no se enteran ni las niñas, ni muchas Hermanas.

Oportuno será acudir una vez más a la viva voz de su diario, para edificarnos con su seráfica devoción eucarística.

"Varias han sido las veces que he tenido la fortuna de llevar el Santísimo al refugio y terminado el peligro, si había algún Sacerdote en el refugio, éste lo llevaba a la Capilla y si no, lo llevaba yo.

Sólo el Buen Jesús ha podido apreciar la emoción que ha experimentado mi pobre alma, siempre que he tenido la fortuna de abrazar junto a mi pecho el copón con mi Dios y todas mis cosas. Llevada de mi entusiasmo, casi me venía el egoísta deseo de que sonara la sirena, para abrazar de nuevo junto a mi corazón el afortunado Copón".


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ADIÓS, PILAR

¿Fue sólo un sueño agradable la reconfortante, amigable, presencia de Pilar? Casi. Aún estaba fresco, reciente el año 32 cuando la conoció y ya había pasado el ecuador del fatídico año ‘44. Esperanza tenía en ella la amiga del alma, discreta, fiel, disponible, incansable. Con ella a su lado ya se atrevía... ¿Con quién? Sólo en Uno, en El, pueden poner su confianza los Santos.

El tres de mayo, luego de una de sus frecuentes y provechosas "distracciones" Esperanza se entera que pronto el Señor se va a llevar a una de las dos, es más, en ese año de gracia tres serán las Esclavas del Amor Misericordioso que obtendrán pasaporte para la eternidad. Juntas se preparan, harán unos Ejercicios Espirituales particularmente intensos y beneficiosos; ambas están dispuestas a partir, ambas preparadas para quedar. La expectativa no será larga; agosto es el mes.

El 2 Pilar se alerta. Se siente mal, con vómitos. El médico dictamina que algo ha comido que le ha sentado mal. Una purga oportuna y a los dos días ya está mejor.

Vaya mientras tanto preparando la Madre para el viaje eterno a la Hermana Matilde porque el Señor la encuentra madura para el Paraíso y pocos días más tarde la seguirá Madre Cándida.

Hoy es 29 de agosto y Dios siempre dispone por mucho que la mujer proponga. Pilar y Esperanza tras mucho cavilar juntas casi estaban dispuestas a proponerle (¡a Dios!) que Esperanza casi se merecía el descanso eterno y Pilar no iba a encontrar tantas trabas para sacar adelante la Congregación femenina y no le faltaban arrestos y medios económicos para fundar la masculina cuando llegara el momento.

El momento ya ha llegado, pero para Pilar. A la mañana Esperanza se entera que su amiga se irá esa misma tarde, después de comer. ¿Cómo decírselo? Es Pilar quien encuentra a la Madre rara y la aconseja acostarse. Se acostarán las dos, pero en la portería, Pilar en un camastro, Esperanza en el suelo sobre un colchón. Esta no aguanta la situación y se encarama para sentarse al borde de la cama de la moribunda. Pilar intuye, pero si le toca a ella, si ya ha llegado la hora ¿es que va a morir sin profesar entre las Esclavas del Amor Misericordioso? Ese es desde hace tiempo su deseo más vehemente. Pues no hay ni un sólo minuto que perder. Está en casa el P. Misani. Le llaman. Acude. Pilar en presencia del sacerdote y de la Madre Fundadora emite los tres votos de Obediencia, Castidad y Pobreza en la Congregación de las Esclavas del Amor Misericordioso "para siempre, según ella".

El día 31 en la cercana parroquia se le celebran los funerales. Su cuerpo es enterrado en el Panteón de la Embajada Española en el cementerio romano. Hoy descansan sus restos en la capilla de las Esclavas del Amor Misericordioso en Via Casilina, 323. Un lápida marmórea en el suelo indica el lugar y nos informa que fue una mujer ejemplar, piadosa y generosa.


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UNA CASA EN ROMA

Con las circunstancias que han concurrido en los últimos tiempos, ni la Ditta Tossini primero, ni la Speroni después han sido capaces de levantarle a la nueva congregación española su casa romana. El Año Santo por otra parte está al llegar y con dinero o sin dinero, ahora que el nuevo Gobierno Español le ha incautado los bienes a la Señorita Pilar, la casa nueva de Via Casilina se ha de levantar. En un ramalazo de genio la Madre convoca una subasta. Acuden las dos Constructoras ya mencionadas más una nueva, la Ditta de los hermanos Di Penta. La Madre los deja boquiabiertos.

No tiene un duro, bueno una lira, pero el Señor le ha dicho que le acaben la casa lo mismo antes de enero del 1950, Año Santo, porque durante ese año de gracia y de aflujo turístico a Roma las Hermanas acogerán a muchos peregrinos, particularmente alemanes en la nueva casa de modo que para diciembre del mismo año jubilar habrán pagado religiosamente y nunca mejor dicho todo el importe.

Los empresarios se miran estupefactos; con respeto y educación le intentan explicar a la religiosa española cómo funciona ese tema en Roma y en el Cuerno de Africa. Hace falta material para construir, ese material hay que comprarlo, con dinero, claro, el mismo dinero que es necesario para pagar a los obreros. ¿Qué le van a explicar a esta española tres italianos, por muy listos que se crean, a estas alturas? ¿Acaso no se ha explicado bien? ¿O se quieren aprovechar de una pobre monja extranjera? Saca a relucir el genio de la tierra, ella misma se siente agobiada. ¿En que situaciones la pone la bendita obediencia a la voluntad del Señor? Acaba en un amargo desahogo: En su patria, en España, no le hubiera pasado eso; está la piel de su patria plagada de casas religiosas; piensan esos señores que no ha habido confianza en la Divina Providencia, en la humanidad misma.

Tossini y Speroni agachan la cabeza y se esfuman. Lino Di Penta ha quedado petrificado, inmóvil, visiblemente emocionado. ¿Quién le ha dicho a esta valiente española que en Italia no quedan hombres con sentido de honor y de fe religiosa?

La Ditta Di Penta tiene capital suficiente para levantarle la casa hasta donde haga falta y autosuficiencia económica para esperar el tiempo que sea necesario y ella no se preocupe ni busque más por Italia, porque antes de que el año acabe, su casa estará acabada y entregada y luego ella verá.

Aquello fue la chispa y el incendio vino en seguida. Ni los Egipcios ayudados por los Israelitas trabajaron como aquellos obreros ayudados por la jóvenes y activas (y atractivas) monjas españolas.

Porque todo hay que decirlo: "Cuando los obreros se iban, las Hermanas todas en fila descargábamos los camiones y llevábamos todo el material a los pisos, es decir al puesto en donde se debía operar, valiéndonos de las grúas y otras de las escaleras, subiendo cargadas con el material y bajando cargadas con los escombros que ellos habían dejado, para que los operarios trabajasen sin perder tiempo.

Era digno de ver trabajar a estas hijas con el entusiasmo y alegría que todas trabajábamos. El hombre que tenían para guardar el material de las obras cuando nos veía llegar a nuestro trabajo, decía: "Ya está aquí la Célere" (La Célere = la veloz, era la línea urbana de tranvías llamada así por su celeridad y puntualidad).

La casa, cómo no, estaba entregada a finales de año y a finales del próximo, cómo no, estaba pagada, lira sobre lira, no obstante los sustos y ansiedades que una vez más se habían tenido que superar, como el de la sustitución a última hora, al frente del Comité Alemán de Peregrinaciones, de Don Bayer el cual había asegurado en principio el lleno para la casa durante todo el Año Santo. Pero el Señor tiene recursos para sustituir Él también a todos los Bayers del mundo y no faltaron igualmente peregrinos con devoción y buen apetito que comían bien y bebían mejor en esa casa nueva y acogedora de las monjitas españolas.

El mismo Lino Di Penta, presionado por su hermano Antonio, se vio en la necesidad de pedirle a la Madre que por lo menos accediese a hipotecar la casa a lo que ésta se negó en rotundo acudiendo al asesoramiento de siempre: el Señor. Este le respondió por la vía más rápida, la visión. Lino, presente, emocionado hasta las lágrimas, le prometió no volver sobre el tema. Se comprometía con su dinero personal a reemprender las obras con más brío ese mismo día y así se hizo. "Antes de terminar el Año Santo la empresa ha cobrado todo cuanto le debía esta Congregación y hemos pagado todo el "arrendamiento" de la casa y hemos hecho el Panteón, pues Pilar había comprado el terreno en S. Lorenzo y todavía no habíamos podido hacerlo".


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¿Y LOS HIJOS, CUÁNDO?

La etapa romana fue algo absolutamente increíble, inolvidable, con muchos más casos de intervención divina extraordinaria que dejamos en el tintero por brevedad y por no abusar de la buena fe del sorprendido lector. A ver si van madurando finalmente los tiempos en que se pueda contar todo, a todos.

No hemos dicho que tercer miembro de la Ditta Di Penta era el hermano más joven: Alfredo. Cuando la Madre le propuso a Lino que ellos mismos cobraran directamente el alojamiento de los peregrinos y que así se fueran resarciendo día a día, éste delegó la tarea en su hermano Alfredo por ser el contable de la empresa. Alfredo se tomó las cosas en serio, según su estilo. En su trato diario con las jovencísimas hermanas, muchas de ellas españolas, aprendió a conocerlas primero y a estimarlas en seguida. No se limitó a cobrar al final de la jornada como señorito neo rico que era, sino que ayudaba a las hermanas todo lo que podía, en su propio beneficio y en el de ellas. Les indicaba donde podían encontrar género bueno y barato, las acompañaba él mismo o les transportaba la mercancía en los medios de transporte de la empresa; les traía a buen precio abultadas barricas de sabroso vino de I Castelli Romani que sólo los alemanes de Via Casilina podían degustar con su agradecido paladar ya que los demás hoteles de Roma no lo incluían en el menú del día.

El joven y soltero y sin compromiso Alfredo Di Penta había sido piloto aviador en la reciente Guerra Mundial, pero se encontraba mucho más a gusto trabajando para su propia empresa con estas alegres y trabajadoras religiosas que buscando enemigos desde el cielo. Ahora que, de eso a meterse fraile...

Desde siempre la Madre, o mejor dicho desde el año 1927, sabía que lo suyo era tener la parejita. La niña había venido al mundo en Nochebuena y ya tenía veinte años la criatura y crecía y se desarrollaba y vaya si ella estaba orgullosa... pero la gestación del varón se estaba haciendo eterna y le daba más preocupaciones aún o por lo menos preocupaciones de otra índole. ¿Dónde se había visto que una mujer fundara una Congregación de hombres? Santa Teresa, que era Santa Teresa, se había atrevido con la reforma de los Carmelitas y sabidas eran las tribulaciones que había tenido que pasar, pero ¿cómo se come eso de fundar una congregación masculina? Bien es verdad que ya tenía el nombre preparado y bien que le sonaba eso de Hijos del Amor Misericordioso. Le chiflaba todo lo que sonara a Amor Misericordioso.

Incluso Jesús había tenido el detalle de dictarle las Constituciones y ya las tenía guardadas desde el mismo momento que escribió las de las Esclavas, pero ¿cuándo tenía que empezar con la de los hombres? ¡Dios mío, qué apuro!

