4. Los grandes deseos de Dios: deseo que madura

Antes de llegar a la última morada hay que hacer la travesía de una zona poblada de grandes deseos. Deseos que se apoderan de todas las energías del caminante místico: deseos de llegar, deseos de «ver a Dios». No son a imagen de los nuestros, que quedan en el sentimiento. Son deseos como saetas que hieren. Son como saetas disparadas desde dentro, desde lo más hondo del alma y que hieren a ésta.  Saetas que «verdaderamente parece que se llevan tras sí las entrañas» y que producen una «herida sabrosa y dulce», que a veces se convierten en centella incendiaria de todo el interior del alma.

Convierten al alma en un brasero de aromas finos, capaces de impregnar, una a una, todas las capas de la interioridad. Son deseos que van a durar toda la jornada, larguísima, de las «sextas moradas», y que más de una vez van a poner en peligro la vida.“Yo estoy dispuesta a todo, quiero darte todo aquello que Tú me pidas, quiero hacer tu voluntad, quiero hacer todo lo que Tú quieres, ¡pero ayúdame Señor, ayúdame![44]

No son deseos que el alma genera y produce. Son deseos que el Señor despierta o enciende en el alma. Juntamente con la prueba purificadora el Señor dona también esta gracia. Se «trata de unos deseos tan grandes e impetuosos que da Dios al alma de gozarle, que ponen en peligro de perder la vida»[45]

Nosotros hoy hablamos de trauma, traumático, traumatismo. El sentido de este término es más bien negativo. Trauma es una lesión de los tejidos del cuerpo humano, infligida por agentes externos. Trasladado al plano psicológico, trauma es la lesión producida en la psique o en la afectividad o en el subconsciente por una persona o un acontecimiento demoledor. También en sentido negativo.

Los místicos no hablan de trauma, sino de «herida del alma». «Oh llama de amor viva, / que tiernamente hieres / de mi alma en el más profundo centro...». Teresa así lo glosa: la «mariposica», liberada del capullo de seda, emprende ahora su más alto vuelo, el vuelo de los deseos ardientes. Pero no es ella, sino el Esposo Dios quien enciende esos deseos de encuentro final: «¡Cómo el Esposo se lo hace bien desear!»[46]Quiero vivir y morir para amarte, porque quiero darte gloria aquí y dártela después allí. ... Tú no sufras; dame a mí lo que Tú creas, lo que Tú quieras, pero déjame sufrir. Dos cosas quiero: amar y sufrir, amar y sufrir, porque, ¿¡sabes cuánto se sufre cuando se está lejos de Ti?! ...No es que yo no quiero sufrir, quiero amarte muchísimo para poder ayudar a los hijos a unirse a Ti, a amarte y yo con ellos, Jesús mío. ¡Ayúdanos, Jesús mío!!!”[47]

Estos deseos tienen raíz profunda: «Son unos impulsos tan delicados y sutiles, que proceden de lo muy interior del alma»[48], y «la despiertan»[49], de suerte que el alma se siente claramente «llamada de Dios» y «tan llamada»[50].  «Siente ser herida sabrosísimamente, mas no atina cómo ni quién la hiere»[51], y «jamás querría ser sana de aquella herida»[52] La herida produce una «pena sabrosa y dulce»[53], produce «dolor sabroso»[54], «pena sabrosa como ésta»[55] , «deseo sabroso»[56] , «embebecimiento sabroso»[57]. Todo lo cual es solamente el preludio o el marco de la herida. Sirve para concentrar la atención en ella.

 La herida es «inefable». «Inefable» quiere decir irreducible a expresarla con nuestras palabras comunes y corrientes. Por eso Teresa, como hará después San Juan de la Cruz, recurre a la ayuda de los símbolos para decir algo de lo indecible...Las imágenes que Teresa utiliza para describir estos deseos que son “herida inefable” son:

- «Una señal tan cierta, que no se puede dudar» de su origen[58] ,

- «Un silbo» tan penetrativo... que el alma no puede dejarle de oír»[59].

- «A manera de un cometa que pasa de presto» y deja surcado de fuego el horizonte del alma.

- Brasero de aromas

- Llamarada de fuego. «Estaba yo pensando ahora si sería que en este fuego del brasero encendido que es mi Dios saltaba alguna centella y daba en el alma, de manera que se dejaba sentir aquel encendido fuego, y como no era aún bastante para quemarla y él es tan deleitoso, queda con aquella pena y, al tocar, hace aquella operación.... Paréceme es la mejor comparación que he acertado a decir»[60]

- Es una llama «que no acaba de abrasar al alma, sino ya que se va a encender, muérese la centella y queda con deseo de tornar a padecer aquel doloroso amor que la causa».

- Ese «no acabarse de abrasar» también pasará al poema de fray Juan, que grita a la llama: «Acaba ya si quieres, rompe la tela...».


[44] Pan 22, 42

[45] Ibid, VI M, título del cap 2

[46] Teresa, VI M, 1, 1

[47] Pan 22, 509-11

[48] Ibid, VI M, 1, 1

[49] Ibid, VI M, 1, 2

[50] Ibid, VI M, 1, 2

[51] Ibid, VI M, 1, 2

[52] Ibid, VI M, 1, 2

[53] Ibid, VI M, 1, 2

[54] Ibid, VI M, 1, 4

[55] Teresa, VI M, 1, 6

[56] Teresa, VI M, 1, 8

[57] Ibid, VI M, 1, 2

[58] Teresa, VI M, 2, 3

[59] Ibid, VI M, 2, 3

[60] Ibid, VI, M, 2, 4