Murmuración

 

Hijas mías, evitemos a todo trance la murmuración. Pensemos que las Esclavas del Amor Misericordioso no somos llamadas a juzgar a nuestros hermanos. Aborrezcamos este vicio teniendo en cuenta que, la caridad nos obliga a evitarlo a todo trance. Conocido es para todas, que la murmuración consiste en manifestar a otro la falta de nuestro prójimo, destruyendo muchas veces la fama de ellos, y esto lo hacemos siempre que nos referimos a sus defectos.

También lo haremos, y quizá con más daño sin nombrar dichos defectos, pero usando frases que revelen haber en nuestra hermana cosas ocultas, y así una de ellas podría ser: «¡Si yo pudiera decir!» O bien cuando nos hablan mal contestar: «Yo ya hablaría, pero vale más callar» esto es terrible, hijas mías, pues creo que esta reserva, daña mucho más que la manifestación franca del suceso, ya que induce a sospechar que se ocultan cosas muy graves.

Pero dirá alguna: «Yo, cuando he hablado de mi prójimo, ha sido de cosas muy sabidas, con lo que no creo le haya quitado la fama, ya que lo que he dicho no es que lo haya visto, sino que se me ha contado y, en este caso, mi falta no es tan grave ya que eran públicas, ya sabemos que cuando es público un delito, disminuye su gravedad».

Pues yo, hijas mías, creo que aun en este caso, que el que se complace en referir las faltas de sus hermanos, es porque en su pecho late un corazón completamente frío y vacío de amor y de caridad y, la Esclava del Amor Misericordioso, que tal corazón contiene, no es digna del título que la distingue.

La Esclava del Amor Misericordioso, debe poner todo su empeño en copiar las enseñanzas de su buen Maestro, y veamos cómo El se portó hasta con los mayores pecadores, incluso con Judas. Vemos que, habiendo llegado el momento de delatarle, lo hace, es cierto, pero sin pregonar su nombre y con mucha caridad y delicadeza: «Uno, dice, de los que meten la mano en el plato, ese me ha de entregar» Y así, todos se creyeron aludidos y preguntaban llenos de terror: «Señor, ¿soy yo?».

Y a pesar de ver Jesús el espanto de ellos, no les declara nombre alguno, únicamente a Juan le dice en secreto y sin nombrar a nadie: «Aquel a quien yo ahora daré pan mojado» Y lo hizo con tanto disimulo que nadie más se dio cuenta, y si Jesús descubrió esto a su amado discípulo, es porque Juan le amaba entrañablemente, y quien ama tiene caridad con sus hermanos, y por el mismo caso, calla o encubre sus faltas. Tengamos caridad, hijas mías, que ella es el lazo que nos une unos con otros y a todos con Jesús.

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ultimo aggionamento 05 maggio, 2005