Por lo menos Jesús tan detallista siempre, tan espléndido, tan providencial me pondrá a disposición alguna eminencia, por lo menos un experto en Derecho Canónico. Si no van a abundar en Roma… ¿Qué va a ser, mi Señor, el que dispones que comience conmigo – (esto no es del diario) – la nueva Congregación, Cardenal o simplemente Obispo? Mira, que te conozco y Tú serías capaz de dejarme ahí que me las arregle con un simple Monseñor.

"Ya veo lo bien que me conoces, ¿para que luego parezca una fundación de los hombres y no una obra de Dios? Ni Cardenal, ni Obispo, ni Monseñor: el primer hijo del Amor Misericordioso va a ser Alfredo Di Penta. ¿Ya lo conoces, no?

– Tú, bromeas, Señor.

– Y tú, flipas, Esperanza, si crees que un Cardenal iba a hacer las cosas mejor que ese joven.

– Pero, Señor, si ese joven ni siquiera es sacerdote, ni religioso, ni idea que se le pasa por la cabeza de meterse en estos berenjenales…

– ¿Y me lo dices a mí? Tranquilízate, Esperanza, las cosas de Dios ya sé cómo se llevan a cabo. Además lo conoces, conoces su rectitud, su disponibilidad. ¿Y te parece poco? No es sacerdote, pero lo va a ser, un santo va a ser y un religioso modelo; más que suficiente para empezar. Anímate y vé a decírselo tú misma.

Esto nos cuenta ella en el diario en día 24 de febrero 1951: "Me ha dicho que ha llegado el momento de realizar la fundación de la Congregación de los Hijos de su Amor Misericordioso y que el primero de estos será el joven Alfredo Di Penta, que El en su Providencia ya me lo había puesto a mi lado, con la ocasión del Año Santo, para que éste se fuese aficionando a mí, y así más fácilmente pudiese responder al llamamiento de su vocación".

La visión en cuestión, a la que asistieron varias hermanas enterándose de la novedad, debió ser de órdago, teniendo en cuenta que a menudo la Madre se acusaba de excesiva confianza con el Señor; el caso es que alguna religiosa, con la sana intención de facilitar un poco las cosas, acudió donde Alfredo con la embajada para ponerlo en antecedentes de lo que se le venía encima.

"Yo, que nada sabía de lo de esta Hermana, dije avisasen a Alfredo de que viniese y él, al llegar se arrodilló junto a mí, diciéndome: "No sufra, Madre, que yo estoy pronto a todo". Él me dijo esto para tranquilizarme, pero sé por algunas Hermanas, que él fuera de mi presencia estaba triste y preocupado y que se le veía llorar".

No quisiera ser irreverente, más bien todo lo contrario, pero llegado a este punto, me acude a la memoria la figura de San José; por analogía de funciones será.

El caso es que este es el génesis de la Congregación de los Hijos del Amor Misericordioso. Alfredo, con los límites de su condición y de sus capacidades, nunca defraudará a la Madre, ni a nadie.

Con treinta y tantos años.. a buscar un seminario... ¿Todi? ¿Fermo? finalmente se decanta por el de Viterbo... latín, teología, la liturgia de entonces... compañeros imberbes, impúberes, disciplina espartana, escasez postbélica... todo lo aguanta con tesón y esa extraña sensación de ser ¿Qué? ¿Quién? al lado de una fundadora mujer y extranjera.

No era fácil hurgar en sus recuerdos de este tiempo. Prefería contarnos cosas de la guerra sobre todo cuando le venían a cuento en sus clases de Historia la anécdota del perro nos azuzaba la fantasía en la infancia.

Faltaba ya menos de un mes para la fundación y Alfredo corría de un lado para otro con su FIAT 1500 negro a veces llevando a la Madre, otras veces solo. Esa mañana salió hacia Todi (130 Km de
Roma) para acompañar al Obispo romano de esa ciudad, Mons. Alfonso Maria de Sanctis que les ofrecía la posibilidad de fundar en su propia diócesis en una aldea cercana.

El enemigo, el infernal, debía estar particularmente furioso e intrigado esos días.

"El día 18 de julio 1951, Alfredo va a Todi a acompañar al Obispo. Yo, no encontrándome bien, a la hora del recreo me acosté y mientras yo estuve en la habitación vino el tiñoso a decirme que esperase sentada a Alfredo, que él se encargaba de que no volviese más; me dijo una serie de barbaridades todas propias de él, asegurándome que ese ya había terminado de ser ni el primero ni el último y que ya podía buscar otro desgraciado para poner al frente de la famosa Congregación, a la que él ya tenía permiso de aniquilar.

A las once y media (de la noche ) llegó Alfredo, pero sin la máquina (= coche) y dijo que a un cierto momento se le presentó un perro extraño y vino sobre la máquina, que él quiso desviarse, pero el perro se le metió por debajo de la máquina y esta dio un salto por encima del perro, como si este fuese de hierro y no vio más. Con este salto se rompió la máquina y no pudo seguir más, pidió a un camión se la remolcase a un garaje y él tuvo que dejar allí la máquina y andar tres kilómetros para coger un tren.

Él estaba impresionado y en el garaje, donde llevó la máquina, le dijeron: "¿Cómo ha sucedido esto?" El dijo lo que le había sucedido con el perro, y estos le respondieron: ¿un perro? ¡un buey! (Sabemos, los que lo conocimos bien, que nunca jamás volvió a sufrir un accidente de coche no obstante los millones de kilómetros que se metió entre pecho y espalda por carreteras italianas, francesas… y españolas).

Lo que Dios ha establecido no lo puede impedir el demonio y Dios quería que Esperanza de Jesús fundara los Hijos del Amor Misericordioso el día 15 de agosto de 1951.

La víspera tomaron el Hábito en la capilla de las Esclavas del Amor Misericordioso de Roma y el día de la Asunción de María al cielo en la misma capilla, ante el Obispo de Todi "hacen los votos, según sus Constituciones, los tres primeros Hijos del Amor Misericordioso: Alfredo Di Penta, D. Giovanni Barbagli y Sanzio Marino".

Tres días después la nueva congregación al completo se trasladará a Collevalenza donde el Obispo los presenta a la parroquia y les acompaña a la nueva vivienda, de alquiler.


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COLLEVALENZA: DE ROCCOLO A SANTUARIO

Cuando llegó la Madre con sus primeros religiosos en pleno verano de 1951 Collevalenza era "una frazione" de Todi a casi diez kilómetros de distancia del municipio. La mayoría de su población, que en su conjunto no llegaba al millar, se encontraba esparcida por los caseríos y sólo una mínima parte ocupaban el centro urbano que consistía en los restos de un castillo medieval cuyo aspecto exterior aún conserva en cierto modo.

Políticamente, como el pueblo de Beppone y Don Camillo, estaba dividido a partes iguales entre democristianos y comunistas sin que éstos tuvieran que ser necesariamente ateos, que en realidad no lo eran, ni mucho menos.

Era una población pequeña y apacible cuyo nombre no llegaba muy lejos a no ser por la fama que tenía su "roccolo" hermoso bosquecillo de robles y encinas, donde los cazadores solían realizar copiosas redadas de pájaros.

"Esperanza, - debió decirle el Señor - este bosque donde los cazadores capturan pajarillos lo convertiremos en lugar de atracción de almas; vendrán desde los lugares más lejanos en gran cantidad y aquí encontrarán y conocerán al amor misericordioso de Dios".

Subiendo de Roma hacia Florencia, después de haber andado 121 kilómetros y faltando otros cincuenta para Perugia se deja la cómoda autovía poco antes de llegar a Todi y se enfila hacia Collevalenza. La Madre no dispuso de autovía. Ya en términos municipales de Todi, se cogía la humilde carretera de Collevalenza, flanqueada entonces por una larga hilera de chopos recién plantados. Allá al fondo, en lo alto de la colina detrás de unos pajares se vislumbraba la población. Se hospedaron en régimen de alquiler en una casa del pueblo. Al lado estaba la parroquia y esto para Esperanza tenía su encanto particular.

Como toda congregación que nace tiene que crecer, ni dudó ni tardó en recoger un grupito de niños, algunos de la misma plaza del pueblo, para formar el primer seminario de la Congregación, los ya míticos "Apostolinos" de Collevalenza. Fueron media docena los primeros y hasta se intentó por falta material de espacio que el primer curso lo sacaran adelante en Campobasso, pero antes de acabarlo ya estaban de nuevo en la aldea umbra.

Era por aquel entonces la casa rica del pueblo la de la familia Bianchini compuesta en parte por un buen número de hermanas solteras con cierta edad y notable generosidad. A tener en cuenta que aún perduraba en Italia el fenómeno del contadinato que poco después se iría disolviendo según avanzaba el subsiguiente fenómeno del éxodo rural. En cada pueblo pocas familias poseían mucho terreno que lo cultivaban, en condiciones miserables, los "contadini" para repartir luego la cosecha con los "padroni". No lo sabía entonces la Madre, ni lo podía suponer, que en buena parte de los terrenos de las hermanas Bianchini y de los Ciliani el Señor ya había establecido ubicar el futuro complejo del Amor Misericordioso. Por su cuenta y humanamente hablando, si recaló en aquel rincón de la entonces depauperada y olvidada Umbria fue porque únicamente el Obispo de Todi se mostró dispuesto a ayudarle en su sueño de la fundación de la Congregación masculina.

El caso es que en un lote de terreno propiedad de la señorita Ermanna Bianchini, en diciembre de 1953, se inauguraba el colegio de las Esclavas y de los Hijos del Amor Misericordioso.

La nueva y doble familia religiosa tenía finalmente un lugar y una sede estable y definitiva. Se acababa su deambular por la geografía española e italiana, su vida perseguida. Tenía una casa fija y estable y unos hijos sacerdotes, que sin ser ningunas lumbreras, la adoraban y estaban dispuestos a no permitir un solo atropello más y a defenderla si fuera preciso como unos mastines.

Aún desde la spanish connection se intentó aprovechar alguna influencia española en Roma, algún rescoldo antiguo, pero ya poco o nada había que hacer contra una religiosa que, si al Santo Oficio entró como acusada, de él salió totalmente absuelta y restablecida después de haberse ganado a pulso la profunda admiración de la jerarquía de la Iglesia desde el Papa hasta el último conserje.

Particularmente le demostraban su admiración y cariño Cardenales como Giuseppe Pizzardo, Alfredo Ottaviani, Amleto Cicognani, Ildebrando Antoniutti, Parente, Coelho y muchos otros. El cardenal Luigi Traglia, que fue testigo ocular de su excepcional labor en Roma durante la guerra mundial se había convertido en su más animoso "fan" y fue ya siempre para ella como un numen tutelar.

Ahora llegaba, en su último tercio de vida, la hora de desarrollar la labor más importante, el legado que esta mujer extraordinaria iba a dejar a la humanidad: la devoción al Amor Misericordioso. Para ello era necesario un instrumento material de espacio y edificios.

