Roma, Miércoles Santo, 21 Abril 1943

 

Consideremos hoy la Pasión de Jesús: desde el Pretorio a la crucifisión.

Jesús es pospuesto a Barrabás, esto hijas mías, es una humillación infinita, por la inmensa diferencia de las personas, pues Barrabás era homicida, ladrón y perturbador y Jesús es el Autor de la vida, dador de bienes y la misma mansedumbre; fue humillación inmensa por los gritos del populacho, la unanimidad del odio contra Jesús, por cuanto no se hizo allí una elección pacífica sino tumultuosa, ni con voces tímidas, sino con rugidos de fieras hambrientas; ni espontánea sino movida por los Príncipes de los Sacerdotes.

Es un desprecio muy grande, por las causas que mueven la elección: el odio de los Príncipes de los Sacerdotes que excitan al pueblo a pedir la libertad de Barrabás, no por amor o compasión que a éste tuviesen, sino por odio a Jesús; la inconstancia del pueblo, que habiendo antes proclamado Rey a Jesús, ahora piden que le crucifiquen, con saña y repetidamente.

La cobardía del Juez indigno, que pregunta al pueblo qué ha de hacer, convirtiendo al pueblo en juez y así mismo en testigo de la causa, invirtiéndo el orden en el juicio y sentencia.

Jesús es azotado. Veamos hijas mías, el rigor de este suplicio: atan a Jesús con los brazos en alto por las muñecas a una columna del atrio y los pies también atados a la misma columna; el atrio lugar infame destinado a azotar a los que iban a crucificar; la desnudez de sus vestiduras, hasta la túnica inconsútil.

La fiereza de los verdugos atizados por el odio de Satanás contra Jesús y por los Judíos que con dinero los sobornaban para que rematasen al Salvador, el número de los azotes que fueron muchísimos, (hay quien dice que fueron cinco mil) y lo prolongado del tormento, pues se relevaban unos a otros cuando se cansaban de dar golpes sobre aquel bondadoso Padre que no se cansaba de recibirlos; la dureza de los instrumentos de dolor: pues eran varas verdes llenas de pinchos, terribles ramales de nervios de bueyes, con abrojos de hierro al remate de ellos y cadenillas de hierro que penetraban aquellos delicados huesos, quedando el cuerpo Sacratísimo de Jesús completamente destrozado y desangrado al cesar el suplicio.

Jesús arrastrándose y bañándose en su propia sangre va a ponerse sus vestiduras que estaban algo distantes. ¡Qué dolor el de nuestro Redentor, viéndose despedazado y atormentado tan cruelmente por el hombre a quien El ama, por quien se encarna y da su vida para rescatarle!

Veamos hijas mías, las causas porque Jesús quiso sufrir tanto, siendo así que con una sola lágrima suya podía rescatarnos, estas fueron: mostrarnos la inmensidad de su amor y el aborrecimiento al pecado, la confianza que en El debemos tener y el bien inmenso que es el Paraíso, alentarnos a sostenernos en nuestros trabajos, producir en ellos el gozo de los mártires y la mortificación en los penitentes, como la tribulación en los fieles dando gracias a Dios por ella: por nuestra concupiscencia, o sea, por los pecados de la carne: especialmente la lujuria y gula.

Las Esclavas del Amor Misericordioso deben mortificarse espiritualmente en la voluntad y corporalmente con el ayuno.

Jesús coronado de espinas: los tormentos de Jesús en esta estación fueron: la desnudez de sus vestidos que como ya se habían pegado al cuerpo con la sangre, al arrancarlos violentamente le llevaban la piel; la ropa vieja de púrpura que le pusieron para motejarlo de Rey falso, de burlas y de teatro; la corona de espinas que traspasando el divino cerebro le hacían derramar abundancia de sangre con extraordinario dolor, la caña hueca en las manos en lugar del cetro, para significar que era Rey de palo, sin juicio y sin seso.

