1. LAS LOCUCIONES

Llamamos locuciones místicas en el éxtasis a las palabras, mensajes, diálogos y comunicaciones divinas que Dios hace al alma extasiada y que pueden ser percibidas algunas por los sentidos externos del extasiado, otras por los sentidos internos y otras por el entendimiento del místico extasiado. Como sabemos, unas veces se dan en los éxtasis simples visiones y otras veces son visiones acompañadas de locuciones, esto es, de palabras que mutuamente Dios y el alma extasiada se dicen. En este último caso, el ser misterioso visto (Dios) habla, comunica algo al vidente, dialoga con él, le da normas, le instruye y le revela secretos y a su vez éste (el vidente) responde, acepta, escucha, oye y agradece.

Cuando el vidente presenta a Dios sus súplicas y peticiones habla como habla cuando está con otros hombres y cuando responde a las comunicaciones místicas, responde como cuando responde a otra persona en una conversación corriente. Es muy curioso este fenómeno: el alma extasiada tiene vivo y operante el habla, el entendimiento y la voluntad y tiene “arrobados” (silenciados) el oído externo, la vista, el tacto y los movimientos del cuerpo. El extasiado en Dios  no percibe con el oído lo que se le dice, incluso las comunicaciones de Dios. Cuando a este fenómeno auditivo se une el visual, se establece la división que ya conocemos: comunicaciones corporales, imaginativas e intelectuales. S. Juan de la Cruz, en el análisis de las locuciones intelectuales, traza agudamente una subdivisión: sucesivas, formales y sustanciales[74].

Conocer cómo se da este fenómeno no es baladí, pues a la hora de interpretar estos fenómenos en los místicos y lo que en ellos acontece corremos el riesgo de interpretarlos de forma equivocada, esto es, interpretándolos como “enfermedades mentales” (psicólogos) o de una forma crédula que desvirtúa todo y no percibe lo que allí está aconteciendo

La Madre, que yo sepa, nunca ha explicado el cómo oía lo que Dios le decía en esos momentos extáticos. Sólo repetía hasta la saciedad: “Dios lo quiere”, “Dios me lo ha dicho”, “es voluntad de Dios”, etc. Y esto indica claramente que ella había oído, entendido y asimilado lo que Dios le había dicho. Esto es lo único que tenemos y con esto no podemos profundizar suficientemente en este tema de las locuciones en los éxtasis.

Por eso debemos recurrir una vez más a Santa Teresa y a los comentarios de los estudiosos teresianos que intentan explicar la experiencia de esta Santa que con tanto detalle ella narró.

“Otra manera tiene Dios de despertar al alma, y aunque en alguna manera parece mayor merced que las dichas, podrá ser más peligrosa, y por eso me detendré algo en ella, que son unas hablas con el alma de muchas maneras: unas parece vienen de fuera, otras de lo muy interior del alma, otras de lo superior de ella, otras tan en lo exterior que se oyen con los oídos, porque parece es voz formada. Algunas veces, y muchas, puede ser antojo, en especial en personas de flaca imaginación o melancólicas, digo de melancolía notable”[75]. Dios no se comunica y dialoga con el místico sólo a través del amor, sino que tiene y utiliza  otras formas de comunicarse (de hablar y de hacer entender y que son “de mayor merced que las dichas)”, aunque, advierte Teresa, pueden ser muy peligrosas. Esas formas son: “unas parece vienen de fuera, otras de lo muy interior del alma, otras de lo superior de ella, otras tan en lo exterior que se oyen con los oídos, porque parece es voz formada”.

 

Como ya he sugerido, desde la más elemental metodología, se impone en la reflexión de este tema la distinción de dos enfoques, no ya posibles, sino reales e irreducibles. El enfoque religioso del creyente o del teólogo y el enfoque científico del psiquiatra o del psicólogo[76]

Para el cristiano es elemental hablar de «la palabra de Dios». La vida de fe del creyente está surcada por “las hablas de Dios”, del hecho histórico de un Dios que interviene en la historia de los hombres y les habla. Les habla no solo a través de las mediaciones ordinarias (simbólicas) de la belleza de lo creado y de la bondad de las personas, sino abajándose al nivel dialogal humano, utilizando incluso el pobre léxico del hombre. Al creyente le resulta normal la súplica de Samuel: «Habla, Señor, que te escucho», o el prólogo de la carta a los Hebreos: «De mil modos y maneras habló Dios a nuestros padres», o el ritornelo de los viejos profetas: «Esto es oráculo de Yavéh». Y episodios tan plásticos y realistas como el de Pablo, que pregunta: «¿Quién eres?», y se oye decir: «Yo soy Jesús a quien tú persigues». Y en estos tiempos y siempre, Dios también nos habla a través de los místicos, de aquellos que se han encontrado con él y lo han visto y escuchado. Nuestra religiosidad proviene radicalmente de la Revelación, a través de la palabra y las palabras de Dios, que tuvieron su eslabón terminal en el «logos» por antonomasia que es Cristo Jesús.

El enfoque científico (o pseudocientífico) es diverso. Se puede decir que es diametralmente opuesto. La ciencia, por principio, cierra el ámbito de su saber en el círculo de lo creado y de sus leyes inmanentes. Lo que haya más allá de ese espacio creatural y empírico, o no interesa, o se rechaza, o se relega al rango de los fenómenos paranormales. Para la ciencia, frente a los fenómenos místicos descritos por Teresa de Jesús, (igualmente vale para nuestra Madre), lo coherente dentro de ese enfoque es considerarlos como alteraciones patológicas, más o menos reducibles a taras o categorías conocidas, preferentemente a un determinado tipo de epilepsia. A nuestra Madre la acusaron también de farsante, bruja, con poderes diabólicos, enferma mental, etc.