Todo comienza el día 18 de diciembre 1953, Festividad de la Virgen de la Esperanza con la inauguración de la primera vivienda: es al mismo tiempo seminario y comunidad de las Esclavas y de los Hijos. La Madre es Fundadora y Madre General, pero sobre todo es la madre de todos y el ángel tutelar de la familia.

Madre Esperanza atenta y maternal con los enfermos

Durante la Cuaresma del año 1954 a un pueblecito de la montaña navarra llegó una carta en la que se expresaba el deseo de la Madre Esperanza de ver, en ocasión de su próxima visita a España, a los padres y a los dos hijos más pequeños de la numerosa familia. Por motivos que no vienen al caso pudimos acudir a Bilbao aquella Semana Santa sólo mi madre y yo. Por el camino mi madre me catequizó puntualmente. Ibamos a ver una religiosa extraordinaria: Fundadora y santa. A ver si por una vez me portaba bien y la dejaba a ella en buen lugar. Tenía que ser formal y responder educadamente: Sí, Madre. Nos recibió en una salita, en el colegio de Bilbao, la antigua escuela del Ave María. Me quedará para siempre la satisfacción de haber visto con qué efusión se saludaron, como dos viejas amigas, la naturalidad con que comentaron detalles incluso nimios.

La Madre era una mujer eminentemente práctica. Yo tenía diez años. Me preguntó:

– "¿No te gustaría ser religioso?"

– "¿Qué? osea, sí, Madre.

– "Pues en septiembre te vienes a Italia donde tengo un seminario; el curso empieza en octubre. Te pago el viaje de ida, la estancia si ves que te gusta y si ves que no te gusta, el día que decidas volver también tienes el viaje de regreso pagado".

– Sí, Madre.

– Me gustó. Hasta hoy.

Lo cuento en nombre de los muchos miles de niños, con historias más o menos parecidas que experimentaron personalmente la generosidad de la Madre y que de alguna manera fueron testigos de la consiguiente ayuda de Dios, la famosa Providencia que todo el mundo oye mentar y que sólo unos privilegiados sabemos realmente lo que es. Sólo a Collevalenza fuimos aquellos años exactamente cien escolares españoles. A ninguno la Madre nos exigió nunca una peseta, sin que nos faltara en ningún momento lo necesario. Varios son hoy Hijos del Amor Misericordioso, los demás respetables ciudadanos y estupendos padres de familia.

El cinco de septiembre de 1954 una curiosa y nutrida caravana arribaba a media tarde a Collevalenza. Madre Mercedes de Jesús Díaz (todas las Esclavas del Amor Misericordioso en el momento de la profesión religiosa cambiaban de nombre y "se apellidaban" de Jesús) reunió en su colegio de San Sebastián veinte niños para Collevalenza y otras jovencitas para el noviciado de Via Casilina, amén de algunas Hermanas, jovencísimas ellas también, que iban a reforzar las filas de la comunidad romana. Llamativa aquella expedición e inolvidable aquel viaje de más de veinticuatro horas en tren desde Hendaya hasta Roma.

En el patio del colegio recién inaugurado de Collevalenza, con la ilusión y la ternura materna imaginables, nos esperaba Madre Esperanza.

"A ti ya te conozco" me dijo nada más verme. Yo a ella no acabo de conocerla en toda su insondable complejidad.

Ese "milagro" que es Collevalenza, en definición de Mons. Bruno Fratteggiani, Obispo de Camerino, acababa de comenzar.

Somos varios los que recordamos haber oído a la Madre anunciar con claridad los edificios que iban a ir surgiendo e indicar con precisión la futura ubicación de cada uno.

"Aquí al lado el Señor quiere que levantemos el Santuario, más allá quedará la casa de las Hermanas y al lado la Casa del peregrino, el hospital, allí abajo el Vía Crucis, a la altura del panadero la carretera la desviarán hacia el bosquecillo y dejará un grande espacio para la plaza...".

Daba la sensación de que ya lo había visto todo en una maqueta y nos bastaron y sobraron los años de seminario para ir comprobando punto por punto que en todo había hablado con singular clarividencia.

Hoy cualquiera que bajando de Florencia a Roma se desvíe unos kilómetros y dedique unas horas a visitar el Santuario de Collevalenza se llevará una de las sorpresas más agradables de su vida. Muchas veces hemos oído decir a estupefactos turistas, sobre todo españoles, que el recuerdo más agradable que se llevaban de regreso a la patria era precisamente el descubrimiento de este imponente, hermoso y acogedor lugar donde a causa del trato de las religiosas españolas y de la profusión de belleza producida por artistas de nuestra patria, se habían encontrado como en un rincón de cielo... español.

En efecto en 1955 la Madre, impulsada por el Señor y frenada por el Obispo de Todi, que consideraba más que suficientes para Collevalenza la parroquia y la capilla del nuevo colegio, emprendió la construcción de un pequeño templo. Cuando pocos meses después el mismo Prelado acudió a inaugurar la nueva iglesia fue el primer sorprendido al encontrarla abarrotada de fieles. Ya había comenzado el aflujo de gente que irá aumentando constantemente, hasta hoy.

Tuvo la Madre el acierto y la suerte de hacerse con los servicios del joven arquitecto español Julio Lafuente que firmará luego la casi totalidad de las obras que componen todo el complejo de Collevalenza, añadiendo así al incalculable valor religioso una estimable riqueza artística.

El mismo Obispo de Todi le concederá cinco años más tarde, tras haber comprobado suficientemente que el lugar se está convirtiendo día a día en centro de peregrinaciones, el título de Santuario. Ese día la Madre tocaba el cielo con la mano de felicidad. No era muy grande, de momento, pero ya estaba ahí real y tangible el tan soñado Santuario del Amor Misericordioso.

"Os parecerá pequeño - solía repetir - pero el Señor dice que llegará a ser uno de los más grandes del mundo y de los más importantes porque mientras en otros santuarios se venera a la Virgen y a los Santos, este está dedicado a Él mismo, al Amor Misericordioso.

Diez años pasaron y al lado del primitivo Santuario ya se erguía en toda su majestuosa belleza en estilo moderno el nuevo, la digna ampliación que el propio incremento de los visitantes había impuesto como indispensable. Por si aún era necesario, ese día de 1965, Madre Esperanza de Jesús Alhama Valera recibió un plebiscito de cariño por parte del pueblo italiano y la aprobación oficiosa de la Iglesia. Más de sesenta Obispos de numerosos países quisieron acompañar al anciano Cardenal Ottaviani en la solemnísima inauguración de este nuevo Santuario de dos pisos al que más tarde la Iglesia le concederá el titulo de Basílica. El nuevo Obispo de Madrid–Alcalá, Mons. Casimiro Morcillo, se reservaba el honor de consagrar el altar de la cripta. Las lágrimas de emoción de algunas hermanas españolas presentes tenían honda significación.

Ya todo son satisfacciones para esta sierva de Dios que contra viento y marea ha luchado siempre para que ni uno solo de los deseos que el Señor le iba manifestando quedara insatisfecho. Enorme alegría le había proporcionado anteriormente el Papa Juan XXIII al enviarle a su nuevo santuario de Collevalenza el cirio que en la festividad de la Purificación de María solía otorgar a los Santuarios más famosos de Italia...

El pozo

Collevalenza es ya su residencia definitiva. Sus obras se van realizando. También sus fundaciones. La familia religiosa del Amor Misericordioso está resultando más compleja de lo que ella misma pensaba. A las Esclavas se ha añadido el ramo de las consagradas sin ningún signo externo de consagración, que pueden acceder a puestos de trabajo y realizar su labor de apostolado y de ejemplo en ambientes menos propicios o inaccesibles para sus hermanas. Los Hijos contemplan además de los miembros sacerdotes dos diferentes categorías de hermanos, los que trabajarán de seglares en todo tipo de actividades laborales, como las hermanas "señoritas" y los "hermanos artesanos" que, en hábito religioso como los sacerdotes, se dedicarán a labores de carácter más doméstico. Todos tendrán la misma dignidad e idéntico grado de pertenencia a la Congregación.

Pero hay más. Dios le pide lo más difícil todavía. Tendrá que fundar una nueva y original rama masculina: la de los sacerdotes diocesanos, que aún permaneciendo en sus propias diócesis, al directo servicio de sus Obispos, podrán al mismo tiempo ser miembros de derecho de la Congregación. Es una novedad y ella misma se encuentra un poco perdida.

¿No quería un canonista que la ayudara? Todo lo tiene preparado la Providencia. ¿En Roma? En Roma no, en Fermo.


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FERMO

No todo el mundo conoce Fermo, esa risueña ciudad que se asoma a cierta distancia al Mar Adriático relativamente cerca de Ancona, de Loreto. Posiblemente tampoco la Madre había oído hablar nunca de esta culta ciudad cuando una noche de mayo de 1951 un sacerdote fermano fallecido recientemente "entrando en mi habitación sin verle nadie, me dijo que el Buen Jesús le había concedido la gracia de poder venir a mí para suplicarme me hiciese cargo de un colegio que él había fundado a (en castellano: en) Fermo y que el Buen Jesús se lo había llevado consigo en el momento que la autoridad civil estaba para cerrar dicho colegio, porque Sanidad no podía permitir que los niños permaneciesen por más tiempo en aquellas condiciones".

Realmente las condiciones eran deplorables y todos sabemos los años y sudores que costó llevar todo aquello a la boyante situación actual. Porque realmente el Obispo de Fermo, Mons. Norberto Perini vio en seguida en este acontecimiento la mano de Dios, en aquella religiosa española otra Santa Teresa, le confió el dichoso colegio, ya que efectivamente la muerte repentina del popular y carismático Don Ernesto Ricci le había dejado un angustioso problema y apoyó siempre a la Madre con todas sus fuerzas. Incluso cuando en seguida le llegaron tendenciosas informaciones sobre ella y hasta la momentánea prohibición de ayudarla. Alguien le informó erróneamente que podían venir tales informaciones del Vaticano, del Cardenal Pizzardo, lo que le provocó sorpresa y pena, pero ahora Madre Esperanza ya tenía hijos, quienes se presentaron inmediatamente en Roma para poner las cosas en claro. El Cardenal Pizzardo no sólo se declaró una vez más entusiasta admirador y colaborador de la Fundadora española sino que les aclaró de dónde realmente llegaban las interferencias: aburre ya repetir de dónde podían venir.

No sólo el Obispo de Fermo le cedió gustoso y esperanzado la dirección del colegio "Artigianelli del Sacro Cuore", el popular y querido colegio de Don Ricci que acogía con mucha más caridad que posibilidades a cientos de niños abandonados, víctimas de la reciente guerra mundial, sino que le anunció la inmediata entrada en la Congregación del Rector y Vice-Rector del mismo así como la de cuantos sacerdotes de su diócesis quisieran hacerse Hijos del Amor Misericordioso y ya eran varios los que iban pidiendo su permiso.

Mons. Perfetti no fue nunca hijo del Amor Misericordioso oficialmente pero lo fue en su corazón. Era él la persona, con conocimientos de derecho canónico que el Señor puso a disposición de la Madre para que la animara, aconsejara y sostuviera. Si hoy los Hijos del Amor Misericordioso diocesanos con votos son una realidad, buena parte de la culpa la tiene él.

