La irreflexión, un obstáculo a la perfección

 

No olvidemos que uno de los principales obstáculos para caminar en la santificación es la irreflexión; nos dejamos llevar con facilidad del impulso del momento, de la pasión, de la rutina y el capricho; hemos de pararnos a considerar antes de obrar y ver si lo que vamos a hacer es del agrado de nuestro Dios; si lo que nos mueve a obrar así es su amor, el deseo de su gloria o nuestra; nuestro amor hacia nuestra honra, vanidad, etc.

Tengamos muy presente que el apresuramiento febril es un gran obstáculo para caminar en la santidad, pues produce una tensión demasiado fuerte y consume inútilmente el cuerpo y el espíritu y nos expone a que nos desviemos hacia el mal, y así precisa tomemos el importante trabajo de nuestra santificación con reflexión, calma y moderación.

Vivamos siempre unidos al buen Jesús, procurando imitar sus virtudes, especialmente la humildad, suplicándole nos ayude a practicar en todo momento la humildad de corazón y que enmienda en nosotros el amor hacia nuestro Dios, y que éste nos lleve al menosprecio de nosotros mismos.

Lo más eficaz para adelantar en la santidad es aceptar con alegría de corazón todas las penas y cruces que nuestro Señor tenga a bien enviarnos, persuadidos de que las tribulaciones y sufrimientos son una verdadera prueba de que nuestro Dios nos ama y desea purificar nuestras almas.

El alma religiosa que cree poder llegar a la perfección sin esforzarse en adquirir el espíritu de humildad y sin oración y sacrificio, vive en un error y no a larga distancia de su vida religiosa se le sentirá exclamar: «Me siento cansado de la lucha de esta vida, yo no puedo adelantar en la perfección, es inútil que me esté esforzando para ello, por falta de propósitos no es, cuanto más hago peor me encuentro y así me contentaré con no ofender a mi Dios con el pecado mortal, mis fuerzas, lo comprendo, no son para llegar a ser santo. ¡Pobre religioso! ciertamente que sin oración, sin mortificación, sin humildad, y sin piedad, su labor rinde bien poco provecho para él y para su prójimo; es un pobre paralítico que se mueve a duras penas».

Ciertamente que el religioso que así se explica no se ha esforzado ni preocupado mucho del amor hacia su Dios y, faltándole éste, muchas veces le habrá faltado la caridad, la humildad y así sus obras no han podido ser lo meritorias que debieran haber sido, ni ha podido trabajar con entusiasmo en su propia santificación, pero no debe desanimarse, antes al contrario, confiado en el Amor y Misericordia del buen Jesús, debe acudir a El lleno de confianza filial, pedirle perdón y lleno de fe y de amor decirle: «Castígame Jesús mío, por mis iniquidades y sálvame por tu Amor y Misericordia».

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ultimo aggionamento 05 maggio, 2005