1. LA HUMANIDAD DE CRISTO MEDIACIÓN PARA COMPRENDER Y VER A DIOS PADRE MISERICORDIOSO

La Madre “ve” a Dios en el éxtasis y dialoga con él con una actitud interior y un convencimiento ilimitado de que Dios es un Padre misericordioso, un verdadero Padre, que siempre perdona, que olvida nuestras ofensas cuando volvemos a él y que no cuenta los fallos cometidos por el hombre si lo ve arrepentido. “(Eres) un verdadero Padre, un Padre que perdona, no cuenta y se olvida de todo. Tú me perdonas todo. ¡70 años!! Durante 50 años, antes creo que no, te habré dado muchos, muchísimos disgustos...., perdóname, olvídalo y no cuentes más[174].

Tal es su fe en este Padre misericordioso que goza interiormente “viendo” la alegría de Dios porque pide perdón, contempla agradecida y sin palabras “viendo” cómo Dios la perdona y da la impresión de que ella es feliz pidiendo perdón con absoluta confianza a Dios. El perdón de un padre es siempre un gesto de amor, pero el perdón de Dios es una fiesta.

¿Quién es este Padre misericordioso con el que habla la Madre? ¿Cómo el hombre puede ver el rostro de Dios si es espíritu? Tenemos que afirmar de entrada que los éxtasis “grabados” de la Madre no son conferencias teológicas sobre la naturaleza de Dios y su forma de manifestarse al alma. La Madre está ante Dios y manifiesta a Dios, no a nosotros, su experiencia de fe. No olvidemos que los éxtasis son oración unitiva. Nosotros podremos afirmar algo sobre la forma de cómo la Madre ve a Dios escuchando en silencio sus palabras de “oración unitiva” y acogiendo con amor esas manifestaciones de amor de la Madre

Hay una primera pista que nos revela algo sobre el rostro de ese Dios a quien la Madre habla extasiada. Son los nombres con los que la Madre invoca a Dios. Por ser invocación están en vocativo. La impresión que nos viene es que la Madre habla con la segunda Persona de la Santísima Trinidad, con Jesús.

Así invoca la Madre a ese Dios a quien ve en sus éxtasis:

- “Jesús, concédeme la grande gracia, Jesús[175]. “¿Todavía más, Jesús?” [176]

- “¡Hazlo, Jesús mío! ¡Hazlo, Jesús mío!”[177]

- “¡Señor, ayúdame! Este cuerpo no se tiene en pie y siento grande desaliento[178]

- “¡Ah! ¡Hijo mío muy amado!”[179]. “¡Hijo, Hijo mío, eres tan grande y yo tan pequeña, que no soy capaz![180] .

- ”Hijo, te doy muchísimas gracias[181] (expresión típicamente femenina)

- .. ¡Oh, tontuelo![182] (también ésta es típica de una madre que ama al hijo entrañablemente)

Hay sólo dos textos en los que la Madre utiliza la palabra “Padre”, pero referida al Hijo, a Jesús, a quien llama Padre. Ciertamente la Madre no confunde las Personas de la Trinidad, sino que le pasa lo que le pasaba a santa Teresa: “De tal Padre tal Hijo y de tal Hijo tal Padre[183] “Bien, Jesús mío, ... bien ... sí, Jesús mío, sí, estáte tranquillo, estáte tranquillo; sé Padre para esos hijos; sé Padre[184]. “Tú que eres Padre, que siempre has dicho que perdonas, olvidas y no ves las miserias de tus hijos, ¿no ves que se trata de una locura, que no tiene fe, Señor? ¿Qué me dices?”[185]

Como se aprecia, todas las expresiones que la Madre utiliza en su diálogo con Dios llamando a Dios por su nombre tienen algunas connotaciones particulares:

- Ante todo, son típicas de la sensibilidad y del carácter femenino: Hijo, Hijo mío muy amado, Jesús mío.

- Aparece un término que es típico de una madre que ama a su hijo entrañablemente, que manifiesta la confianza sin límites que la Madre tiene en Jesús, la seguridad de que Jesús la ama. Ese término manifiesta un cierto “derecho” en sus peticiones de la Madre debido a la entrega que vive: .. ¡Oh, tontuelo”. Podría pensarse que sea demasiado atrevido y poco respetuoso para con Jesús que lo tiene ante sí, pero es el atrevimiento de un amor entregado totalmente a Dios.