Don Perfetti desde el cielo la mira con orgullo y satisfacción y bendice el momento en que conoció y creyó en aquella humilde y decidida religiosa española, dispuesta a llegar al fin del mundo si eso se le ordenaba desde lo alto.

Fermo es un nombre que todos en esta familia pronunciamos con respeto y cariño. Desde Don Lucio Marinozzi que abrió la lista de los Sacerdotes diocesanos con votos, hasta los Padres, ahora pilares portantes, Ottavio Bianchini y Giulio Monti que salieron de las filas del Colegio Artigianelli y pasando por el Padre General Elio Bastiani y Montecchia, Scendoni, Tosi, Straffi, Bartolucci, Romanelli, Ignazi, Corsetti, Corpetti y alguno más, la de Fermo ha sido una de las diócesis italianas que más ha sabido entregarse al proyecto divino del Amor Misericordioso.

Cuando pocos años más tarde el Obispo de Fermo emprendió la ambiciosa obra del nuevo seminario fuera de la ciudad, Madre Esperanza le proporcionó un buen espaldarazo económico comprándole el viejo donde sus apostolinos de Collevalenza, acabados los estudios de Humanidades y Filosofía, podían residir para cursar la Teología con los seminaristas diocesanos.

En la bella catedral que se asoma hacia el mar y las fértiles colinas colindantes desde el parque público del Girfalco hemos sido ordenados sacerdotes por Mons. Norberto Perini casi todos los miembros de la congregación de la segunda generación. Así pues con Don Lucio Marinozzi, seguido inmediatamente por Don Valentini, Pasetti, Monaldi, Mons. Ciarappa, Don Tarcisio Carboni, que será luego consagrado obispo de Macerata y una pléyade posterior se daba inicio a la rama de los Sacerdotes con votos. Atrás quedaban la primera sorpresa y las reticencias del Obispo. "¿Una unión institucional de sacerdotes y religiosos? ¿Pero cómo se le ocurre, Madre, no sabe Vd. que no se aman?". "No es a mí a quien se le ha ocurrido; es el Señor quien quiere que se unan y que unidos trabajen y colaboren en caridad". Una vez más Mons. Norberto Perini, convencido, se declaró dispuesto a colaborar, aunque se le fueran a la nueva Congregación los miembros más válidos de su clero; sabía que lo que gana la Iglesia nunca lo podrá perder una diócesis.


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MADRE Y MAESTRA

En Collevalenza se vive un clima de auténtica familia. Los Padres y Hermanas ya forman una comunidad respetable y se atreven primero con los tres cursos de la Scuola Media, luego llegado el momento también con los dos sucesivos cursos del Gimnasio y hasta con los tres del Liceo. Los patios del colegio pululan de apostolinos. Llegan a contabilizarse a finales de los cincuenta y en la década de los Sesenta casi cien jóvenes que se preparan al sacerdocio o que de todas formas reciben una esmerada educación.

Directora, mente y corazón de toda esta numerosa familia es la Madre. Ya desde ahora todos la llamaremos así. Manifiesta unas inigualables dotes de organizadora, y manager. Es madre y maestra. Los sacerdotes son jóvenes y vienen todos del clero secular. Desconocen las características de la vida religiosa. Ella los va aleccionando con trabajo paciente e incansable, con exquisito trato personal. Llega a los más entrañables detalles maternos. A los educadores les sugiere lo que tendrán que transmitir a los jóvenes seminaristas. También a éstos los conoce personalmente y defiende su permanencia en el centro, sobre todo la de los que intuye que pueden ser mañana buenos religiosos.

Le gusta de noche pasear por los dormitorios como una madre observando y velando el sueño de los niños, rezando por cada uno de ellos, fijándose hasta en la postura que adoptan mientras duermen.

Forma ella misma buenos directores de conciencia. Cuántas veces reconocemos en las enseñanzas de nuestros formadores el pensamiento y hasta la formulación de las ideas de la Madre literalmente traducidas del castellano.

Son tiempos duros para la sociedad italiana. Escasean las viandas en la mesa de las familias pobres. Se nos hace familiar la imagen de la viejecita que sale al prado con una cesta y un pequeño cuchillo. Con un poco de paciencia y el profundo conocimiento que del reino vegetal posee todo italiano, se las arreglan para procurarse una frugal cena. De Estados Unidos llegan a través de las Oenegés de entonces algunos alimentos que hay que dividir entre muchos. También en el seminario nos familiarizamos con el famoso queso amarillo y con el etiquetado "dono del popolo americano".

La Madre no se sabe cómo puede mantener sus despensas en eficiencia. La verdad es que todos somos conscientes de la manera con que Dios la aprovisiona de vez en cuando. Ya nos parece hasta normal.

Así cuando comemos, de un solo ejemplar, pavo durante todas las fiestas navideñas del 1955 más de ciento veinte personas; cuando se pone a repartir media docena de estampas entre un buen número de seminaristas sin que a ninguno le falte su ejemplar. Alguien ha dicho, y si no lo digo yo, que el que realiza un sólo milagro ¿por qué no había de realizar muchos más? ¿No es ya un milagro la misma existencia y la pervivencia de ese seminario religioso de Collevalenza donde unos cuarenta estudiantes españoles no aportan una sola peseta y los italianos poco más?

En seguida la fama de la Madre se va difundiendo cada vez más lejos. Comienzan a venir visitadores y peregrinos. Crece el número día a día. La Madre recibe a todo el mundo, promete oraciones, le pedirá al Señor la gracia, se la arrebatará a fuerza de oración insistente, machacona.

"Lástima, Señor, que a Ti no te duele la cabeza, me atenderías antes". Como a la Madre se acude cuando ya no quedan posibilidades humanas las gracias que obtiene del Señor son de grueso calibre. Ya prometió Jesús que si tuviéramos una pizca de fe haríamos milagros y los que no la tenemos ni nos exponemos a hacer el ridículo. La Madre tenía superada esa rémora. Dedicaba muchas horas de la noche a la oración, incluso una Novena al Amor Misericordioso por cada persona a la que durante el día le había prometido sus plegarias.

A veces volvían las familias a dar gracias, con la persona curada después de que los médicos habían perdido las esperanzas, con el hijo convertido, con el familiar reaparecido en el momento menos esperado. Si el caso tenía realmente visos sobrenaturales el Superior, en los primeros tiempos nos permitía interrumpir un momento el estudio y acompañábamos a la familia en el sencillo gesto de ofrecer un cuadro con un corazón de plata en el santuario. Se recitaba alguna oración, el Rector nos dirigía una breve plática, se cantaba el himno al Amor Misericordioso delante de su crucifijo y finalmente se despedía a la familia agraciada y hasta la próxima que no tardaría en llegar. Se fue haciendo cada vez más frecuente la ceremonia y ya eran numerosos los ex-votos en la paredes de la pequeña iglesia cuando volvió a aparecer el arquitecto Lafuente que llevaba años en la isla de Scorpios realizando obras para el armador Onassis.

Consideró el joven arquitecto español que tanto cuadrito en la blanca pared de la iglesia no favorecía su estética y optó por retirarlos y revestir las paredes con ladrillo rojo. Bastaba con incidir discretamente en apósitos ladrillos el nombre del agraciado y la correspondiente referencia a los certificados médicos que se iban guardando en los archivos del Santuario. Hoy son ya varios centenares los ladrillos con sus correspondientes anotaciones, que sustituyen los ex-votos de entonces.


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PREGARÉ

Si numerosa había sido su familia allá en su infancia en Santomera, la que tenía ahora en Collevalenza era un enjambre y ella la reina. Aún le quedaban sinsabores como el intenso dolor que le causó el conato de cisma en los primeros años sesenta cuando algunas hermanas de España, mal aconsejadas por personas que ni siquiera conocían personalmente a la Fundadora, perdieron su confianza en ella, dudaron de su fiabilidad, consideraron excesivo el trabajo al que toda la congregación se sometía sobre todo para sufragar los gastos que las construcciones en Collevalenza requerían... fueron tentadas a fundar otra cosa distinta... a desistir del seguimiento de la Madre... en pocos años dejaron la congregación casi cuarenta miembros femeninos.

Seguramente esta nueva prueba le hizo sufrir más que cualquier tormento físico, y a veces no lo podía disimular por llevar las huellas en sus ojos enrojecidos de tanto llorar, pero el sufrimiento nunca podía faltar en su vida y siempre era un importante medio de santificación. Deseó ardientemente volver entre sus hijas de España para sostener personalmente la vocación de cada una, pero la voluntad del Señor se demostró diametralmente opuesta. Eran muchas más las almas que la necesitaban urgentemente en el santuario. Venían cada vez más numerosas. Hubo que encargar una hermana para que canalizase primero y luego organizase el aflujo. Primero Sor Anna Maria Ranocchia y luego Sor Mediatrice Salvatelli ordenaron la venida de muchos miles de visitadores. Se establecieron turnos, con oportuna "prenotazione". La Madre recibía mañana y tarde, en una salita donde ella esperaba de pié cada persona o familia, paciente, acogedora, incansable, hasta la extenuación, hasta que en su vejez los médicos se lo prohibieron tajantemente cuando ya el cuerpo no lo resistía. Varias veces llegó a perder el conocimiento. Se alimentaba insuficientemente, dormía casi nada y nunca le faltaba algún dolor lancinante a aquel cuerpo que tanto había colaborado en la santificación del alma.

Escuchaba a todo el mundo con premura materna; tenía consejos rápidos y clarividentes pero sobre todo a todos quería enseñar la bondad de Dios Amor Misericordioso. Habitualmente de su salita los visitadores se dirigían al Santuario donde siempre había algún confesor a disposición. Ella por su parte a todos prometía su oración, que luego por la noche se preocupaba de realizar con escrupulosa exactitud. A raíz de la excavación del pozo a todos les aconsejará rezar la Novena del Amor Misericordioso y beber abundante agua del Santuario.

Ni se sabe las veces que la hemos oído repetir en el curioso ítalo español "de su uso": pregaré, rezaré por ti.

En una quincena de años varios cientos de miles de cartas le han ido enviando sobre todo sus devotos italianos y a todas, sus abnegadas hijas dieron contestación.

Ni qué decir que con tanto visitador, en un Santuario y tratándose de una persona tan carismática, más de una vez nos tocó asistir a casos de posesión. Sin entrar ahora en disquisiciones en un tema tan delicado y debatido, lo cierto es que la Madre tenía buenos criterios de discernimiento y cuando el caso era auténtico el tiñoso la encontraba en su campo y bien aguerrida.

Fueron de todos modos años de vida familiar, sosegada, fructífera. Desde su diminuta habitación con una mesita, una silla y un viejo aparato telefónico dirigía no solo la casa que pronto fueron dos y luego más, sino toda la congregación. Su actividad volcánica la hacía aparecer como la perfecta personificación de Marta, pero los que la conocemos bien sabemos también de su profunda, constante contemplación que la asemeja también a María. Prácticamente toda su jornada era una continuada oración, porque nunca distraía ni la mente ni el corazón de su Amado con quien por otra parte dialogaba mientras realizaba cualquier labor. Así mientras preparaba una fuente de ensalada en la cocina, por dar un ejemplo bien prosaico, se dirigía a la Virgen María preguntándole cómo se lo hubiese condimentado ella a Jesús o interpelaba a éste para saber cómo lo veía él, si le resultaba sabroso o menos.