Las obras injuriosas escupiéndole en la cara y dándole con la caña golpes en la cabeza para que se le clavasen más las espinas; las palabras afrentosas de los sayones pasando por delante de El y mofándose de El como Rey diciéndole: «Dios te guarde Rey de los judíos» y las burlas de los circunstantes y del populacho que había acudido a divertirse.

La regia dignidad de Jesús se vio confirmada, pues tuvo corona de espinas el Rey de las almas atribuladas, cetro de caña el que con la Divinidad subyuga al universo y vestido de púrpura el que propaga su reino con la invasión de su propia sangre.

Jesús coronado de espinas nos enseña las virtudes de la humildad y caridad es decir, hijas mías, la abnegación de Si mismo contra los pecados de espíritu, especialmente de la soberbia y envidia, es decir de la vida que se ceba en los honores, pues debemos pisotear por Dios, hasta la dignidad real.

Pilatos todo impresionado al ver a Jesús tan mal tratado exclama dirigiéndose al pueblo: «Ecce Homo» presentando a Jesús como objeto de compasión como diciendo: ved ahí al que se llama Rey, Hijo de Dios, castigado y desfigurado a tal grado que apenas parece hombre, compadeceos de El.

«Ecce Homo» dice de Si mismo nuestro Divino Maestro que pide hoy a las Esclavas de su Amor Misericordioso dos cosas: confianza para que todo lo esperen de El e imitación para que le tomemos por modelo.

En este acto de Pilatos los tormentos de Jesús fueron: la presentación de El al pueblo como Rey falso y objeto de burlas, digno de lástima; la soberbia de ellos porque se les pedía lástima, no por misericordia, sino por no ser el Rey que ellos decían, objeto que pudiese inspirarles temor de usurpación y de autoridad; los gritos del populacho movido por los enemigos de Jesús, diciendo: «Crucifícale», la nueva acusación de que se proclama Hijo de Dios, tratándole de blasfemo siendo así que los blasfemos eran ellos en negarle; las pasiones de Pilatos ahora temiendo al oír que era Hijo de Dios, ahora teniendo por soberbia o menosprecio de su autoridad el silencio de Jesús y el miedo al pueblo por el respeto humano al oír a éste decir: que si no le crucifica era enemigo del César.

En la segunda presentación que Pilatos hizo de Jesús al pueblo diciendo: «Mirad a vuestro Rey». Los gritos infernales de las turbas vociferando «quítale de ahí, crucifícale, crucifícale, que nosotros no tenemos otro Rey sino a César», esto es que no le vean nuestros ojos, desaparezca su memoria y dadle la muerte de cruz, la más afrentosa; con lo cual niegan al Rey verdadero de Israel; y al tirano que oprimía la libertad de la Patria y la hacienda, aquel que ellos tanto odiaban lo proclaman sin embargo por rey, en odio a Jesús y con ello quedaban esclavos de Roma.

Jesús pospuesto a Barrabás (imagen de los hombres perversos y malos y del mundo como enemigo del alma) debe ser seguido por todos porque no podemos servir a dos señores.

Inculquemos, hijas mías, en el corazón del niño y de todos los que con nosotras traten estas verdades: Jesús es salvación y vida, o sea, que fuera de El no hay salvación para el hombre, ni para las naciones y pueblos, que nos salvaremos siguiéndole en el dolor de su Pasión, no posponiéndole a Barrabás, es decir, no dejándole seguir el mal a nuestro apetito desordenado y pisoteando los honores mundanos, o sea, la soberbia de la vida con la humildad de la corona de espinas..

Y nosotras Esclavas del Amor Misericordioso mortifiquémonos en los placeres o concupiscencias de la carne, con mortificaciones y penitencias corporales y tengamos presente que para ser verdaderas Esclavas del Amor Misericordioso nos son muy necesarias estas cuatro virtudes: amor, caridad, humildad y mortificación

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ultimo aggionamento 05 maggio, 2005