¿Por qué se le aparece siempre Jesús? ¿Por qué no el Padre? Sólo en dos éxtasis da la impresión que está también ante María y que dialoga brevísimamente con ella.

Como ya he repetido hasta la saciedad, estamos ante el misterio de las acciones de Dios y toda explicación o intento de entender los designios de Dios es tarea imposible para el hombre. Lo que sí es cierto y seguro es que “ve” a Dios y que dialoga con él. Vuelvo a recuerdar lo que santa Teresa y san Juan de la Cruz nos han dejado dicho sobre el “ver” a Dios del místico en los éxtasis[186].

Si nada podemos afirmar desde nuestra reflexión, desde el evangelio podemos apuntar alguna razón de este obrar de Dios. Jesús “llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios” (Jn 5, 17), “si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre.” (Jn8,15), “como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre” (Jn 10,15) y “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30). Es así como luego nos ratifica el Señor que para ir al Padre, hay que ir por medio de él; “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto” (Jn 14, 6-7). La Madre, en sus éxtasis, expresa esta misma revelación de Jesús en el evangelio, y lo hace en forma de petición extática: “Ayúdales a santificarse; que quieran estar Contigo; que estén cerca de Ti para aprender bien lo que deben hacer; que no se miren nunca a sí mismos [...], hazlo, Jesús mío, ¡hacedlo, Jesús mío!”[187].

La curiosidad es grande y se me permita adentrarme en terreno “prohibido”. El Jesús que se le aparece a la Madre es, sin ninguna duda, una Persona humana y divina, se le presenta en su luz esplendorosa divina y en su humanidad glorificada. Es Jesús Dios y hombre el que se le aparece. Es un Dios que habla, que escucha, que propone cosas y responde; por eso es humano. Pero habla de forma misteriosa y arcana, con un lenguaje incomprensible para el hombre y esas palabras no se perciben con los sentidos humanos.

Pero es un Dios muy particular. No es el Dios de los filósofos. Es un Dios a quien se le puede “disgustar” en nuestro obrar: “Quiero darte tanta gloria, Jesús mío, disgusto ninguno, ninguno, ¡jamás! ¡No! Ayúdame, Jesús mío”[188]. Es un Dios “necesitado” que busca ser “ayudado”: “Ayuda para que yo te pueda ayudar a Ti; ayúdame para que yo pueda ayudarte”[189]. Es un Dios que necesita intérpretes: “ponte junto a mí, Señor, e inspírame, ayúdame. Haz, que yo no diga cosas inoportunas, ni lo que Tú no quieres”[190]. Es un Dios que “sufre” viendo las miserias del hombre: “Te das cuenta, Jesús mío, ¡cuánto sufrí viéndote a Ti con ese sufrimiento!! Yo, Jesús mío, tengo grande pena; quisiera morir yo, quisiera sufrirlo yo todo pero Tú no, ¡Jesús mío! Tú ya sufres bastante, ¡ya has sufrido muchísimo por nosotros![191]

A ese Dios la Madre, en otro texto, nos invitaba a mirarle contemplativamente en su humanidad divina: Mirémosle sacrificado, que se ofreció viviendo, muriendo, llorando y orando, por todos los hombres. Mirémosle como médico que curó todas las enfermedades y ahora quiere curar las nuestras. Mirémosle como amigo, que este nombre dice igualdad en la comunicación de bienes y afabilidad en el trato, y que hace a nuestras almas un gran convite, no mereciendo nosotras ni ser esclavas suyas. Mirémosle como Esposo de nuestras almas, a las cuales dice: "Ven, amiga y esposa querida, muéstrame tu rostro y suene tu voz en mis oídos". Mirémosle, hijas mías, como Padre, contra quien hemos faltado como el hijo pródigo, y que con ternura y amor nos alimenta y sustenta, como no lo ha hecho padre ni madre alguna, esto es, consigo mismo, en el Sacramento de la Eucaristía”[192]. Jesús está a la derecha del Padre, pero sigue, aquí en la tierra, la misma misión que cuando estuvo con notros.