De vez en cuando entraba en el comedor de los padres con los que comían los seminaristas más creciditos, aún siendo adolescentes, y se entretenía contando cosas siempre bien pensadas, aleccionadoras. Inmediatamente se rompía el silencio, se detenía la lectura y los más alejados se acercaban con disimulo para no perderse una sílaba. Solía comentar noticias frescas o relatar hechos edificantes de su vida pasada. No era difícil descubrir la moraleja. Era su forma de formarnos poco a poco, personalmente, a la vida religiosa. Con pocas palabras sabía llegar al meollo de las cuestiones y para cada uno tenía su frase lapidaria y oportuna porque a todos nos conocía profundamente.

Acostumbraban entonces los religiosos sacerdotes reunirse una vez a la semana para tratar "el caso", un hipotético caso de moral. Era un ejercicio de entrenamiento y estímulo de profundización de esa asignatura tan necesaria en el confesionario. Un día el caso se lo propuso ella en el comedor porque le acababa de tocar aquella misma tarde. Había acudido a consultarla un recién casado que la misma noche de bodas descubrió que la novia era mucho mayor de lo que había ido aparentando y lo comprobó al quitarse ella en la habitación del hotel peluca, dentadura postiza... Los canonistas se enzarzaron enseguida en cultas disquisiciones de si el amor no es únicamente atracción corporal, que si las exigencias del espíritu, si era o no rato y consumato...

Los adolescentes seguíamos la diatriba entre curiosos y sorprendidos cuando ella zanjó la cuestión con sencilla determinación: "Matrimonio nulo", dijo, "no se fundamenta una unión seria como el matrimonio sobre el engaño, sino sobre la mutua confianza y el amor". Ahí se acabó la discusión, pero nos quedó la impresión de seguridad y clarividencia que siempre tenía en los asuntos serios.

22 de Noviembre de 1982 visita y peregrinación del Santo Padre Juan Pablo II al Santuario

Psicóloga innata, profunda conocedora de la naturaleza humana, no necesitaba preguntar sobre problemas o dificultades de ánimo, las conocía de antemano y con precisa discreción sabía soltar la frase oportuna que el destinatario captaba al vuelo y se la aplicaba. Cuántas veces a las hermanas en crisis les aconsejó que se deshicieran de aquella carta que con tanto sigilo guardaban en secreto, porque constituía una tentación, que desecharan aquellos pensamientos íntimos, que reconsideraran la decisión secreta que acababan de tomar.

Con los caídos usaba una maternal comprensión mezclada a firme resolución y se prodigaba en su ayuda como una madre verdadera. Sobre todo con los sacerdotes, en expiación de cuyos pecados se había ofrecido víctima y constantemente se inmolaba, tenía detalles de especial delicadeza.

Su patria era obviamente el cielo y no hacía alardes de patriotismo, al contrario de su secretaria y homónima Esperanza de Jesús Pérez del Molino para la que España era una pasión irrenunciable; sin embargo con los españoles, a solas, tenía trato personalizado. En los recreos de los apostolinos a los que acudía con frecuencia por eso de que en el juego se conoce al caballero, gozaba y lo celebraba abiertamente si los españoles, sin pensárselo dos veces, le organizaban espontáneos simulacros de corridas con blusas por capotes y dedos por cuernos. También le divertía mucho una especie de pantomima popular que le dedicaban a menudo en su dialecto regional los del Molise. Le hacía gracia el afilador que cantando y en verso trabajaba casi en balde a causa de la cantidad de objeciones que en música versificada también, le oponían sus más ancianos clientes. Todos acabamos aprendiéndonos de memoria la famosa historia. Se dio la casualidad de que los tres protagonistas molisanos llegaron luego al sacerdocio.

Mientras tanto las obras que ella había pronosticado iban tomando puntualmente cuerpo. Durante la ausencia griega del arquitecto se construyó en estilo más humilde la hermosa y espaciosa Casa de la Joven. Era el nuevo convento de las hermanas y de las novicias, pero albergaba también un buen número de chicas pobres que con las hermanas aprendían un oficio. Es esta otra de las características constantes de la Madre: la preocupación por la promoción social del entorno. Si los chicos disponían de un buen centro de estudios, las chicas te­nían a su disposición el famoso "Laboratorio" de Collevalenza, donde bajo la batuta de las Hermanas, que se habían convertido en auténticas maestras, aprendían de prisa a hacer trabajos de punto y en seguida se ganaban un buen jornal. El taller de la Casa de la Joven de Collevalenza llegó a ser el mejor de los cientos de filiales que la firma Luisa Spagnoli tenía por toda Italia.

Cuando Julio Lafuente regresó para hacerse cargo de la nueva iglesia le puso muy mala cara a este gran edificio que le rompía la armonía de sus lí­neas arquitectónicas, pero los proyectos de Dios no podían detenerse por motivos meramente artísticos y además ya tuvo ocasión de llevar a cabo un extenso y hermoso complejo arquitectónico que ahí está cantando sus genialidades.

La misma casa del Peregrino ya estaba esperando su turno. Y es que los peregrinos aumentaban de día en día. A veces llegaban de lejos y al caer la noche no tenían donde cobijarse. Las dependencias religiosas estaban a tope con la abundancia de vocaciones de aquellos años.

Gesto conmovedor de bondad del Santo Padre y consolación para la Madre Esperanza

Siempre había familias generosas dispuestas a acoger a los venidos de lejos en nombre de la Madre, pero el remedio era a todas luces insuficiente, así que maduró también la hermosa y acogedora Casa del Peregrino. Otra vez la Madre encima del proyecto y de la realización: ni un solo metro cuadrado desperdiciado, ni una sola cesión al lujo, la televisión ya la verán en sus casas, a Collevalenza se viene a rezar y de noche a descansar. Y sin embargo ¡qué detalle con sus Hijas! Quiso que inauguraran ese funcional hotel religioso los padres de sus religiosas que estaban fuera de la patria y, si estos no podían, algún familiar, dos por cada religiosa.

¿Cómo describir el entusiasmo, la alegría, la fiesta con que se recibió en Collevalenza aquel entrañable grupo, el agasajo con que se trató durante aquella inolvidable semana a tantos familiares españoles? La Madre gozaba como la que más sobre todo a la tarde cuando aparecía con una enorme mortadela hecha en casa y cortaba y cortaba recias lonchas sin cansarse nunca ante la alborozada y agradecida sorpresa de aquellos visitadores tan cercanos a su corazón.

Luego se construyó la basílica, con sus dos pisos superior y amplísima cripta y aquel campanario tan futurista y hubo más artistas españoles colaborando: Mariano Villalta con sus vidrieras y el mosaico de la cripta y el crucifijo de varias piezas pintadas, y Vaquero Turcios, hijo, trajo un imponente tapiz de San Pedro y de San Pablo y de Zaragoza, el Cabildo de la Basílica, envió una hermosa reproducción de la Virgen del Pilar así como de Murcia la Virgen de la Fuensanta... y... ¿Y la aventura del pozo?


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HAY AGUA EN LA COLINA

Una mañana nos sorprendió la Madre, si es que no estábamos ya curados de sorpresas, informándonos que el Señor le ordenaba excavar un pozo. Nos indicó incluso el punto exacto, junto a un roble, en la huerta, detrás del Santuario. La juventud se lo tomó con espíritu deportivo y hasta recuerdo que anduvimos enredando con un enorme taladro agrícola manual que alguien se trajo de casa. La cosa iba mucho más en serio y tenía superior envergadura. La empresa de Giuseppe Salici que iba levantando una por una todas las obras de la Madre, se encargó de excavar un respetable pozo artesiano de varios metros de profundidad, pero inútilmente. Todo el mundo opinaba que en lo alto de aquella colina todo se podía realizar menos un pozo. Durante siglos la gente de Collevalenza había bajado al valle a proveerse de agua. ¿Qué pretendía ahora Madre Esperanza?

Se recurrió entonces a la empresa Guido de Togni, una de las más prestigiosas de Italia en este tipo de trabajos. El señor Guido no era mala persona y quiso evitarle a la Madre desde un principio sinsabores, pérdida de tiempo y gastos inútiles. Si de algo entendía era precisamente de terrenos propicios para el agua y en la colina de Collevalenza no podía haber ni gota por evidentes motivos geológicos. Cualquier muchacho italiano conoce la ley de la gravedad que ningún elemento natural respeta con tanta precisión como el agua misma. Allá arriba no podía haber agua, pero si la Madre se empeñaba con tanto ahínco y estaba dispuesta a pagar... pues adelante.

Fue un verano épico aquel. A los obreros que bajaron de Isola della Scala (Verona) se unieron trabajadores de Collevalenza. Como el curso ya había acabado y aquel trabajo además de duro se hacía eterno, también los seminaristas mejor dotados físicamente se pusieron el mono y echaron una mano y luego las dos. Al joven veronés Bruno le dio tiempo de conocer a Anna Rita Brugnetta, vecina y amiga de las Hermanas, enamorarse y casarse, con los buenos auspicios y acertados consejos de la Madre, que también de este sacramento sabía un rato.

Aquella alta torre de prospección, todo aquel vaivén en el huerto del convento, pronto hicieron que la noticia de la nueva ocurrencia de la monja española se divulgara por los alrededores. Los comentarios menudearon. Vecino hubo que llegó a prometer que si allí se encontraba agua él se metía fraile.

El mismo De Togni se puso serio un día con la Madre y le confesó que la conciencia no le permitía seguir cobrándole por aquel descabellado proyecto. Hasta el tiñoso, siempre al quite, debió meter los cuernos porque determinadas averías no tenían humana explicación. Tuvo que intervenir el de arriba con una gracia en favor de la familia del empresario de explicación más difícil todavía. Fue entonces cuando el Señor Guido confortó a la Madre asegurándole que, sobre su palabra, estaba dispuesto a perforar la tierra hasta el hemisferio opuesto mientras ella lo quisiera.

No fue necesario. Cientoveinte metros bastaron. A esa respetable profundidad una radiante mañana la sonda perforadora acertó con una abundantísima vena de agua que por allí pasaba con todas las hechuras de río subterráneo.

Si ya el hecho de por sí tenía su especial carisma, quiso el cielo conceder una propina a los esforzados presentes.

Cuando la Madre, prontamente avisada del hallazgo, acudió presurosa y se asomó al borde del pozo (una interminable sucesión de tubos en vertical) pudo ver al fondo no la lógica oscuridad, sino el agua extrañamente iluminada que fluía. Nos asomamos a turno los demás y vimos el mismo fenómeno, durante todo aquel día, volviendo la oscuridad al día siguiente.

Se encargó Salici de construir unos locales con bañeras para los enfermos, pues al decir de la Madre, el Señor se iba a servir del señuelo del agua del Santuario, para incrementar el número de los visitantes que recobrarían en algunos casos la salud del cuerpo, pero sobre todo la del alma.