Por esto mismo, el tema de las hablas estáticas nos plantea una disyuntiva de fondo: Dios sí, o Dios no, creer sí, creer no, tomar como verdad lo que el místico extasiado nos dice o quedarnos sólo en la mera curiosidad. No hay espacio para un sí pero no, ni para un no pero pudiese ser que... O mejor, la alternativa es la siguiente: de un Dios que es «Dios para los hombres» o un Dios que es «Dios para él solo» y que hay que dejar aparcado más allá de los avatares de la vida humana y al margen de la historia religiosa de los hombres.

Teresa, así como nuestra Madre, dice y comunica lo que ha oído en las “hablas de Dios” con suma repugnancia humana, pero con decisión. Es la verdad. Teresa lo dice expresamente: “Porque hay muchas almas que las entienden entre gente de oración, y querría, hermanas, que no penséis hacéis mal en no las dar crédito, ni tampoco en dársele cuando son solamente para vosotras mismas de regalo o aviso de faltas vuestras, dígalas quien las dijere, o sea antojo, que poco va en ello. De una cosa os aviso, que no penséis, aunque sean de Dios, seréis por eso mejores, que harto habló a los fariseos, y todo el bien está cómo se aprovechan de estas palabras; y ninguna que no vaya muy conforme a la Escritura hagáis más caso de ellas que si las oyeseis al mismo demonio; porque aunque sean de vuestra flaca imaginación, es menester tomarse como una tentación de cosas de la fe, y así resistir siempre, para que se vayan quitando; y sí quitarán, porque llevan poca fuerza consigo[77]

Teresa y la Madre nos colocan frente a dos líneas temáticas obligantes. La una, testifical: a ellas les ha hablado el Señor y su primera misión es testificarlo. La segunda, teológica y literaria: definir cómo puede ser eso. Como digo, procederé con dos seguras muletas: Teresa y la Madre: donde el mensaje de la Madre es claro, reflexionaré directamente sobre él y cuando la Madre sobre un tema calla, recurriré a Teresa para entenderlo.

Testigo y profeta. Si alguien, después de mi muerte, lee estos folios de mi meditación sobre el tema,  me perdone si soy machaconamente reiterativo. Ante los escritos autobiográficos de los éxtasis de Teresa y ante las grabaciones de los éxtasis de nuestra Madre, la sensación que a uno le sobrecoge es que aquí no se puede  teorizar. A Teresa y a la Madre les ha pasado eso de que están hablando y lo están diciendo.

Hay tres motivos fundamentales por los que la Madre y Teresa escriben  y hablan:

a. Es acción de Dios. Dios se ha servido de ellas para volver a presentar al mundo una serie de verdades. Porque es acción de Dios no se puede ocultar. Lo hacen con cierto desasosiego, pero con firmeza: “Dios me ha dicho...”, “Dios quiere...”, “Dios me pide...”. No lo dicen para revelar las gracias que han recibido, sino para recordar al hombre verdades relativamente olvidadas, para testificar que Dios está presente en la historia de las personas y del mundo y que la única verdad es servir y amar a Dios.

Si verdaderamente nosotros del A. M. estamos convencidos de la veracidad de los éxtasis de la Madre, esto implica en cada uno de nosotros creer firmemente que esas verdades expresadas en oración mística y estática por la Madre deben ser nuestro camino hacia Dios. Son revelaciones privadas, no verdades de fe reveladas, pero son nuestras Constituciones habladas y oradas. Son Palabra divina que amplía la Palabra que es Jesús. La Madre a nadie impuso que debía creer en esas revelaciones (ni a las Superioras claretianas, ni a Arintero, ni a los Obispos y sacerdotes que no creían en ella, ni a sus hijas, ni a Consolación, ni a nadie de nosotros...), pero todos sabemos dónde al final estaba la verdad y dónde la obcecación humana.

b. No se puede ocultar la luz bajo el celemín. Aunque por pudor humano les cueste decirlo, sienten que lo “deben” anunciar porque es Dios actuando en el hoy del mundo. Viene a la mente el caso de los viejos Profetas del Antiguo Testamento, apremiados por Yavéh a trasmitir su palabra aun a costa de la vida. O el caso de Pablo, que se siente en la necesidad de atestiguar a los de Corinto que él «sabe de un cristiano –Pablo mismo– que fue arrebatado al cielo y que allí oyó palabras irrepetibles», no sabe él si eso le ocurrió estando en el cuerpo o fuera del cuerpo, pero hace exactamente catorce años que le sucedió (2 Co 12, 4).

c. “Dios me pide...”. En las locuciones Dios no viene a hablar de cosas fútiles o jocosas. Cuando Dios habla o revela algo al hombre en los éxtasis es para “pedir algo” o para indicar la forma con la que quiere que se realice algún trabajo espiritual o material. Para los místicos conocer la voluntad de Dios sobre algo es una obligación llevarla a cabo con precisión y con urgencia. Por esto mismo el místico tiene que expresar públicamente esa voluntad y ese deseo de Dios


[74] Cf. San Juan de la Cruz, Subida, 11, 28

[75] Teresa, IV Moradas, 3, 1

[77] Teresa, IV Moradas, 3, 4