Pero, ¿por qué para dejarse “ver”, Dios se revela mediante Cristo y mediante la humanidad de Cristo glorificado? Parafraseo la explicación de José M. Castillo. Hablar de la humanidad de Jesús no es sólo referirse a su sensibilidad o benignidad. Ni, por supuesto, se trata únicamente de afirmar su naturaleza humana.

Desde el punto de vista de la teología cristiana, lo más importante, que hay que decir sobre la humanidad de Jesús, es que en ella encontramos el único medio, que tenemos los seres humanos, para conocer a Dios. Es precisamente a través de la condición humana de Jesús como podemos conocer quién es Dios y cómo es Dios. Más aún, es en la entrañable humanidad de Jesús donde comprendemos la profunda y desconcertante humanidad de Dios. Se le aparece Jesús a la Madre porque Jesús es la única forma de captar visiblemente a Dios y de llegar a la visión de Dios.

Para entender esto, lo primero es tener claro lo que significa la trascendencia de Dios. Por definición, Dios es el Trascendente, es decir, trasciende todo cuanto pertenece a la capacidad humana. Dios está más allá del límite último de nuestra posibilidad de conocer, es decir, está fuera del campo inmanente de la nuestra capacidad de conocimiento.

Lo propio de Dios es la trascendencia, mientras que lo propio del ser humano es la inmanencia. Entre estos dos ámbitos hay una diferencia radical, de forma que "lo trascendente" es "lo absolutamente otro" en relación a "lo inmanente" que es el hombre.

Esta distinción y esta diferenciación son indispensables para que resulte posible pensar en Dios y pensar a Dios. En esto radica lo que se ha llamado el "código binario", a partir del cual es posible la religión (N. Luhmann).

Los entendidos en teología afirman que Dios es "el absolutamente Otro". Hasta el extremo de que, de no ser así, Dios no sería Dios, sino que sería un "objeto" más entre los muchos objetos que elabora la mente humana desde su "inmanencia"[193].

Desde nuestra inmanencia, no podemos conocer a Dios. Porque, desde el momento en que el Trascendente entra en el campo de nuestra inmanencia, desde ese mismo momento el "absolutamente Otro" degenera en "cosa" y deviene a un "objeto" más de todos los objetos que puede elaborar nuestra mente.

Se produce así lo que se ha denominado el proceso de "conversión diabólica" (P. Ricoeur), en virtud del cual el "totalmente Otro" se pervierte y queda reducido a un "otro", todo lo perfecto que nosotros queramos, pero, a fin de cuentas, "otro más". Martín Velasco ha insistido en esto: "La trascendencia de Dios bien entendida, su ser totalmente otro, comporta que, por ser totalmente otro, Dios sea "no otro" en relación con todas las otras realidades".

Dicho de forma más sencilla, ese "Otro" al que llamamos Dios, ese "" en el que pensamos que encontramos a Dios, en realidad no sería "Dios en sí", sino la "representación" de Dios que nosotros nos hacemos.

Este problema no tiene ni solución ni salida por el camino que nos marca la razón, el discurso humano, porque, si echamos por ese camino, no salimos de la contradicción y de la conflictividad que entraña en sí mismo el Dios que ha podido elaborar la inmanencia.

Entonces, ¿qué hacer? Dado que el camino de la razón no da más de sí, buscamos la salida por el camino de la fe. Un camino que se justifica desde el momento en que comprendemos lo que es.

Quiero decir: los seres humanos no nos comunicamos, no nos expresamos, únicamente mediante razones. Además de eso, y sobre todo, los humanos nos relacionamos y nos expresamos mediante experiencias. Pues bien, seguramente la experiencia más honda y más total de la vida es la fe, que entraña entrega, confianza, fidelidad...

Esto supuesto, según la fe cristiana, a Dios, a quien nadie ha visto jamás (Jn 1, 18), lo hemos visto, lo hemos oído, lo hemos palpado, en Jesús de Nazaret, que es la Palabra de Dios hecha humanidad (Jn 1, 14), hecha debilidad humana (Jn 1, 18; 14, 8-11; 1 Jn 1, 1). Jesús (el Hijo) es el único que sabe quién es Dios (el Padre); y Jesús es quien nos da a conocer a Dios (Mt 11, 27; Lc 10, 22).