Con todo, durante casi veinte años los baños se mantuvieron cerrados. El nuevo Obispo no se decidía a permitir semejante actividad. A raíz del Concilio Vaticano II, mientras se perfilaban las competencias centrales y diocesanas el asunto estuvo aparcado. La Madre se lo tomó como siempre. Lo suyo era obedecer a Dios y a la Iglesia y cuando surgían situaciones contradictorias a esperar. Los que no esperaron fueron los enfermos. A diario muchísima gente acudía a proveerse de agua del santuario y de novenas al Amor Misericordioso pues en eso constituía la receta de Madre Esperanza: encomendarse al Amor Misericordioso y beber mucha agua. Y las gracias, la gratitud y el renombre de la religiosa española seguían en aumento.


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EL CRUCIFIJO DEL AMOR MISERICORDIOSO

La principal razón de ser de la Madre fue sin duda servir de instrumento en las manos de Dios para la difusión de la devoción del Amor Misericordioso. Hoy casi ya no reviste gran novedad, pero los que hace tiempo enfilamos la segunda parte de nuestra vida recordamos el tono apocalíptico de determinada predicación así como el mismo vocabulario social. Hasta hace poco tiempo, a Dios se le temía; se predicaba el temor de Dios y se nos atemorizaba con sus castigos. El jansenismo de finales de siglo había dejado un fuerte influjo y donde a Dios no se le consideraba justo vengador se le tenía por el Todopoderoso, el Señor de los ejércitos, vencedor de las batallas y justo Juez.

Brillaba ya entonces, en el capítulo cuarto, versículo ocho, Primera de Juan, esa pequeña perla literario-teológica que dice "Dios es amor", pero parece que pasaba desapercibida entre tanta enfática predicación de la justicia y del rigor divino.

En Lisieux se había levantado una pequeña voz abogando en favor de la ternura y de la misericordia de Dios, pero la sutil intuición de Santa Teresita del Niño Jesús, que le pasará el testigo a la niña Josefina Alhama "visitándole" en Santomera, permanecía casi oculta entre el perfume de las violetas del huerto de su Carmelo.

En España, pero también en Francia, en América y en Polonia se había venido desarrollando un notable movimiento en favor de la difusión de la nueva devoción del Amor Misericordioso. A principios de siglo el Padre dominico Juan González Arintero, científico y Profesor de la Universidad de Salamanca, había aglutinado el trabajo de muchas personas y organizado la difusión de numerosos escritos que fueron apareciendo en la revista "La vida sobrenatural". Sabemos que la Madre también colaboró aunque no es fácil determinar en qué medida. Se trataba de ofrecer un nuevo rostro de Dios. Dios no es un juez severo sino un Padre tierno y misericordioso. Se difundió incluso un crucifijo titulado precisamente "El Amor Misericordioso". También esta devoción tuvo sus dificultades y sus momentáneas prohibiciones, pero era cosa de Dios y a la larga iba a triunfar y será precisamente la Madre la persona llamada a sacar adelante el proyecto divino. Ningún símbolo mejor que el crucifijo para representar plásticamente el amor misericordioso de Dios.

Acudió a un buen artista Coullaut Valera, al que además le unía algún vínculo de parentela, para que en una imagen de madera policromada plasmara la infinita ternura que Dios siente por cada alma por la que se manifestó dispuesto a entregar a su propio hijo muerto en la cruz.

"Yo, convencida de que el Buen Jesús me ayudaría para ello, la encargué y así le dije que la hiciese y de prisa, sin preocuparse del dinero, aunque yo no tenía cinco céntimos, él me dijo que para más seguridad deseaba que yo estuviese con él dándole algunas explicaciones y así se hizo".

Lo que no nos cuenta en su diario, pero sí lo relataban sus primeras compañeras que bien lo recordaban, es que también le proporcionó al escultor la impagable colaboración de un misterioso modelo de aspecto nazareno y de metro ochenta aproximadamente de altura que posó para el artista y que luego se esfumó literalmente ya que cuando se fue a pagarle los honorarios resultó que en la dirección por él facilitada no habitaba... nadie.

La Providencia le tenía también reservada otra buena ayuda en la persona del sacerdote navarro de Abárzuza Don Esteban Ecay quien se hizo cargo de los gastos del crucifijo ganándose la eterna gratitud de la Madre y la nuestra y de paso una suspensión a divinis en la diócesis de Madrid, pero no en la de Tarazona a la que se vio obligado a trasladarse y donde pudo dedicarse a la dirección espiritual de Hermanas y niñas en el colegio del Amor Misericordioso de Alfaro.

Ya disponía por fin la Madre de una bellísima representación plástica del Amor Misericordioso: un Cristo en madera policromada con extraordinario realismo, joven, anatómicamente perfecto, vivo y con una enternecedora expresión de serenidad y de oblación en la mirada dirigida hacia lo alto.

Efectivamente en los ojos se le lee la postrera disposición del alma: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen, ya ves que yo me estoy inmolando por ellos".

Una grande Hostia blanca con el anagrama de Jesús, a su espalda, nos recuerda que esa misma inmolación se perpetua en la Eucaristía, mientras a sus pies una banda rodea el hemisferio terrestre con el titulo en castellano: EL AMOR MISERICORDIOSO.

Sobre el globo terráqueo descansa un librillo, el Evangelio, abierto en la página que reza textualmente: "Amaos los unos a los otros". Una corona sobre un cojín a sus pies significa la divina realeza de Jesús heredada desde la creación y convalidada con su inmolación en la cruz.

La tablilla explicativa, el INRI, está grabada en los tres idiomas entonces en uso en la tierra de Jesús: hebreo, griego y latín, escritos de derecha a izquierda, como era lógico que lo hiciera el local encargado judío.

Un rasgo bastante insólito que pasa desapercibido pero que puede tener una formidable evidencia es el cuello amoratado como si los soldados romanos lo hubiesen llevado por las calles de Jerusalén, atado con una soga. ¿No se temió que "se fugara" el cadáver y le pusieron guardia al sepulcro?

Como el Arca de la Alianza con el pueblo hebreo, así el Crucifijo del Amor Misericordioso siguió los avatares de la vida de la Madre Esperanza y estuvo en Madrid y en tierras bilbaínas antes de encontrar en Collevalenza su lugar propio y definitivo. Cuando por fin la Madre vio el soñado Santuario del Amor Misericordioso hecho realidad concreta y tangible en la colina umbra de Collevalenza, comprendió que también su amado Crucifijo disponía finalmente de morada fija. Se lo llevaron sus Hijos e Hijas del recién inaugurado colegio de Loiu y las del de Larrondo en cuya capilla había permanecido durante años expuesto a la veneración de Hermanas, niñas y de los feligreses de esa entrañable población del vizcaíno Valle del Txoriherri.

En su lugar se trajo a Larrondo, en la misma excursión, la fiel copia que hasta entonces se venía venerando en el Santuario del Amor Misericordioso de Collevalenza.


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.... Y UNA ENCÍCLICA

No es lo mismo tener una fe ciega en las promesas que Dios te va inspirando durante tu vida que ver con tus propios ojos las realidades que van tomando cuerpo en nuestro mundo tangible.

La Madre, y nosotros con ella, fuimos viviendo día a día la espectacular mutación de Collevalenza. De alguna manera todos fuimos artífices de ese fenómeno religioso y social que es hoy todo el complejo del Santuario del Amor Misericordioso. La heroica aportación en horas de trabajo de las hermanas ya tuvo su tratamiento y bien alto precio pagó, pero allí todo el mundo se remangó y justo sería reconocer también la colaboración de apostolinos y seminaristas que amén de labrar el huerto y los campos se responsabilizaron de las complejas instalaciones eléctricas del Santuario, de la Casa del Peregrino, de las tareas de redacción de la revista L’Amore Misericordioso, de la limpieza, servicio en los comedores y todo ello sin perder el ritmo en sus estudios.

Tenía siempre la Madre, en su afán por economizar y dadas las urgencias divinas, unas terribles prisas a la hora de inaugurar cualquiera de sus obras. Si quedaba establecido que la inauguración iba a ser el 30 de septiembre, en ocasión de la visita del Cardenal de turno, ya podían estar la obras a medio hacer en pleno verano que la noche de vísperas quedaba todo a punto, sin falta. Los últimos días eran frenéticos. Olvidábamos los relojes, nos saltábamos los rígidos horarios y hasta las tantas de la noche recuperábamos etapas perdidas.

Nunca vi a nadie colaborar de mala gana, nunca nos hemos arrepentido de haber metido tantas horas en trabajos que no eran de nuestra específica incumbencia por amor al arte. Se colaboraba con la Madre en la realización de un ambicioso proyecto con visos divinos y eso nos bastaba.

Y las obras se sucedían unas a otras con ritmo veloz y la gente venía cada vez más numerosa y la fama de la fundadora se extendía y, lo que era más importante, la devoción del Amor Misericordioso ahora tenía un poderoso órgano difusor y llegaba cada vez a más almas. Y encima nos cayó del cielo la Encíclica Dives in Misericordia. Lo que habíamos mamado desde pequeños, aquello en lo que habíamos creído ciegamente, hasta el punto de consagrarle nuestra propia vida, el amor misericordioso de Dios, ese amor de ternura y comprensión, paciente y justificante para cada una de sus criaturas, más tierno y profundo cuanto mayor sea la miseria moral de sus hijos, ahora el Santo Padre Juan Pablo II desde el Vaticano lo proclamaba a toda la cristiandad mediante el poderoso conducto de una encíclica. ¿Quién mejor que nosotros iba a aceptar y comprender su mensaje? ¡Qué alegría, qué satisfacción, sobre todo para la Madre que la confirmación nos llegara de modo oficial desde las altas esferas de la Iglesia!

Tampoco Juan Pablo II era nuevo en el ambiente del Santuario. Iba a venir en una ocasión el Card. Winzyskj y justo el día señalado la salud le jugó una mala pasada impidiéndole acudir. "No os preocupéis les dijo a los encargados de transportarle a Collevalenza, siento sinceramente no poder acudir yo en persona, pero os voy a mandar a un amigo, una eminencia que me va a sustituir con total garantía". Fue así como el Cardenal Karol Wojtila tomó su primer contacto con el Santuario donde comprobó que se divulgaba una devoción con la que estaba totalmente en sintonía.

¿Qué más quería la Madre? Atrás quedaban los primeros tiempos, aquellas aprensiones, la agradable sorpresa de los primeros peregrinos, los primeros grupos, cuando ella se asomaba desde el dormitorio de los apostolinos, detrás de la persiana y observaba a la gente que entraba en su pequeño santuario recién inaugurado. Realmente la promesa de Dios, como en los tiempos de Abrahán, era verídica, se iba poco a poco realizando... Collevalenza paso a paso, ladrillo a ladrillo, peregrino a peregrino, vocación a vocación se estaba haciendo una espléndida realidad.


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APACIBLE ANCIANIDAD

Prescindiendo de sus durísimas mortificaciones a las cuales nunca renunció y de las diferentes enfermedades, constantes compañeras durante toda su vida, se puede decir que la ancianidad de la Madre fue larga y apacible. En Italia la rodeaba un halo de fervor popular y además en Collevalenza era el centro de la atención, devoción y cariño de una numerosa familia. Una religiosa española, Sor Amada de Jesús Pérez Canseco se había convertido en su bastón de apoyo inseparable y no la perdía de vista un momento. Además ahora estaba rodeada de una familia masculina y sus hijos, lejos de avergonzarse de tener una fundadora femenina, como ella se temía en un principio, estaban orgullosos y dispuestos a defenderla contra quienquiera se atreviese a meterse con ella, aunque ya no era necesario.

Hasta el tiñoso parecía que se había esfumado, derrotado por fin.

La verdad es, que sobre todo los españoles que la veían en sucesivas visitas, comenzaron a notar que la Madre, ya bastante anciana, comenzaba a perder reflejos mentales. A los italianos, que la tenían más cerca, les costó rendirse a la evidencia, pero lo cierto es que también la Madre estaba sujeta a las comunes leyes físicas de la humana naturaleza. Comentaron entonces las Hermanas veteranas que la habían oído dirigirle al Señor, cuando su físico aún se conservaba intacto y la actividad volcánica, una extraña oración: le rogaba que al final de la vida le concediera una década de total decadencia e incapacidad, para que quedara claro, por si aún había alguna duda, que todo lo que ella había realizado era obra de Dios que se había servido de ella como de un simple instrumento, como se utiliza la escoba para barrer y luego se deja ahí tirada en un rincón.

Ella quería ser como la "pavesina" (le gustaban esta imagen y este término) que al desgastarse del todo la vela, desaparece y ya no está. Su única ambición y deseo, una auténtica obsesión que le duró toda la vida, fue la de cumplir en todo la voluntad de Dios. Lo pedía siempre y a todos, que rezaran por ella, por esa única intención, que nada de lo que Dios le pedía quedara sin cumplirse, "costara lo que costase".

Cuando, en los años finales de su existencia la veíamos en silla de ruedas o ya tranquila observarlo todo sin intervenir, dejando que sus sucesoras llevaran ahora el timón de la Congregación, aumentaba nuestra veneración porque sabíamos que seguía siendo un eficientísimo instrumento divino como siempre.


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AQUELLOS OJOS

¿Y qué puede hacer una viejecita, al borde de sus limitaciones físicas, sobre una silla de ruedas? Si siempre ha sido un instrumento en las manos de Dios... ¿realmente cambiarán mucho las cosas? El camino estaba recorrido, las construcciones realizadas, las dos congregaciones fundadas y aprobadas... y sin embargo la gente seguía viniendo, querían verla, hablarle, presentarle sus problemas, pedir sus oraciones. Asistimos entonces a un fenómeno insólito. Las personas que lograban acceder a su presencia se iban reconfortadas y satisfechas igual que antes. Les bastaba un monosílabo, un gesto, una mirada. Ya, la mirada. La descubrimos entonces. Esos ojos suyos negros y penetrantes, de remoto origen árabe... los ojos de Madre Esperanza. Baste un caso por muchos.

En una de mis visitas a Collevalenza, vino a verme un joven matrimonio de Perugia, antiguos compañeros del coro de la catedral… El ahora era doctor en medicina, Paola Profesora, padres de tres encantadoras niñas. Ermanno me confió entonces un gran sueño de su vida sin realizar todavía. Siempre había deseado conocer a Madre Esperanza y ahora ya estaba muy mayor y corrían voces de que se encontraba muy mal y él sin haberla visto nunca. Lo intentamos. Le dije a Sor Amada lo buen médico que era aquel joven, algún día podría ser útil en la Casa del Peregrino Enfermo... Encontramos a la Madre en su habitación, sentada en una silla, rodeada de religiosas en silencio, en oración... Nos acercamos. Estaba con nosotros también la madre de Paola. Se los presenté, le besamos la mano. No nos dijo una sola palabra. Sólo nos miró uno por uno con aquella mirada tan suya.

Bajando las escaleras Ermanno me preguntó profundamente impresionado:

– ¿Y a ti qué impresión te ha hecho la mirada de la Madre?

– ¿Pues?

– A mí me ha llegado al alma. Me he perdido en aquella mirada, me sentía escrutado en lo más íntimo, examinado, inducido a conversión, a ser mejor... mira tengo la piel de gallina.

Regresé a Italia el año siguiente. Nos citamos en el campo de fútbol del Perugia. Jugaban un amistoso con el River Plate en cuyas filas figuraban varios recientes campeones del mundo. Era una calurosa noche de verano. Ermanno me volvió a sorprender:

– La mirada de Madre Esperanza me sigue impresionando.

– ¿En qué sentido?

– Positivo. Me siento mejor. He tomado mi trabajo como una misión; siento que debo amar a los pacientes más, tratarlos con cariño, descubrir en ellos la imagen de Cristo... mira, aún se me pone la carne de gallina cuando recuerdo aquella mirada.


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¿Y ESE HELICÓPTERO?

El trece de mayo 1981 las Hermanas se alarmaron bastante. La Madre lo pasó realmente mal aquella mañana y además con una extraña hemorragia que no había forma de restañar.

Al mismo tiempo los medios de información difundían por todo el mundo la noticia de un gravísimo atentado contra la persona del Papa en la misma plaza de San Pedro. La coincidencia les dio que pensar a las buenas religiosas. Varias de ellas conocían por experiencia personal una faceta poco conocida de la Madre, algo que podríamos definir como función vicaria en el sufrimiento. Más de una en momentos de particular sufrimiento físico, en ocasión de operaciones, habían experimentado una súbita mejoría al mismo tiempo que a la Madre se le veía sufrir ella esos mismos dolores.

El P. Alfonso Mariani contaba su personal experiencia. En el hospital de Perugia pasaba la noche en vela con muchos dolores esperando entrar la mañana siguiente en el quirófano. Percibió a un cierto punto la presencia de la Madre susurrándole palabras de consuelo al mismo tiempo que le pasaba la mano sobre el vientre doliente del que le iban a extirpar un tumor.

Desaparecieron juntos la Madre y los dolores. A la mañana siguiente se vistió, se despidió y, ante las enérgicas pero inútiles protestas del personal del hospital, se fue a casa.

Estaba perfectamente curado.

El Doctor Bianchi, primario de aquel hospital, se sonrió y no opuso ninguna resistencia: en su familia ya sabían algo de los poderes taumatúrgicos de la Madre y era tal la gratitud que le manifestaban que no sólo el P. Alfonso sino muchas hermanas de Collevalenza consideraban aquella clínica como algo familiar.

¿Y el helicóptero? Descendió una mañana de noviembre de 1981 sobre la hermosa plaza semicircular con que Lafuente embelleció la delantera del Santuario. Era un aparato de la Aeronáutica Militar italiana al que sobre la carlinga habían grabado el escudo gualdiblanco del Vaticano. De su interior descendió la figura blanca del Pontífice. No besó el suelo esta vez Juan Pablo II. Se dirigió con paso firme por la amplia escalinata hacia el interior del Santuario.

También esta vez la noticia corrió hacia todas las latitudes del mundo. El Papa ya estaba curado, reemprendía sus viajes y el primero era precisamente a este Santuario del Amor Misericordioso de Collevalenza o de la Madre Esperanza, tanto monta, porque quería comenzar su nueva singladura pontifical con un gesto de agradecimiento, ya que como él mismo afirmó: "A la misericordia de Dios debemos el estar salvados".

No cabían en sí los buenos Padres y las ilusionadas Hermanas de estupor y de alegría al ver al Papa en su casa. ¿Quién había dicho que jamás soñaran con la visita del Papa a Collevalenza, ya que equivaldría a canonizar en vida a la Fundadora y eso en la práxis de la Iglesia era poco menos que impensable? ¿No les bastaba a las Esclavas e Hijos del Amor Misericordioso la reciente Encíclica Dives in Misericordia que consagraba de manera oficial la devoción que desde ese santuario se venía divulgando desde su comienzo? Pues bien, el Papa en persona visitaba ahora su Santuario, rezaba ante el Crucifijo, se paseaba por las instalaciones, todo lo observaba con interés y lo bendecía con paternal premura.

La hermana Amada y sus acompañantes empujaban con cuidado y discreción la silla de ruedas, no fuera que llegara a suceder con el Papa lo que puntualmente sucedía en ocasión de visitas de prelados y cardenales y es que la gente se olvidaba del ilustre huésped y se arremolinaba alrededor de la Madre en cuanto vislumbraban su presencia.

Juan Pablo II, que la había conocido cuando era un torbellino de mujer, la encontró ahora en su silla de ruedas.

Se acercó a ella, se inclinó y le depositó un beso en la frente. Por un instante en la palidez de la piel de la anciana floreció un clavel rosa. ¡Qué hermoso es, Señor, en la frente de tus enviados el sello de tu Iglesia!


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SOBRE TODO MÍSTICA

Podríase haber formado el lector la idea de que Esperanza de Jesús ha sido la personificación del modelo de Marta, la mujer activa cien por cien y desde luego que lo fue. No acaba de sorprender el cúmulo de obras sociales y arquitectónicas que llevó a cabo, su trabajo incansable, las horas que le sacaba al día, la actividad que era capaz de desarrollar y sin embargo, si tuviera que definirme por una de las dos clásicas facetas opuestas yo optaría por clasificar a la Madre Esperanza entre las grandes almas místicas. Fue también una gran imitadora de María, la que prefería a todo lo demás pasar el tiempo en compañía de Jesús, en contemplación y escucha. Es este un mundo que nos transciende a los no iniciados por lo que prefiero cederle la palabra a ella; entrar de puntillas en su diario y escuchar su voz con respeto y admiración.

"Me dices, Jesús mío, que el amor si no sufre y se sacrifica no es amor. ¡Qué enseñanza, Dios mío! Ahora me doy cuenta porqué tu amor es tan fuerte y es fuego que abrasa y consume. ¡Has sufrido tanto, tanto! Haz, Jesús mío, que yo te siga siempre en el dolor y que jamás diga basta en el sufrimiento y que aprenda a renunciarme constantemente a mi misma para poseer a mi Dios.

Ayúdame, Jesús mío, para que yo viva siempre abrazada a la cruz y que llegue a reprimir en mí el deseo de honra, por medio de la sincera humildad y el amor de los placeres, por medio de la mortificación.

Y haz que mi corazón y mi mente estén siempre fijos en Ti y que pueda decirte con toda verdad: vivo, pero no soy yo la que vive, sino que mi Dios vive en mí." (Roma 2 de diciembre 1941).

"Voy con Alfredo y dos hermanas a Campobasso, para ver la finca que éste quiere donar a la futura Congregación de Hijos del Amor Misericordioso.

Salimos a las cinco de la mañana y nos paramos a oír la Santa Misa en una Capilla de Carmelitas, que estaba al paso en medio de una campaña; comulgamos antes de la Misa y al momento de la consagración comencé a salir de mí para entrar en el Buen Jesús y, queriendo evitar esta embriaguez, me salí fuera a ver si, distrayéndome con otra cosa, me pasaba, pero todo fue inútil; me distraje en medio de aquella campaña y el Buen Jesús me colmó de sus caricias y me dijo, con mucha dulzura pero con una majestuosa autoridad, que yo he copiado bien poco en mí sus enseñanzas.