La consecuencia, que se deduce de lo dicho, es que Jesús de Nazaret es la encarnación de Dios (Jn 1, 14), es la kenosis (vaciamiento) de Dios (Fil, 2, 7). Esto quiere decir que a Dios lo conocemos en Jesús. Por tanto, no es Dios el que nos revela quién es Jesús, sino que es Jesús el que nos da a conocer quién y cómo es Dios. O sea, es viendo a Jesús, como vemos a Dios. Y conociendo las costumbres, las preferencias, el estilo de vida de Jesús, así es cómo conocemos a Dios y nos enteramos de lo que Dios quiere y lo que a Dios le agrada.

Pero no se trata sólo de esto. Hay en todo esto algo que es lo más decisivo. Se trata de caer en la cuenta de que a Dios lo conocemos y lo encontramos en la humanidad de Jesús.

Decir que Dios se nos da a conocer en la divinidad de Jesús sería una tautología, tan absurda como afirmar que "lo divino" se nos revela en "lo divino".

Por lo tanto, cuando hablamos de la humanidad de Jesús y elogiamos la entrañable humanidad de Jesús, lo más importante que hay en todo eso no es sólo la ejemplaridad de Jesús. Lo decisivo es que, en la humanidad de Jesús se nos da a conocer Dios mismo y, además de eso, también en esa humanidad descubrimos el proyecto de Dios.

Hasta aquí llega nuestra reflexión. Pero el interrogante sigue en pié: ¿cómo se le aparece Cristo? La Madre no nos lo cuenta, nosotros no tenemos experiencia de esos fenómenos y nos vemos obligados a recurrir a santa Teresa de Jesús[194].

"Acaece acá cuando Nuestro Señor es servido de regalar más a esta alma; muéstrale claramente su sacratísima Humanidad de la manera que quiere, o como andaba en el mundo o después de resucitado; y aunque es con tanta presteza que lo podríamos comparar a la de un relámpago, queda tan esculpido en la imaginación esta imagen gloriosísima que tengo por imposible quitarse de ella hasta que la vea adonde para sin fin la pueda gozar"[195]. "Acaece estando el alma descuidada de que se le ha de hacer esta merced ... que siente cabe sí a Jesucristo nuestro Señor, aunque no le ve ni con los ojos del cuerpo ni del alma ... y entendía tan cierto ser Jesucristo nuestro Señor el que se le mostraba de aquella suerte que no lo podía dudar"[196].

De estas citas sucintas se desprenden varias cosas sobre las apariciones de Jesús a los místicos.

- Ante todo, es Jesús quien se le aparece también a ella. No tiene una forma, ni una manera fija de mostrarse a Teresa. La aparición, o mejor dicho, la forma en que aparece queda al gusto de Dios (de la manera que quiere, o como andaba en el mundo o después de resucitado). El alma del místico sólo disfruta de la visión.

- Puede ser “con tanta presteza que lo podríamos comparar a la de un relámpago”. Teresa llama a estas visiones “visiones imaginarias”

- Hay otras visiones que no son como “las imaginarias”, sino que “queda tan esculpido en la imaginación esta imagen gloriosísima que tengo por imposible quitarse de ella hasta que la vea adonde para sin fin la pueda gozar”. De estas dirá: "No es como las imaginarias, que pasan de presto, sino que dura muchos días, y aun más que un año alguna vez"[197]

- Todas estas visiones dejan en su ser una huella: "Parece que purifica el alma en gran manera y quita la fuerza casi del todo a esta nuestra sensualidad. Es una llama grande, que parece brasa y aniquila todos los deseos de la vida"[198]

- Estas visiones embargan el espíritu del místico que queda totalmente herido por lo divino: "Todo me parece sueño lo que veo - y que es burla - con los ojos del cuerpo, lo que he ya visto con los del alma es lo que ella desea, y como se ve lejos éste es el morir"[199].

Teresa narra el camino y progreso de los tipos de visiones que tuvo.

- "A cabo de dos años que andaba con toda esta oración mía y de otras personas para lo dicho, o que el Señor me llevase por otro camino y declarase la verdad, porque eran muy continuo las hablas que he dicho me hacía el Señor, me acaeció esto: Estando un día del glorioso San Pedro en oración vi cabe mí o sentí, por mejor decir, que con los ojos del cuerpo ni del alma no vi nada, mas parecíame estaba junto cabe mí Cristo y veía ser El el que me hablaba"[200]. A este tipo de visiones las califica de "intelectuales".

- Pronto irrumpirán en ella las visiones imaginarias en las que no sólo captará la presencia, sino también la figura: "Estando un día en oración, quiso el Señor mostrarme solas las manos con tan grandisíma hermosura que no lo podría yo encarecer... Desde a pocos días vi también aquel divino rostro que del todo me parece me dejó absorta"[201].

- Y en seguida el Señor se le manifestará ya plenamente: "Un día de San Pablo estando en misa, se me representó toda esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado"[202]

- "Casi siempre se me representaba el Señor así resucitado, y en la Hostia lo mismo, si no eran algunas veces para esforzarme si estaba en tribulación que me mostraba las llagas, algunas veces en la cruz y en el Huerto y con la corona de espinas pocas, y llevando la cruz también algunas veces, para - como digo - necesidades mías y de otras personas, mas siempre la carne glorificada"[203]

También en cuanto a la duración eran diferentes. Algunas duraban en sus efectos un tiempo determinado y otras llegaban a durar todo un año. Esto nos dice que en algunos éxtasis el místico quedaba “extasiado” (fuera de sí) por un tiempo hablando con Dios y otros éxtasis (verdaderos éxtasis) duraban hasta un año en sus efectos: el místico “ve y habla” despierto (es verdadera visión) a Dios a su lado. Son las visiones que se dan en la séptima morada, esto es, en el último grado de unión con Dios, en el matrimonio espiritual con Dios. "Parecerá que no era ésta novedad pues otras veces se había representado el Señor a esta alma en esta manera. Fue tan diferente, que la dejó bien desatinada y espantada... Porque entended que hay grandísima diferencia de todas las pasadas a las de esta morada"[204].

Teresa resume así los efectos en su alma de estos éxtasis: "De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día; porque para esto bastaba sola una vez, cuánto más tantas como el Señor me hace esta merced"[205]. "Estando una vez en las Horas con todas, de presto se recogió mi alma y parecióme ser como un espejo claro toda, sin haber espaldas ni lados, ni alto ni bajo que no estuviese toda clara y en el centro de ella se me representó Cristo nuestro Señor como le suelo ver. Paracíame en todas las partes de mi alma le veía claro como en un espejo, y también este espejo - yo no sé decir cómo - se esculpía todo en el mismo Señor por una comunicación que yo no sabré decir, muy amorosa"[206]

Es muy curiosa también la forma de oir y la progresión que Teresa experimentó en la audición de las palabras de Jesús. Durante algún tiempo notaba que le dirigían palabras misteriosas, llenas de fuerza y ternura, pero ignoraba su origen. Cuando llega a las dos últimas moradas las identifica como provenientes de los mismísimos labios de Jesús. "Entendía muy claro - escribe - que era este Señor el que le hablaba muchas veces de la manera que queda dicho; porque hasta que le hizo esta merced que digo, nunca sabía quien le hablaba, aunque entendía las palabras"[207]. Y nos las describe así: "Son unas hablas con el alma, de muchas maneras, unas parecen vienen de fuera, otras de lo muy interior del alma, otras de lo superior de ella, otras tan en lo exterior que se oyen con los oídos, porque parece es voz formada"[208]


[174] Pan 22, 2

[175] Pan 22, 3

[176] Pan 22, 185

[177] Pan 22, 4; 20; 46; 76; 417; 418; 419; 420; 422, 283;

[178] Pan 22, 8. Cf. 13; ;19; 21; 22; 23; 24; 25; 26; 28; 29; 30; 31; 32; 33; 34; 35; 36; 37; 38; 39; 40; 41; 42; 247; 249; 254; 258; 260;261; 262;266; 275; 277; 279; 282; 284; 285; 286;287; 288; 289; 291; 305; 306. Dejo de citar más textos porque en cada número la Madre utiliza este término. Es imposible y fuera de toda lógica citar sin ningún motivo real los  1794 números del Pan 22.