Él - dice - no vivió más que para glorificar a su Padre, y murió para cumplir su divina voluntad y darle enteramente gusto; manifestándome así, que la vida y la muerte no me deben importar absolutamente nada, cuando se trata de dar gloria a mi Dios

Yo le he respondido "¡Cuánto siento tu reproche, Jesús mío! No por lo que me has dicho, sino porque veo que, a pesar de mi propósito firme de no negarte cosa alguna, siempre me hallo con grandes dificultades para cumplir tu divina voluntad.

Ayúdame, Jesús mío, y da a mi débil voluntad la fuerza y constancia que necesita, para no querer ni desear cosa alguna fuera del cumplimiento de la voluntad de mi Dios" (27.5.1951)

"Esta noche, Padre mío, el Buen Jesús ha hecho conmigo una verdadera locura de amor. Vd. lo ha presenciado. Él ha querido que Vd. sea testimonio de sus finezas en el amor.

¡Qué Padre! ¡qué Amigo! ¡qué Esposo! ¡qué Todo! ha embalsamado mi espíritu con ese bálsamo suavísimo del amor, llamado por El bálsamo del dolor, el sacrificio y abnegación y yo sólo le puedo llamar el bálsamo del amor; ese aroma delicado que hace salir el alma de una, para entrar dentro de su Amado, esa suavidad que hace salir del corazón consoladoras frases de cariño para Él; ese perfume que Él sólo sabe preparar y que deja el alma atacada ("attaccata" = pegada) a Él sin darse cuenta de lo que al rededor pasa; este bálsamo que produce en el alma hambre y sed de su Dios y hacen que, como el ciervo sediento, corra a la fuente del amor.

Y a este delicado perfume ha añadido estas dulces frases de amor:

"Tú has de ser toda para Mí como Yo lo soy para ti, y así nada temas y nada busques, ni a ti misma fuera de Mí, pues quiero ser para ti todas las cosas.

¿Qué corazón resiste todas estas finezas sin encenderse en el amor de su Dios?

Yo, Padre mío, me siento hoy tan fuertemente herida, que debo decirle que me parece no puedo soportar la violencia de este fuego, ni me siento capaz de continuar escribiéndole lo que siento dentro de mi alma". (7 de marzo 1952).

"Esta noche he sufrido como de costumbre, pero por tierra ("per terra" = en el suelo) pues tengo miedo de sudar (sangre) y estropear el colchón que no es nuestro, y si viera, Padre mío, ¡con qué ánimos se sufre junto al Buen Jesús!

Yo puedo decirle que no creo haya quien se resista a sufrir con Él, viendo lo que Él ha sufrido por nosotros. Yo de mí sé decirle que me siento con grandes ánimos ante el dolor, pero nunca como esta noche que con un fuerte amor me he tendido sobre la cruz, al lado del Buen Jesús. ¡Qué dulce es, Padre mío, sufrir con Él, para Él y por la gloria de Nuestro Dios!

¡Si viera Vd. lo que se siente en el alma cuando aumenta el padecer y se fija la mirada en el Buen Jesús, que nos está mirando con aquella compasión y amor! Y oírle decir que padecer con Él es consolarle y completar su Pasión; y que amarle con mayor perfección en la tierra, es la mejor preparación para gozar más perfectamente de su amor por toda la eternidad". (21 de marzo 1952)

"Me dices, Jesús mío, que debo tener muy presente que tu presencia es la base de la santidad, el fundamento de la perfección y la raíz de todas las virtudes; y yo te digo, Jesús mío que no te canses más en hacerme ver lo que Tú eres para mí: yo no quiero vivir más que para Ti, que desde que Tú escogiste mi corazón para morada tuya, yo no he deseado más que pensar en Ti.

Y hoy puedo decirte que me siento feliz, muy feliz al oírte decirme que ya he adquirido el hábito que Tú tanto me pedías, o mejor dicho, que Tú has infundido en mí, y es el de que piense siempre en Ti y mi corazón y mi mente estén fijos en Ti y que nada ni nadie me distraen de Ti". (4 de abril 1952)

"Esta noche he sufrido bastante pero contenta, tanto contenta, pues junto a mí estaba Jesús midiendo mis fuerzas con tanto amor y confianza que el dejar de sufrir por mis hermanos es sufrir. En la cruz, junto a Jesús he renovado mi ofrenda de víctima voluntaria por la salvación de las almas a Él consagradas, y debo decirle, Padre mío, que cuanto más participaba de los tormentos del Buen Jesús, yo menos sufría: su corona de espinas ha sido puesta en mi cabeza por breves momentos, pues no ha querido dejármela por más tiempo y sólo me ha pedido: sufra con él al pie de la cruz como la Madre, en silencio, las angustias y dolores de mis dos hijos por los cuales él les permitirá pasar y que estos dolores y angustias, yo las sufra en favor de las almas por las cuales yo me he ofrecido como víctima.

¡Cuánto se goza, Padre mío, cuando estamos convencidos de que Jesús está, no ya cerca de nosotros, sino dentro y que en nosotros ejerce su acción con paternal solicitud! entonces sí que nos entregamos a Él con dulce y segura confianza y ponemos en sus manos todas nuestras cosas, el cuidado de ellas y se enciende dentro de nosotros ese fuego abrasador, que sólo lo alimenta su puro amor.

Y no sé qué me pasa, pero no puedo más: mi mirada se cruza a menudo con la de Jesús y esta mirada amorosa, fija y prolongada me hace exclamar: "Jesús mío, mi corazón no puede sufrir por más tiempo esta mirada de amor, es una emoción demasiado fuerte, afloja un poco, Dios mío, y haz que este mi amor sea tal, que como llama viva se eleve siempre a lo más alto y que, atravesando seguro por medio de las mayores dificultades, se eleve siempre hasta Ti, ya que de Ti ha nacido" (5 de abril 1952).

"Bien quisiera, Padre mío, poder explicar a Vd. lo que se siente en el alma con el contacto del Buen Jesús y ese gozo del amor, pero lo veo imposible, ya que esto no es un movimiento de labios, sino un himno del corazón.

No es, Padre mío, un simple ruido de palabras, sino saltos de alegría, donde se unen, según Él, no ya las voces sino las voluntades.

El dice, Padre mío, que las delicias del amor jamás se podrán explicar, ni oirse fuera de uno ya que es una melodía, que sólo la oye el que la canta y aquel a quien se la canta.

Creo es, Padre mío, según Él, un canto nupcial que expresa los castos y deliciosos abrazos de dos almas, la unión de sentimientos y la mutua correspondencia de afectos.¿Qué fuerte es esto, Padre mío! ¡Y cuán grande la felicidad que en este misterio se halla!

Amemos a nuestro Dios en Él para que nuestro Dios se entregue con gran vehemencia a nuestra alma". (Collevalenza 29 de diciembre 1953)


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Y SE NOS FUE

Noventa años duró la peregrinación de la Madre en esta tierra. Después de haber estado tantas veces en los umbrales del Paraíso, después de haber recibido en diferentes ocasiones y en épocas distintas la Extrema Unción, después de haber vislumbrado con tanta claridad lo que Dios nos tiene preparado en la otra vida y haber deseado ardientemente el abrazo definitivo y duradero con el Esposo Divino, ese momento resultó que había que esperarlo nada menos que noventa años.

Por muy esperada que fuera no dejó de ser impactante la noticia. En manos de las monjas el teléfono adquiere resonancias de violín. Aquel ocho de febrero, a la mañana temprano, la noticia corrió como reguero de pólvora de Roma a Madrid, de Alemania a Brasil y antes de desayunar todas las Esclavas y los Hijos del Amor Misericordioso, amigos y simpatizantes, ya estaban enterados: la Madre acababa de fallecer.

La Sta. Carmen Gandarias, sobrina de Pilar de Arratia y heredera de su fortuna y de buena parte de sus aficiones caritativas, tuvo un enésimo detalle con la familia del Amor Misericordioso. Puso a disposición pasajes de aéreo para todos los que quisieran o pudieran acudir al funeral.

Las adversas condiciones climatológicas y lo intempestivo del momento escolar no fueron óbice para que la afluencia fuera casi masiva.

Encontramos a la Madre Esperanza en su Santuario del Amor Misericordioso de Collevalenza colocada sobre una mesita inundada de flores cual víctima sobre un altar, con los libros que había escrito a sus pies, con una corona de gente orante a su alrededor. Las autoridades religiosas y civiles ya la conocían bien. Se permitió que quedara expuesta a la veneración de los fieles todo el tiempo que fuera preciso, siempre que su físico respondiera. Sanidad se encargaba de hacer su correspondiente comprobación cada mañana. Y respondió. Toda la semana. Cada vez más guapa y serena, como una bella durmiente entre flores y plegarias, hasta el domingo, cuando se habían previsto las exequias fúnebres. Tuvieron así tiempo para acudir sus agradecidos fieles de todas partes de Italia, los que pudieron superar el contratiempo de una memorable nevada.

Alguien colocó un grueso libro blanco a su lado. Fueron cayendo como cándidos copos de nieve miles de firmas, sentimientos de gratitud, piropos a lo divino, una común, irrefrenable sensación de vacío, de orfandad espiritual: "Madre, Esperanza, ¿por qué te vas? No nos dejes solos, Madre, grazie... grazie... grazie".

Las tres de la tarde de un domingo no es la hora más oportuna para un funeral, pero la adversa climatología dificultaba los viajes aquel día de febrero, así que sólo trescientos sacerdotes de los miles que hubieran deseado decirle "addio e grazie" a la Madre Esperanza pudieron subir a la colina aquel gélido domingo de mitad de febrero de 1983. Otros diez Obispos rodeaban a Mons. Lucio Decio Grandoni, ordinario de la Diócesis de Todi y Orvieto que presidía la Misa y la procesión de funeral. Los fieles, la gente sencilla, sus privilegiados y mimados italianos de a pié también estaban allí, más de cuarenta mil. Se la llevó entre cánticos y oraciones, en procesión, de la basílica superior al santuario para que posara por última vez, aunque encerrada en una sencilla caja de madera, que el párroco y un carpintero de Collevalenza habían clavado de prisa durante la noche sin más adornos que una pequeña cruz, ante su crucifijo del Amor Misericordioso. Volvió a salir el cortejo al exterior, atravesó en círculo la gran plaza redonda, regresó a la basílica inferior o cripta.

Entre los fieles estaba una vez más Julio Lafuente. Dibujó una tumba, sencilla y original, con el pa­vimento que a forma de ola se eleva sobre el ataúd y lo envuelve en una especie de velo de religiosa. En el frontispicio reza escuetamente un letrero: Madre Speranza di Gesù. Detrás del altar, lo más cerca posible de su amado Amor Misericordioso, como ella misma había deseado y solicitado, descansa para siempre, perennemente rodeada de flores y oraciones una española, nacida Josefa Alhama Valera, que vivió como Esperanza de Jesús y a quien la piedad popular italiana bautizó en vida como "la suora santa".


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