[179] Pan 22, 67; 70; 73, 96; 98; 112;113;

[180] Pan 22, 11

[181] Pan 22, 16;

[182] Pan 22, 58

[183] Teresa, Camino de Perfección 44, 1

[184] Pan 22, 1219

[185] Pan 22, 273

[186] Cf. pag. 50 de este excursus

[187] Pan 22, 927

[188] Pan 22, 1683;

[189] Pan 22, 1016

[190] Pan 22, 270

[191] Pan 22, 444; cf, Pan 22, 450;455; 468; 586; 621-22; 665-72; 683-86; 925; 928; 934; 1011-14; 1044; 1065

[192] Pan 8, 412

[193] La humanidad de Jesús y la humanidad de Dios - fe adulta https://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/1194-la-humanidad-de-jesús-y-la-humanidad-de-dios.html.  “Dicho esto, se comprende el auto-engaño que representa nuestra forma más absolutamente pervertida de pensar a Dios. Es "esa concepción según la cual Dios sería una realidad, un ser; otro en relación con las realidades del mundo y con su totalidad. Otro, sobre todo, en relación con el sujeto humano" (J. Martín Velasco). De donde se concluye que Dios es otro ser, otra persona, un tú, con el que yo puedo hablar y con el que me puedo relacionar, al que le pido lo que necesito o al que ofendo, como puedo ofender a otro ser humano cualquiera. Por otra parte, sobre este "otro", sobre este "tú", que nos imaginamos que es Dios, hemos proyectado todo aquello que nosotros apetecemos y de lo que carecemos: poder, saber, tener, duración, bondad, felicidad.... Y así, nos ha salido un Dios que lo puede todo, lo sabe todo, lo tiene todo, y es la bondad infinita y la felicidad sin límites. Pero, al hacer eso, no nos hemos dado cuenta de que ese "otro", ese "tú", ese "objeto" es, ante todo, imposible. Quiero decir: es un Dios contradictorio. Porque, tal como es este mundo, que (según decimos) ha brotado de la voluntad y de la decisión de Dios, no puede haber sido creado o pensado por un ser que es, al mismo tiempo, infinitamente poderoso e infinitamente bueno. Porque ambas cosas son incompatibles con el mal, el asombroso y aterrador problema del mal, que padecemos en este mundo. Pero hay más. Porque ese Dios, que "opera y se hace presente como un ente particular junto a otros" (K. Rahner), además de contradictorio, es también un Dios inevitablemente conflictivo. Y la razón es clara: si ese Dios es un "otro", que acumula todas las perfecciones que nosotros podemos imaginar, entonces resulta que Dios es infinitamente justo y es juez de nuestra conducta. Ahora bien, tal como es (de facto) la condición humana, los mortales hacemos mucho daño, causamos indecibles males, cometemos demasiadas injusticias. Pues bien, si Dios es el infinitamente justo y el juez que hace justicia, ese Dios entra inevitablemente en conflicto con los seres humanos. Por eso Dios es, para mucha gente, una fuente incesante de miedos, temores confusos, sentimientos de culpa, amenazas y experiencias indescifrables. Así las cosas, hay que preguntarse: ¿no estaremos radicalmente equivocados en nuestra forma de pensar a Dios y de hablar de Dios? La respuesta más obvia, que a cualquiera se le ocurre -si es que pensamos a fondo en este asunto-, es que desde la inmanencia, todo lo que pensamos es y será siempre inmanente, puesto que los humanos no tenemos acceso a la trascendencia” (ibid)

[195] 6 M 9,3. Alude a una de tantas visiones imaginarias con las que el Señor la está regalando.

[196] 6 M 8,2

[197] 6 M 8,3

[198] Teresa, V 38,18

[199] Teresa, V 38,7

[200] Teresa, V 27,2

[201] Teresa, V 28,1

[202] Teresa, V 28,3

[203] Teresa, V 29,3

[204] Teresa, 7 M 2,2

[205] Teresa, V 37, 4

[206] Teresa, V 40,5

[207] Teresa, 6 M 8,2

[208] Teresa, 6 M 3,1